S¨ªmbolos
En el ataque terrorista del 11 de septiembre contra objetivos situados en Estados Unidos hay un detalle que me llam¨® la atenci¨®n desde el primer momento. Me refiero al hecho de que los improvisados pilotos, a pesar de la enorme ruina que causaron, no pretend¨ªan de ning¨²n modo aniquilar el imperio. Hoy sabemos, en retrospectiva, que era f¨¢cil: en vez de lanzar los aviones sobre ambos edificios y sobre el Pent¨¢gono, les habr¨ªa bastado estrellarlos en tres centrales nucleares para que ahora Norteam¨¦rica fuese un erial. En otras palabras, el objetivo ¨²ltimo de aquella tremenda salvajada era sobre todo propagand¨ªstico: no buscaba destruir la riqueza y el poder, sino humillar el s¨ªmbolo de ambos.
Eso, el asalto a los s¨ªmbolos, es quiz¨¢ una de las caracter¨ªsticas fundamentales de la ¨¦poca desquiciada que vivimos, en la que paso a paso, pero sin descanso, van cayendo las certezas que hab¨ªan dominado hasta hace poco nuestras vidas. La gastronom¨ªa, por ejemplo. Bast¨® con que apareciese MacDonald's en el horizonte para que las ¨ªnfulas de cocina burguesa y exquisita desaparecieran del imaginario colectivo de gran parte de la juventud, reemplazadas por la inmediatez de la comida-basura que representan los big macs, y no fue algo casual si algunos militantes antiglobalizadores, capitaneados por el l¨ªder sindical campesino Jos¨¦ Bov¨¦, quemaron en Francia un restaurante MacDonald's. En realidad arremetieron contra el s¨ªmbolo, la letra M, al parecer culpable de propagar productos transg¨¦nicos y carne poco cat¨®lica.
Y hablando de catolicismo, ?qu¨¦ decir de cuando Madonna aparec¨ªa en los escenarios vestida de bragas y sost¨¦n y luciendo pendientes en forma de crucifijos? La cruz, el logotipo m¨¢s logrado y universal de todos los tiempos, pertenece en exclusiva a la Iglesia cat¨®lica, que se ha servido de ¨¦l para bien y para mal. Pero m¨¢s que la banalidad de su escasa vestimenta, lo subversivo en aquel sacrilegio de Madonna fue la utilizaci¨®n blasfema del s¨ªmbolo cristiano por excelencia, porque la liberaci¨®n sexual que preconiza su mensaje, en buena parte, necesitaba atacar a Roma.
Aqu¨ª, entre nosotros, el cura de un pueblo catal¨¢n -Godall- se ha encontrado hace poco al administrar la eucarist¨ªa con que unos gamberros hab¨ªan sustituido las hostias del c¨¢liz por una patata frita. Dec¨ªa Bajt¨ªn en su tesis sobre Rabelais que lo carnavalesco radica en poner el mundo al rev¨¦s a trav¨¦s del humor. Los siervos del medievo, sometidos al clero durante todo el a?o, celebraban misas sacr¨ªlegas los tres d¨ªas previos al mi¨¦rcoles de ceniza y, con impunidad, se burlaban de los curas. Este asunto se parece mucho al carnaval, es una reedici¨®n de aquellos tiempos. Qui¨¦n le iba a decir a Jes¨²s en la ¨²ltima cena que el simb¨®lico cuerpo de Cristo, vestigio m¨¢gico-antrop¨®fago de unas creencias milenarias que no acaban de encontrar su sitio en la posmodernidad, terminar¨ªa reducido en Godall a un vulgar acompa?amiento de hamburguesa...
Nothing Sacred, reza el t¨ªtulo original de una pel¨ªcula estupenda de William A. Wellman. Es verdad, ya nada es sagrado. S¨®lo me queda recordarle al arzobispo que vigile bien el brazo incorrupto de San Vicente M¨¢rtir en la catedral, pues a este paso alg¨²n gracioso terminar¨¢ d¨¢ndole el cambiazo por un jam¨®n serrano.
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