Contemplaci¨®n
CON LAS IDAS y venidas de una sacristana vigilante, que se hac¨ªa visible con regularidad peri¨®dica, emergiendo, cada vez, de entre las sombras, el escritor W. G. Sebald, seg¨²n cuenta en su ¨²ltimo libro V¨¦rtigo (Debate), estuvo contemplando el fresco que Pisanello pint¨® hacia el a?o 1435 en la entrada de la capilla de los Pellegrini, en la iglesia de Santa Anastasia, de Verona. Sebald reconoce que hab¨ªa ido a Verona para rever esta pintura que le obsesionaba, porque 'ya hac¨ªa a?os que las im¨¢genes de Pisanello hab¨ªan despertado en mi interior el deseo de poder renunciar a todo excepto a la contemplaci¨®n'.
Lo que se representa en dicho fresco es la leyenda sacra del encuentro de san Jorge con la princesa, hija del rey de Silca, en Libia, cuando ¨¦sta acud¨ªa a entregarse en sacrificio para calmar los furores del drag¨®n que atosigaba la ciudad. En su primorosa representaci¨®n del hecho, Pisanello no se aparta de lo que narraba al respecto Santiago de la Vor¨¢gine, en su Leyenda dorada, aunque imagina muchos detalles ambientales del suceso, como las murallas de la ciudad al fondo, a cuyas puertas hay un pat¨ªbulo en el que penden dos ahorcados, el cortejo de caballeros armados con sus cabalgaduras que desped¨ªan a la desdichada princesa y el variado elenco de animales que los acompa?aban.
Sebald elogia el excelso sentido realista con que Pisanello supo abordar cada detalle, pero, finalmente, confiesa haberse quedado prendado con la mirada que desv¨ªa san Jorge, mientras monta en su caballo, en direcci¨®n al temible drag¨®n acechante, del que la princesa, que se nos muestra de perfil, no ha apartado ni un momento sus ojos, por completo absorta.
Unas p¨¢ginas m¨¢s adelante, Sebald relata tambi¨¦n su visita, en esta ocasi¨®n, a los frescos que pint¨® Giotto, hacia 1305 y 1306, en la capilla de Enrico Scrovegni, en la Arena de Padua. All¨ª Sebald nos describe apropiadamente los m¨¦ritos del genial artista florentino, pero, de nuevo, declara que lo que m¨¢s le sorprendi¨® 'fue el lamento silencioso que elevan los ¨¢ngeles, suspendidos, desde hace casi setecientos a?os, sobre la desgracia infinita. En el silencio de la sala se pod¨ªa escuchar este lamento como si de un estampido se tratase. Los mismos ¨¢ngeles, en su dolor, hab¨ªan contra¨ªdo tanto las cejas, que parec¨ªan unir los dos ojos'.
Mirada desviada del palad¨ªn, mirada fija de la princesa o mirada arrasada de los ¨¢ngeles que visitan la escena de la desgracia: he aqu¨ª los ojos escrutadores de la pintura, un arte tr¨¢gico, de irreparables visiones. En la tercera estrofa de su poema 163, de la antolog¨ªa biling¨¹e de Emily Dickinson, que ha preparado Manuel Villar y se ha publicado con el t¨ªtulo Cr¨®nica de plata (Hiperi¨®n), podemos leer: 'Lo Interno - pinta lo Externo - / El Pincel sin la Mano - / Produce el Cuadro - tan exacto - / Como la Marca Interna'.
?Qu¨¦ v¨¦rtigo el de esta mirada, el de esta contemplaci¨®n sin contemplaciones!
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