Y ahora, ?qu¨¦?
Parece que una fase de las operaciones de Afganist¨¢n ha llegado pr¨¢cticamente a su fin. El r¨¦gimen de los talibanes se ha derrumbado. Pero lo cierto es que no sabemos lo que ha sucedido realmente en ese pa¨ªs durante cerca de dos meses. La informaci¨®n ha sido manipulada y convertida en propaganda. De todas formas, esa propaganda ha fallado el objetivo: excepto quiz¨¢ en Estados Unidos, en el resto del mundo no ha logrado convencer a la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica de que la guerra contra Afganist¨¢n era una guerra justa. Ni siquiera la aplicaci¨®n con que los Gobiernos occidentales han secundado al norteamericano ha logrado el convencimiento de sus opiniones p¨²blicas. Si acaso, en ¨¦stas ha dominado el fatalismo y la resignaci¨®n ante los excesos de la superpotencia. Y lo m¨¢s peligroso para el prestigio de ¨¦sta, a la tragedia estremecedora de las Torres Gemelas, tan gr¨¢ficamente presentada durante semanas en las televisiones, ha terminado superponi¨¦ndose el drama de Afganist¨¢n bajo las bombas de siete mil kilos, que han tenido que producir muchas m¨¢s v¨ªctimas que las registradas en Nueva York.
Por m¨¢s que la propaganda se esfuerce, a la larga, esta absurda guerra contra un pa¨ªs devastado ya antes del inicio quedar¨¢ como una dura venganza del orgullo herido de un Estado que se hab¨ªa cre¨ªdo invulnerable y descubri¨® de pronto que no lo era tanto: una venganza en la que el 'ojo por ojo y diente por diente' se han multiplicado por mucho.
Cuando escribo estas l¨ªneas, se ignora todav¨ªa si Bin Laden est¨¢ en Tora Bora o si ha desaparecido, lo que permite pensar que si el personaje era el verdadero objetivo, quiz¨¢ hubiera sido m¨¢s eficaz para capturarle una vasta operaci¨®n de polic¨ªa y servicios de informaci¨®n militar, que habr¨ªan ahorrado muchos miles de vidas.
De toda la niebla informativa, tras un an¨¢lisis de lo poco que se ha filtrado, emerge un hecho importante: los afganos -talibanes, muyahidines pastunes, tayikos, uzbekos- han luchado muy poco entre s¨ª. La Alianza del Norte avanz¨® hasta Kabul, casi sin combatir, con los tanques y ca?ones que le suministraron los rusos, cuando la aviaci¨®n y la flota americanas aplastaron ciudades y reductos talibanes y ¨¦stos se vieron obligados a retirarse. La Alianza del Norte ocup¨® territorios abandonados ya por el enemigo. Luego, en Kandahar, los talibanes resistieron firmemente hasta que las bombas no dejaron nada en pie. Los pastunes no entraron combatiendo. Sus milicias estaban divididas entre varios se?ores tribales que ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo para realizar alguna operaci¨®n coordinada. Se dijo que en un momento los talibanes negociaron su rendici¨®n, pero, por lo que se ha podido ver, lo que negociaron fue su retirada con armas y bagajes, ya que las ¨®rdenes en contra del Pent¨¢gono no fueron cumplidas por nadie.
Uno de los acontecimientos m¨¢s turbios y comprometedores para EE UU fue la matanza de 600 talibanes en la fortaleza de Mazar-i-Sharif. Si los talibanes encerrados en ella ten¨ªan armas para sublevarse es que no hab¨ªan sido desarmados, y esto s¨®lo se explica si, como en Kandahar, el compromiso con ellos era permitirles retirarse. De lo contrario, si se hab¨ªan rendido realmente, ten¨ªan que estar desarmados, y si entonces se rebelaron y arrebataron el arma a algunos de sus guardianes es que vieron que iban a ser masacrados y decidieron hacerles pagar cara su muerte. En todo caso, fue un asesinato en masa, en el que quien daba las ¨®rdenes no era ya un jefe afgano, sino un oficial americano de la CIA, que tambi¨¦n pereci¨®.
La actitud de los diversos grupos afganos en esta guerra deja prever la fragilidad de los acuerdos impuestos en Bonn, la inestabilidad de los equilibrios alcanzados. No hay que olvidar que los sovi¨¦ticos tambi¨¦n ocuparon con sus tropas los centros fundamentales del pa¨ªs; lo que no pudieron aguantar fue el hostigamiento guerrillero permanente y la baja de la moral del Ej¨¦rcito de ocupaci¨®n, minado poco a poco por la hostilidad popular y por la drogadici¨®n que penetr¨® entre sus soldados en un pa¨ªs productor de opio en abundancia. Lo mismo exactamente podr¨ªa sucederle a cualquier ej¨¦rcito que venga ahora a ocupar el pa¨ªs. Una de las cosas en que puede tener raz¨®n Bush es en que aquello a¨²n no ha terminado.
Y ahora, ?qu¨¦ va a suceder? Algo muy alarmante es el p¨¢nico sembrado deliberadamente por la Administraci¨®n de Bush entre la poblaci¨®n norteamericana. La alusi¨®n constante al peligro de que los terroristas utilicen armas biol¨®gicas e incluso nucleares, la explotaci¨®n publicitaria de algunos casos de ¨¢ntrax, los intentos de propagar ese p¨¢nico en Europa. Tras la conmoci¨®n del 11-S se ha fomentado una histeria general en torno a la seguridad amenazada, que ha permitido a Bush arrogarse poderes dictatoriales e introducir recortes de la democracia y otorgar facultades extraordinarias a los militares norteamericanos. Hechos demostrativos de que esta guerra, que se declar¨® en nombre de la libertad, la democracia y hasta la civilizaci¨®n, est¨¢ da?ando precisamente estos valores, que cre¨ªamos asegurados despu¨¦s de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Es un hecho pat¨¦tico que estemos presenciando ataques brutales a los derechos humanos sin reaccionar, con la pasividad cobarde de que 'la guerra es la guerra y en ella las mayores atrocidades son inevitables'.
?Por cu¨¢nto tiempo vamos a seguir callando que esta guerra no est¨¢ justificada, que es inaceptable que los EE UU vayan ampliando d¨ªa a d¨ªa los objetivos, los pa¨ªses a bombardear, con la complicidad o el silencio de otros Gobiernos? ?Hasta cu¨¢ndo vamos a aceptar que se disponga de tropas internacionales para ocupar, como si fueran legiones romanas, pa¨ªses que la Administraci¨®n de Bush defina como terroristas?
Hace falta que Europa recupere una voz propia, aut¨®noma, de paz frente a tanto disparate. Es este continente, al que sus propios dramas internos y la historia han dotado de rica experiencia, quien debe alzar la voz para parar tanta insensatez.
Poner fin a la guerra no significa renunciar a luchar contra el terrorismo, primero con las armas de la pol¨ªtica y luego con las acciones de polic¨ªa necesarias dentro de las reglas del Estado de derecho y manteniendo lazos de solidaridad con la colectividad internacional.
Si Europa no reacciona y se pone a la altura del que deber¨ªa ser su papel, si esta guerra se prolongase los diez a?os de que ha hablado la Administraci¨®n norteamericana, terminar¨ªa produci¨¦ndose una tremenda fractura en nuestras sociedades entre gobernantes y ciudadanos. Alguien est¨¢ jugando con fuego, olvidando que tras las grandes guerras han solido producirse grandes revoluciones.
Santiago Carrillo ha sido secretario general del PCE.
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