La tumba de la peseta est¨¢ en Girona
Una exposici¨®n repasa la historia y el anecdotario de la moneda
El creador de la peseta puede despertar el rencor de los despose¨ªdos. Este sentimiento era quiz¨¢ el que anidaba en unos desconocidos que hace algunos a?os arrancaron una l¨¢pida del pante¨®n neog¨®tico de la plaza central del cementerio de Girona en el que se dejaba marm¨®rea constancia de que los restos all¨ª sepultados eran los de Laure¨¤ Figuerola Ballester (Calaf, 1816-Madrid, 1904), ministro de Finanzas tras el derrocamiento de Isabel II e impulsor del decreto que en 1868 convert¨ªa la peseta en la unidad monetaria de Espa?a.
La muerte anunciada de la peseta ha descorrido el velo del olvido ante la figura de Laure¨¤ Figuerola y, por ende, ante su tumba. Pocos recordaban que los restos embalsamados del c¨¦lebre ministro fueron trasladados a Girona en un tren correo para ser sepultados junto a los de su esposa, Teresa Barrau, hija de los propietarios de la primera f¨¢brica de gas de la ciudad.
La exposici¨®n De la pesseta a l'euro, que puede verse en la Fundaci¨®n Caixa de Girona hasta el 19 de enero, rememora las vicisitudes del fundador de la peseta en el contexto de una atractiva exhibici¨®n numism¨¢tica en la que conviven la historia y la nostalgia. La exposici¨®n, de la que es comisario Xavier Ord¨®?ez, repasa los or¨ªgenes de la moneda, as¨ª como su incierta y pol¨¦mica etimolog¨ªa.
?'Pe?a' o peso?
Mientras que historiadores como Pierre Vilar y el diccionario Espasa del origen de las palabras apuestan por la procedencia catalana de la palabra peseta, el reputado fil¨®logo Joan Coromines neg¨® que sea un catalanismo o un diminutivo de pe?a y aseguraba que es inseparable del americano peso. El diccionario Espasa advierte de que los etim¨®logos que defienden esa ¨²ltima explicaci¨®n olvidan que 'el sufijo diminutivo -eta es catal¨¢n y la palabra castellana deber¨ªa haber sido pesita o pesilla'. Pol¨¦micas aparte, lo que s¨ª parece claro es que las primeras pesetas peninsulares eran catalanas, puesto que se acu?aron en Barcelona por orden del rey Jos¨¦ Bonaparte en 1808.
La exposici¨®n muestra las diversas variedades de monedas de los primeros a?os de vida de la peseta, as¨ª como los primeros billetes, que datan de 1874. Se explica el origen de la rubia, una moneda con la silueta de una mujer de larga cabellera rizada que cambi¨® su cl¨¢sico metal por una aleaci¨®n de lat¨®n dorado. La imaginaci¨®n popular no tard¨® en bautizarla. Sorprende la variedad de las emisiones locales de papel moneda que se llevaron a cabo durante la guerra civil. Las diversas caras de Franco en las monedas de la dictadura permiten comprobar, seg¨²n destaca Jordi Vilamitjana en el texto del cat¨¢logo, c¨®mo 'el bigote del caudillo se va suavizando con el tiempo'. Ya en la ¨¦poca democr¨¢tica, la exposici¨®n no deja de se?alar que mientras que las caras de Franco miraban hacia la derecha, las del rey Juan Carlos I miran hacia la izquierda.
Un apartado se dedica a recuperar el rastro que las monedas han dejado en el lenguaje popular, en el que tienen un lugar de honor los refranes. La exposici¨®n recuerda que hay cosas 'm¨¢s falsas que un duro sevillano', que 'qui t¨¦ duros fuma puros i qui no en t¨¦ fuma paper', que nadie 'vende duros a cuatro pesetas' y que 'el que no s¨®n pessetes son punyetes'. Tambi¨¦n se rememoran algunos juegos infantiles que requer¨ªan monedas.
Resulta ilustrativo el recorrido por el precio de determinados productos a lo largo de la historia. En 1889, por ejemplo, una pomada contra la calvicie costaba 25 pesetas; en 1973, un bol¨ªgrafo Bic se vend¨ªa a 7 pesetas, y en 1981, se pod¨ªa alardear de coche adquiriendo un Seat 131 Supermirafiori por 533.500 pesetas.
Contrariando la arraigada creencia de que todos los precios suben, se observa que algunos productos han moderado sus precios: un ordenador Olivetti de escasa potencia val¨ªa 329.400 en 1985 y un tel¨¦fono port¨¢til sal¨ªa por 69.900 hace nueve a?os.
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