El acuerdo afgano
Tras nueve d¨ªas de intensas negociaciones articuladas con tes¨®n por el mediador Lakhdar Brahimi, ayer se dio en Bonn el primer paso para encauzar el futuro de Afganist¨¢n, en cuyo territorio sigue libr¨¢ndose a¨²n la guerra declarada por Estados Unidos contra el r¨¦gimen talib¨¢n y su socio criminal, Osama Bin Laden. El acuerdo de Bonn, que obliga a compartir el poder a las cuatro facciones reunidas bajo los auspicios de la ONU, puede sentar las bases para que este pa¨ªs de Asia central, uno de los m¨¢s castigados del mundo, comience a construir un futuro en el que la guerra no sea el ¨²nico ¨¢rbitro del poder. La experiencia, sin embargo, aporta el dato de que hasta cinco compromisos m¨¢s o menos solemnes entre los jefes tribales afganos han sido papel mojado desde 1989, cuando la URSS retir¨® sus tropas tras diez a?os de guerra.
El pacto de Bonn, que hoy mismo puede ser refrendado por el Consejo de Seguridad, establece que un consejo inter¨¦tnico de 29 miembros guiar¨¢ el pa¨ªs durante los pr¨®ximos seis meses y alumbrar¨¢ las primeras instituciones rudimentarias de gobierno. Estar¨¢ dirigido por un jefe de la etnia mayoritaria past¨²n, Hamid Karzai, pr¨®ximo al ex rey Zahir, pero sus carteras clave caen bajo el control de la Alianza del Norte, la fuerza militar respaldada por EE UU que domina la mayor parte del territorio. Este precario embri¨®n de orden, que nada tiene que ver con la idea de un Gobierno de unidad nacional, dar¨¢ paso a una asamblea tradicional de notables, que elegir¨¢ un Parlamento interino antes de redactar una Constituci¨®n y organizar elecciones, quiz¨¢ en un par de a?os.
El acuerdo de Petersberg es tan modesto como esperanzador. Modesto no s¨®lo porque lo estimen as¨ª los propios representantes de la ONU, que enfatizan la diferencia entre el compromiso logrado en los salones de la antigua capital alemana y su puesta en pr¨¢ctica en un pa¨ªs desmembrado, en el que combaten diferentes ej¨¦rcitos feudales -incluso ahora mismo entre s¨ª, en Jalalabad y Mazar-i-Sharif-, cada uno obediente a su cabecilla. Su precariedad anida tambi¨¦n en el hecho de que la Alianza norte?a, ¨¦tnicamente minoritaria, pero due?a del territorio, copa los puestos clave: Interior, Defensa, Exteriores. Y en que cabe interrogarse sobre la aparente avenencia de su l¨ªder, Burhanuddin Rabbani, que, de ser el te¨®rico presidente del pa¨ªs reconocido por la ONU, pasa a un puesto de figurante. El propio Rabbani, desde Kabul, ha ido marcando en buena medida la agenda de Bonn con sus exigencias.
Pero el pacto es tambi¨¦n esperanzador, aunque infinidad de cuestiones importantes est¨¦n por perfilar. Si el germen de Gobierno se instala sin problemas en la capital afgana, algo previsto el 22 de diciembre, podr¨¢ comenzar su desmilitarizaci¨®n y la distribuci¨®n regular de ayuda humanitaria a millones de personas, e iniciarse la restauraci¨®n de una suerte de orden no sectario, las dos cosas que los afganos necesitan m¨¢s desesperadamente. El despliegue de una fuerza internacional con mandato de la ONU, otra de las previsiones, tendr¨¢ que esperar a que Washington lo considere oportuno. El mando estadounidense, centrado en el desplome total talib¨¢n y la eventual captura de Bin Laden, ha puesto el veto a que en las actuales circunstancias lleguen nuevos soldados a Afganist¨¢n.
Bonn est¨¢ sideralmente lejos de Kabul, y se ha sembrado una semilla de concordia con la esperanza de que arraigue en un terreno laber¨ªntico y distante. En cualquier caso, por rudimentario que sea inicialmente el nuevo orden, pactado al fin y al cabo bajo la tutela de las potencias democr¨¢ticas, siempre mejorar¨¢ la infamia talib¨¢n y la anarqu¨ªa dominante durante una d¨¦cada. Como los afganos tienen todos los motivos para desconfiar de grandes promesas, la conferencia sobre la reconstrucci¨®n de su pa¨ªs que acaba de comenzar en Bonn debe llenar de sustancia el marco pol¨ªtico general. La comunidad internacional no puede hacer hoy ning¨²n regalo mejor a Afganist¨¢n que decidir una r¨¢pida, generosa y eficaz ayuda econ¨®mica.
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