Los norteamericanos apoyan las restricciones impuestas por Bush por la lucha antiterrorista
La Casa Blanca se ha hecho intocable ante un Congreso empeque?ecido y sin disidencias
La marea del 11 de septiembre lo arrasa todo. Los estadounidenses parecen haber entregado un cheque en blanco a George W. Bush para que haga la guerra al terrorismo como sea y donde sea, y el presidente y su Gobierno hacen un uso intensivo de ese respaldo sin condiciones. El fiscal general, John Ashcroft, que deber¨¢ comparecer dentro de unos d¨ªas ante el Congreso para explicar medidas tan discutibles como la creaci¨®n de tribunales militares o las detenciones indiscriminadas de extranjeros, ha desafiado a los parlamentarios cr¨ªticos: son 'voces minoritarias y negativas ahogadas por el clamor del p¨²blico', dice.
Uno de cada cuatro estadounidenses cree que no se act¨²a con la dureza suficiente
Hace menos de un a?o, George W. Bush era un presidente elegido por los pelos, con menos votos que su adversario y sin un mandato claro. Su candidato a la fiscal¨ªa general, John Ashcroft, era un pol¨ªtico acabado, derrotado por un cad¨¢ver (su rival en las elecciones al Senado por Misuri muri¨® en plena campa?a y su viuda, una ama de casa, gan¨® el esca?o) y denostado por su historial racista y ultraconservador. Hoy, Bush es el presidente con m¨¢s poder y popularidad desde Franklin Roosevelt, y Ashcroft se permite mofarse de un Congreso empeque?ecido ante una Casa Blanca de tama?o imperial.
Ashcroft convenci¨® al Senado para que aprobara su paquete de medidas antiterroristas, con el argumento de que le permitir¨ªan detener 'de forma inmediata' a 'varios terroristas peligrosos'. El Senado acept¨® endurecer penas y ampliar los poderes policiales. Rechaz¨®, sin embargo, las detenciones ilimitadas que reclamaba el fiscal general. Por el momento, que se sepa, Ashcroft no ha detenido a ning¨²n 'terrorista peligroso'. Pero ha echado mano de las normas administrativas sobre inmigraci¨®n para burlar al Senado y mantener en prisi¨®n indefinida a cientos de ciudadanos extranjeros, entre ellos cuatro espa?oles. Miembros del Comit¨¦ Judicial del Congreso le reclamaron que hiciera p¨²blicos, al menos, los nombres de los detenidos. Ashcroft se neg¨®, con el argumento de que eso 'perjudicar¨ªa a la investigaci¨®n'.
M¨¢s dureza
La frustraci¨®n parlamentaria con Ashcroft es inmensa, pero muy pocos senadores y representantes se atreven a expresarla de forma abierta. Todos los sondeos demuestran que la opini¨®n p¨²blica est¨¢ con Bush y con Ashcroft. Uno de cada cuatro estadounidenses considera incluso que no se act¨²a con la dureza suficiente y que son necesarias m¨¢s restricciones en los derechos civiles. La poblaci¨®n negra, que antes del 11 de septiembre se indignaba ante el hecho de que su raza bastara para suscitar las sospechas policiales, apoya a¨²n m¨¢s que la poblaci¨®n blanca (75% contra 64%) que se interrogue sistem¨¢ticamente a los ciudadanos de origen ¨¢rabe. 'Los afroamericanos parecen decir que todo est¨¢ bien si los perseguidos no son ellos', admite Earl Ofari Hutchinson, presidente de la Alianza Nacional para la Acci¨®n Positiva. 'El 11 de septiembre lo ha cambiado todo', agrega, y 'el peligro es inmenso: cuando todo esto haya pasado, ?c¨®mo daremos marcha atr¨¢s para que la discriminaci¨®n racial vuelva a ser vista como algo perverso?'.
No hay dique contra la marea. El jefe de polic¨ªa de Portland (Oreg¨®n), Mark Kroeker, se convirti¨® en un h¨¦roe para los defensores de los derechos civiles cuando se neg¨® a practicar los interrogatorios a los inmigrantes musulmanes ordenados por Ashcroft, por considerarlos discriminatorios. Pero el Ayuntamiento de Portland ha recibido millares de protestas por la decisi¨®n de Kroeker. 'Consideramos que Oreg¨®n se ha convertido en un refugio de terroristas', dec¨ªa un mensaje. 'Me da verg¨¹enza ser de Oreg¨®n', dec¨ªa otro. 'Portland est¨¢ adquiriendo mala fama en todo el pa¨ªs', admiti¨® un portavoz municipal.
Las detenciones masivas de extranjeros reciben el aplauso del p¨²blico, y Ashcroft presume de ellas: 'Estamos sacando de nuestras calles a presuntos terroristas que violan la ley', declar¨® el viernes. Las 'violaciones de la ley' son, normalmente, muy menores. Un turista espa?ol, ?. F. N., de 45 a?os, ha pasado ya m¨¢s de un mes en prisi¨®n porque su visado estaba caducado. En otros casos no hubo infracci¨®n alguna. Osama el Far, un egipcio de 30 a?os, mec¨¢nico de aviaci¨®n, fue detenido en Misouri porque un compa?ero de trabajo le denunci¨® al FBI como 'un musulm¨¢n extranjero con acceso al aeropuerto'. Tras dos meses en la c¨¢rcel, su abogada acept¨®, como mal menor, que le deportaran a Egipto; la alternativa era seguir en prisi¨®n, sin otra acusaci¨®n que la de ser quien era y estar donde estaba.
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