'La Giganta' de Cuevas, nuestra diosa moderna
La Giganta de Jos¨¦ Luis Cuevas pertenece a la gran tradici¨®n del arte mestizo, indoeuropeo, de M¨¦xico. Su serenidad es enga?osa. Nos pide en silencio escuchar el gran grito del origen, cuando, en la cultura mediterr¨¢nea, pero tambi¨¦n en la mesoamericana, la Oscuridad es lo primero, y de la Oscuridad y el Caos unidos carnalmente nacen el d¨ªa y la noche y de la Oscuridad y la Luz emergen el crimen, la muerte, la castidad, el sue?o, la alegr¨ªa, la amistad, la piedad, el crimen y la muerte. Y la madre tierra es hija, como lo es el mar, como lo es el firmamento, de la luz y del aire. Y de la Tierra y el Infierno copulados naci¨®, en fin, la Giganta.
El mito mediterr¨¢neo en poco se diferencia del mito mesoamericano. En el principio era la nada, dice el Popol-Vuh. Entonces los dioses se reunieron y crearon la noche y el d¨ªa, el mundo y cuanto en ¨¦l hay. Pero la sabidur¨ªa humana siempre ha sabido distinguir el mundo (lo que se crea) de la tierra (lo que es). Puede haber tierra sin mundo: sin creaci¨®n. Pero no puede haber mundo -creaci¨®n- sin tierra que la sostenga. Una de las primeras y m¨¢s poderosas impresiones de la obra maestra de Jos¨¦ Luis Cuevas, La Giganta, es la de la uni¨®n serena, en apariencia, de Tierra y Mundo, en una figura colosal, fecunda, materna.
Los gigantes intentan asaltar el cielo, adue?arse de la Creaci¨®n que les dio vida
Digo s¨®lo en apariencia. Hay un tumulto escondido bajo la piel de metal y la mirada lejana de La Giganta. Es el estruendo de la creaci¨®n que no cesa. Y no cesa porque, capturada entre las dos civilizaciones -los dos sue?os, las dos memorias- de M¨¦xico, La Giganta no acepta la consumaci¨®n de la s¨ªntesis indo-mediterr¨¢nea, la elabora y reelabora, la apacigua s¨®lo para sobresaltarla mejor, para sorprenderla en su flujo inm¨®vil.
?Qu¨¦ mira La Giganta de Cuevas? Con un ojo sereno, se ve a s¨ª misma emergiendo del Caos, pariendo a Urano que, mientras duerme su madre, hace llover la fertilidad desde la vagina y el ano y el or¨ªn de la madre a fin de que sea la madre el origen de los frutos y las bestias de la tierra. Asimismo, las diosas mexicanas de la fertilidad -Cipactli, Xochiquetzal- son se?oras de la tierra florida, madres pr¨®digas que hacen llover la abundancia sobre la tierra.
Pero el ojo perverso de La Giganta ve un oscuro destino. Los primeros hijos humanos de la Tierra Madre mediterr¨¢nea son los gigantes con cien manos cada uno, constructores de alt¨ªsimas murallas y ardientes herrer¨ªas. Los gigantes intentan asaltar el cielo, adue?arse de la Creaci¨®n que les dio vida. Zeus los condena -¨¢ngeles rebeldes, luciferinos- al infierno, pero no los puede derrotar mientras no abandonen su suelo natal. El Gigante necesita, como el vampiro la noche y la sangre, la tierra del origen para renacer constantemente. Zeus convoca a H¨¦rcules, el ¨²nico h¨¦roe capaz de atraer al Gigante fuera de su terreno y vencerlo. Pero donde se paran los Gigantes, el suelo arde y la forma del Gigante muerto es una monta?a de carb¨®n ardiente con pin¨¢culo de ceniza. Es el volc¨¢n mexicano.
Coatlicue, la Tierra Madre mexicana, no pare gigantes. Ella misma es un Gigante y asume todas las contradicciones y tensiones del mito de fundaci¨®n. Su falda es de serpientes, habitantes de las Cuevas (may¨²scula intencionada, impresor). Nada le pertenece, pero todo lo da. Es madre de la abundancia, pero tambi¨¦n del hambre. Su consorte Tlatecutl es el nombre de una sepultura de fauces abiertas para penetrar el infierno, Mictlan. Sus hijos, crey¨¦ndola embarazada tard¨ªamente, se rebelan y deciden matarla. La hija fiel, Coyolhauqui, corre a advertirle a la Giganta: tus hijos te van a matar. La joven Diosa de las Campanas de Oro se cruza con el temible hermano reci¨¦n nacido, Huitzilopochtli el Mago Colibr¨ª, quien la asesina, arroj¨¢ndola a una barranca donde la hija fiel de la Giganta yace rota en mil pedazos, al pie de los s¨®tanos de M¨¦xico.
La Giganta de Jos¨¦ Luis Cuevas ve correr la sangre del tiempo fertilizando la tierra. Es, mediterr¨¢nea y mexicana; una Giganta mestiza que re¨²ne en un haz nuestras dos culturas y las revive como drama cotidiano de la ciudad que ella preside desde el antiguo centro de Tenochtitl¨¢n, capital de los Aztecas, y la Ciudad de M¨¦xico, capital de la Nueva Espa?a.
Con una intuici¨®n genial, Cuevas ha dotado a nuestra ciudad moderna, asfixiada, en expansi¨®n incontenible, ciudad de basura y oro, de tezontle y cemento, de primavera mortal, de transparencias perdidas, una gran Diosa de la conflictiva modernidad mexicana, hermana y rival de la Coatlicue que, cegada por un nudo de serpientes, mira al pasado de la ciudad, en tanto que la nueva Coatlicue de Cuevas, plantada en el presente, mira hacia un futuro sin m¨¢s esperanza que la multiplicaci¨®n de Eros en M¨¦xico DF. Pues La Giganta de Cuevas, cruce de caminos de mitos, historias, mutaciones, derrotas, fatalidades y libertades, alegr¨ªas y duelos, sue?os y vigilias, miserias y grandezas mexicanas, mira hacia el porvenir como si fuese due?a del Or¨¢culo Chilango, confiada en que de la sensualidad del arte -el reino por venir de Eros- renazca la ciudad humana, vivible, respirable. Pues quien bese a la Giganta, reinventar¨¢ la Tierra.
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