?Has visto qu¨¦ extra?o color tiene el cielo?
UN TENUE SISEO ANUNCIA la apertura de una compuerta. Haciendo o¨ªdos sordos a cualquier protocolo de seguridad y sin estimaci¨®n del posible riesgo de contaminaci¨®n biol¨®gica, la tripulaci¨®n del Carguero de los Planetas Unidos, C57-D, desciende sobre la superficie del planeta Altair-IV. '?Has visto qu¨¦ extra?o color tiene el cielo?', inquiere uno de los protagonistas del filme de ciencia ficci¨®n Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956), sin traje presurizado. Y es que, ?qui¨¦n no se sorprender¨ªa ante la perspectiva de un cielo verde?
Estamos tan habituados al color del cielo que nos parece dif¨ªcil imaginarlo de otra forma. Y sin embargo, las razones por las que el cielo terrestre es azul distan mucho de ser triviales. En 1865, el f¨ªsico escoc¨¦s James Clerk Maxwell desarroll¨® la teor¨ªa electromagn¨¦tica de la luz, que ven¨ªa a reafirmar la naturaleza ondulatoria de la luz y su capacidad de desplazamiento por el vac¨ªo (a diferencia de una onda mec¨¢nica, como el sonido, cuya propagaci¨®n est¨¢ condicionada a la presencia de un medio material). La teor¨ªa de Maxwell permit¨ªa explicar de forma natural c¨®mo la luz emitida por el Sol llegaba a la Tierra tras cruzar un vac¨ªo de cerca de 150 millones de kil¨®metros...
Im¨¢genes de las misiones Apolo en la superficie lunar o de cosmonautas y astronautas euf¨®ricos ejecutando paseos espaciales bajo el fondo de estrellas, nos han mostrado que, fuera de la atm¨®sfera terrestre, el cielo es negro: la luz emitida por el Sol no se dispersa y llega directamente a nuestros ojos (o para el caso, a una c¨¢mara de televisi¨®n) sin desviarse. Por el contrario, cuando la luz solar alcanza la Tierra, impacta con las mol¨¦culas de la atm¨®sfera terrestre y, como resultado, se dispersa. Dispersi¨®n que, tal como demostr¨® lord Rayleigh, sucesor de Maxwell en Cambridge, afecta m¨¢s a las altas frecuencias (azules, violetas) que a las bajas (rojos, naranjas) que integran parte del espectro de la luz solar. Esta dispersi¨®n de la luz, sin olvidar la mayor sensibilidad del ojo humano al azul frente al violeta, confiere al cielo terrestre su caracter¨ªstico color.
Pero no todos los mundos presentan un cielo azul. Cu¨¢l fue la sorpresa de los cient¨ªficos a cargo de las primeras sondas Viking que se posaron en Marte al recibir las primeras im¨¢genes tras el aterrizaje y constatar que el cielo marciano era... ?azul! No se inquieten: cuesti¨®n de calibraci¨®n. El cielo marciano tiende a ocre. Su coloraci¨®n se debe a la apreciable presencia de polvo ferroso en suspensi¨®n. ?Es posible un cielo verde como el del hipot¨¦tico Altair-IV o el de Bronson Beta, el planeta de tipo terrestre de la novela When worlds collide (1932), de Philip Wylie y Edwin Balmer? Puede. Una atm¨®sfera qu¨ªmicamente distinta a la terrestre podr¨ªa tender a resaltar los tonos verdes: por ejemplo, la presencia de vapor de agua acent¨²a los tonos verdosos al absorber parte de las frecuencias rojas.
Tambi¨¦n el Sol ofrece un curioso espect¨¢culo ¨®ptico. Los amantes de rom¨¢nticas puestas (o salidas) de Sol habr¨¢n notado c¨®mo el disco solar se ti?e de tonos rojizos durante el ocaso (o al alba). Cerca del horizonte, la luz solar tiene que atravesar una mayor cantidad de atm¨®sfera que cuando el astro rey se encuentra a mayor altura. El mismo efecto de dispersi¨®n que confiere al cielo su color azul es ahora responsable del empobrecimiento de la luz solar, que pierde gran parte de su contenido azul, y resaltando esos tonos rojizos tan caracter¨ªsticos. Si alguien afirma haber visto el cielo fucsia o amarillo al mediod¨ªa, aseg¨²rese primero de que se ha quitado sus gafas de sol.
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