La dificultad de ser perro
Hay tres aspectos de la vida diaria que incentivan mi lado mis¨¢ntropo: el llanto convulsivo de los beb¨¦s en los restaurantes, en las salas de espera y en los trenes, as¨ª como la mirada c¨®mplice con que sus padres buscan la sonrisa de las v¨ªctimas; la impuntualidad (el ¨²nico caso, seg¨²n Cioran, en que la pena de muerte est¨¢ justificada), y el alto nivel de civismo que pretenden demostrar algunos ciudadanos gru?ones acusando a los perros de morder siempre a los transe¨²ntes desprevenidos, de defecar siempre en las aceras, en los parques o enfrente del portal de su casa, y de romper siempre con sus aullidos las horas de reposo o sue?o. Ni lo primero ni lo segundo suele aparecer en las p¨¢ginas de los peri¨®dicos, porque nadie protagoniza ning¨²n episodio de violencia a pesar de que, por ejemplo, la mesa de al lado est¨¦ ocupada por unos padres inconscientes que no han querido contratar los servicios de una canguro y ahorrar as¨ª el trasnoche y la extra?eza de su reto?o de pocos meses, y nadie se ha decidido, que se sepa, a poner en pr¨¢ctica el consejo de Cioran.
Los amantes de los perros no est¨¢n bien vistos. Y sin embargo, la literatura est¨¢ llena de ellos
S¨ª sucede, en cambio, que los perros ocupen alg¨²n espacio en la prensa, pero en las p¨¢ginas de sucesos y como art¨ªfices de incidentes luctuosos. O bien con cierta sorna piadosa mediante la cual se evidencia que su propietario, ya sea por las atenciones se?oriales que concede a su can, ya sea porque ha decidido que su compa?¨ªa ¨¦s m¨¢s satisfactoria que otras al uso, est¨¢ aquejado de alg¨²n mal cercano a la demencia. No es de extra?ar, entonces, que se llegue con frecuencia a la sospecha de que encari?arse con un perro sea un asunto tan pol¨ªticamente incorrecto como los votos a seguir siendo, mientras el cuerpo lo permita, un entusiasta fumador. Por eso es de agradecer que alguien (F¨¦lix Mart¨ªnez, en una carta al director publicada en este peri¨®dico el 30 de noviembre) defienda el derecho de pasear a su perro en una zona libre de tr¨¢fico y otros peligros colaterales, y que denuncie, de paso, la arrogancia y la impunidad que los ciclistas creen poseer por el simple hecho de ejercitar un deporte y no contaminar con gases perniciosos el medio ambiente (y d¨ªa habr¨¢ en que se hable de las molestias y los riesgos que ocasionan a los conductores de autom¨®viles las imprudencias de los ciclistas que no respetan, por ejemplo, la obligatoriedad de circular en fila india por la carretera). Por eso, tambi¨¦n, es de agradecer que la editorial Alba, siguiendo los pasos de aquella tradici¨®n navide?a que consiste en publicar libros relacionados con el mundo animal mientras se invoca una supuesta ternura, ofrezca al lector que no se averg¨¹ence de congeniar con la sociedad canina un libro escrito por Roger Grenier y titulado La dificultad de ser perro.
Sabido es que en Francia los perros no arrastran el pecado de comparecer ante la opini¨®n p¨²blica como un animal salvaje y condenado a la humillaci¨®n o a los malos tratos, sino que hoteles y restaurantes les franquean la entrada sin reticencia alguna (al m¨ªo, si no simp¨¢tico, s¨ª educado, silencioso y con la p¨¢tina de mundanidad que confiere la experiencia, le place ensimismarse con el trasiego de los camareros). Y quien lea el recorrido que traza Roger Grenier alrededor de los perros de los escritores y los perros de ficci¨®n sabr¨¢, en primer lugar, que el perro es un alma desasosegada porque no entiende lo que le rodea, pero que tambi¨¦n es un alma que se recupera, se tranquiliza y se emociona cuando oye las palabras que desea o¨ªr. Y entonces conocer¨¢ el repertorio de an¨¦cdotas que compila el autor: sabr¨¢ que Raymond Queneau rechaz¨® un premio porque Ta?-Ta?, su perra tibetana, acababa de morir; se sorprendr¨¢ con las aficiones de Toby, el desdichado perro de Andr¨¦ Gide, que al fracasar en todos sus intentos de seducci¨®n tuvo que conformarse con amar a una vieja gata, y descubrir¨¢ que el m¨ªtico editor Claude Gallimard iba al trabajo en compa?¨ªa de su cocker spaniel, agradable y pac¨ªfico siempre y cuando no coincidiera con Louis Aragon: no cabe duda de que los perros poseen un excelente olfato.
Grenier se centra casi exclusivamente en casos relativos a Francia, pero quien se haya dedicado a confeccionar un censo perruno universal echar¨¢ en falta la presencia, al menos, de dos hero¨ªnas imprescindibles: Niki, la memorable perra cuyo nombre da t¨ªtulo a una novela de Tibor D¨¦ry, una foxterrier que sufre el terror estalinista de Budapest -y habr¨¢ aqu¨ª que mencionar, recuerden las novelas de Milan Kundera, la represi¨®n comunista contra los perros, vilipendiados y perseguidos porque eran un consumidor superfluo y, sobre todo, porque poseer un perro de adorno era un signo de repliegue en uno mismo, y la pastor alem¨¢n que aparece en las p¨¢ginas de Vales tu peso en oro, una intensa e imprescindible novela de J. R. Ackerley con la cual su autor volvi¨® a la escritura al cabo de mucho tiempo porque por fin, explicaba, le hab¨ªa sucedido algo digno de contarse: su convivencia con la exigente y severa perra Tulip.
Si restara el tiempo que he estado paseando a los tres perros que han convivido conmigo (muchos a?os cada uno porque los tres han sido felices), ser¨ªa mucho m¨¢s joven. Pero entonces desconocer¨ªa que pasear un perro o saberlo con paciente exigencia a mi lado son dos excelentes estrategias para apaciaguar los ataques de misantrop¨ªa. Y puede que no recordara que, a pesar de todos los avatares encarnizados con que los dioses pusieron a prueba el talante aventurero de Ulises, las ¨²nicas l¨¢grimas que derram¨® el h¨¦roe por excelencia fue cuando, al llegar a ?taca, reencontr¨® a su amigo Argos: decr¨¦pito y envejecido, yaciendo despreciado sobre un cerro de esti¨¦rcol, sin fuerzas para moverse, nada pudo impedir que alzara las orejas y coleara con amor. Y aunque Homero no lo diga, todos los amantes de los perros sabemos cu¨¢n intenso fue el brillo de sus ojos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.