La casa y el mundo
Que la CIA y sus aviesas, siniestras manipulaciones en los m¨¢rgenes de la legalidad han ocupado gran parte del imaginario del siglo pasado est¨¢ fuera de toda duda. Como lo est¨¢, igualmente, la escasa simpat¨ªa que el cine americano, tal vez por aquello de que sus hombres rara vez van de frente, le ha dispensado, en general, frente al hero¨ªsmo que suelen mostrar las haza?as de otros servidores p¨²blicos.
O, dicho de otra manera, que aunque para la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n estadounidense no caben dudas sobre que la tal organizaci¨®n debe existir para salvaguardar sus sue?os imperiales, nada desear¨ªan m¨¢s que el silencio sobre sus actividades. De la CIA y de ese curioso sentimiento de rechazo que despierta habla esta pel¨ªcula, dirigida por un Tony Scott mucho m¨¢s contenido de lo que nos tiene acostumbrados: ni ampulosos movimientos de c¨¢mara, ni fragmentaci¨®n demencial del plano, ni estridencia en la banda sonora. Si el hermano menos dotado de Ridley Scott ha hecho alguna vez una pel¨ªcula sosegada, que permita al espectador contemplar lo que le propone, sin duda alguna es ¨¦sta.
SPY GAME
Director: Tony Scott. Int¨¦rpretes: Robert Redford, Brad Pitt, Catherine McCormack, Stephen Dillane, Larry Briggman G¨¦nero: Thriller, EE UU, 2001. Duraci¨®n: 115 minutos.
La historia que articula Spy game es simple: los desvelos de un veterano agente (Redford), en el ¨²ltimo d¨ªa antes de su jubilaci¨®n, para impedir que los responsables de la CIA se desentiendan de la suerte de un agente (Pitt) pillado in fraganti por la polic¨ªa china y expeditivamente condenado a muerte. Lo que el filme desvelar¨¢ poco a poco, como una cebolla va librando sus sucesivas capas hasta permitir ver su jugoso n¨²cleo, es una doble inc¨®gnita: una, por qu¨¦ ese agente ha hecho lo que ha hecho; dos, por qu¨¦ un hombre con todo en la mano para disfrutar de un ocaso vital dorado se compromete tanto por la suerte del otro.
Con una estructura de sucesivos flash-backs que iluminan el pasado, y que a alg¨²n purista de la narraci¨®n cl¨¢sica le pueden poner de los nervios, y con una peripecia que, a pesar de transcurrir casi siempre en escritorios y oficinas, resulta siempre trepidante, Scott compone una historia cuyo inter¨¦s jam¨¢s decrece. Como es norma, todo el peso de lo narrado reposa sobre Redford, excelente, y, en menor medida, sobre Pitt; y de que el espectador se crea la peculiar relaci¨®n maestro-disc¨ªpulo que ata a ambos depende mucho que su inter¨¦s no decaiga.
Redford sale bien parado, tanto como para hacer que su venganza sea, de alguna manera, tambi¨¦n la nuestra: en¨¦sima versi¨®n del h¨¦roe individual enfrentado a una compleja, pesada maquinaria deshumanizada, la pel¨ªcula se eleva por encima de contingencias ideol¨®gicas para, en un inteligente juego de sustituciones, poner al espectador en el centro mismo de la intriga, lo que le garantiza lo que rara vez alcanza este tipo de ficciones: atenci¨®n, inter¨¦s, adhesi¨®n.
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