Qu¨¦ cient¨ªficos deben responder a las preguntas de la sociedad
La ciencia, cuya historia indica que se encuentra fuertemente correlacionada con el grado de civilizaci¨®n, cultura y democracia, no se rige por las normas formales de la democracia a la hora de decidir opciones pol¨ªticas. La comunidad cient¨ªfica se estructura conforme a un arraigado sistema de ¨¦lites, parecido en cierta medida al que rige en el tenis profesional. Est¨¢n estas ¨¦lites formadas por cient¨ªficos de prestigio reconocido, grupos investigadores de excelencia, revistas objetivamente jerarquizadas que conducen y validan el progreso del conocimiento, algunas empresas de vanguardia tecnol¨®gica, conocidas Academias de Ciencias y ciertas instituciones nacionales de investigaci¨®n y universidades. Cualquiera de estos grupos de dimensi¨®n y caracter¨ªsticas tan variadas es susceptible de ser calificado objetivamente, an¨¢logamente a como lo est¨¢n los diferentes torneos del circuito. La ciencia se reconoce en el impacto que la obra de cada uno tiene en la comunidad, impacto que se manifiesta en las referencias en las revistas de calidad, las invitaciones a conferencias internacionales especializadas, las solicitudes que se reciben para la realizaci¨®n de doctorados, las invitaciones a los consejos editoriales de las revistas y los premios internacionales y nacionales de prestigio.
Es cierto que, como consecuencia de la objetividad de la evaluaci¨®n de la calidad cient¨ªfica, todos los miembros bien informados de la comunidad est¨¢n en lo esencial de acuerdo con ella. As¨ª sucedi¨® en Espa?a tras la primera evaluaci¨®n de la labor investigadora del personal cient¨ªfico de las universidades y del Consejo.
Sin embargo, esto no implica, ni mucho menos, que siempre interese a la mayor¨ªa de los profesionales hacer p¨²blica esa conformidad. El argumento m¨¢s utilizado a la hora de buscar justificaciones para la diferencia de calidad es la desigualdad de circunstancias y ambientes en que se ha desarrollado el trabajo investigador. Pero, si bien la b¨²squeda de igualdad de oportunidades es la base de una sociedad justa, su ausencia no constituye un nuevo elemento a considerar en el m¨¦todo objetivo de la evaluaci¨®n de la calidad cient¨ªfica. La ciencia no es humanitaria ni se rige por los principios del derecho y la justicia. La ciencia es cr¨ªtica; a diferencia del saber tradicional, siempre se encuentra en el l¨ªmite de lo desconocido, del no saber y, por tanto, dispuesta a cambiar su bagaje de conocimientos. Pero, cuando algo est¨¢ s¨®lidamente establecido, toda la comunidad lo acepta. S¨®lo un experimento nuevo puede hacer tambalear el estado del arte. Ante estas consideraciones surge una cuesti¨®n importante: ?c¨®mo se enmarca el mundo cient¨ªfico dentro de la sociedad democr¨¢tica, en la que el derecho y la justicia constituyen sus pilares b¨¢sicos? ?ste es el objetivo y el arte de la pol¨ªtica cient¨ªfica que debe mantener una relaci¨®n fluida entre dos grupos tan heterog¨¦neos. Y debe ser elitista con los cient¨ªficos para, parad¨®jicamente, contribuir a la justicia en la sociedad.
Dentro de una rica diversidad de temas de debate convendr¨ªa aislar uno sumamente urgente para la buena interacci¨®n ciencia-sociedad. Se refiere a lo importante y trascendente que para la sociedad es reconocer qui¨¦nes son los cient¨ªficos de calidad. Dicha importancia se realza con los debates sociales sobre temas de alto contenido cient¨ªfico, como son la energ¨ªa, las vacas locas, los trasvases hidr¨¢ulicos, los tel¨¦fonos m¨®viles o el efecto de los campos electromagn¨¦ticos producidos por las l¨ªneas de alta tensi¨®n.
Para no ser ambiguo, enunciar¨¦ un ejemplo concreto y actual. Como es sabido, existe lo que se denomina cierta 'presi¨®n social' relativa al efecto que pudiera tener sobre la salud el campo electromagn¨¦tico producido por las l¨ªneas de alta tensi¨®n. En la opini¨®n p¨²blica y en decisiones pol¨ªticas e incluso judiciales influyen directamente algunos cient¨ªficos, por lo que resulta determinante su calidad. Baste leer, por ejemplo, el art¨ªculo de revisi¨®n de la revista m¨¢s prestigiosa de medicina, New England Journal of Medicine (volumen 337, p¨¢gina 37, 3 de julio de 1997), para conocer lo que es opini¨®n de la comunidad cient¨ªfica. En dicho art¨ªculo se concluye que no existe prueba alguna que relacione cualquier enfermedad grave con las l¨ªneas de alta tensi¨®n. Es m¨¢s, el art¨ªculo acaba con esta incisiva aseveraci¨®n: 'Tras 18 a?os de investigaci¨®n, se ha generado una considerable paranoia, pero no se ha adelantado nada en conocimiento. Es momento de parar el derroche de nuestras fuentes de investigaci¨®n y de reconducirlas a la investigaci¨®n de las verdaderas causas de la leucemia infantil'. De la misma forma, el Consejo de la Comunidad Europea, en sus Recomendaciones relativas a la exposici¨®n a campos electromagn¨¦ticos, de fecha 12 de julio de 1999, redactado tras escuchar las opiniones de los cient¨ªficos europeos de mayor prestigio, establece que no existe ninguna evidencia que permita relacionar la influencia de los campos electromagn¨¦ticos de 50 herzios (frecuencia correspondiente a la red de suministro) con la potenciaci¨®n de enfermedades graves.
Sin embargo, hay en Espa?a 'cient¨ªficos' que opinan que los campos producidos por las l¨ªneas de transmisi¨®n el¨¦ctrica son sospechosos de causar o potenciar enfermedades graves. Es obvio que existen interacciones entre los campos electromagn¨¦ticos y la materia viva, ya que la vida es b¨¢sicamente qu¨ªmica y la qu¨ªmica es exclusivamente electromagnetismo. Pero lo que la comunidad cient¨ªfica acepta es que no existen pruebas de que tales interacciones sean nocivas, por debajo de ciertos umbrales de intensidad (concretamente, 100 microteslas o un gauss para campos de 50 herzios). Siendo la posible nocividad la asociada a las corrientes inducidas en el organismo que podr¨ªan superar los l¨ªmites de tolerancia y nunca la supuesta potenciaci¨®n de supuestas enfermedades. No obstante, lo dicho por los 'cient¨ªficos' que opinan en contra de la comunidad y alertan del peligro de los campos electromagn¨¦ticos es lo que genera la aut¨¦ntica alarma social, la informaci¨®n de venta f¨¢cil, la simpat¨ªa de los grupos de mayor sensibilidad social y el c¨²mulo de confusionismo dentro del cual se acaba hablando de intromisi¨®n de campos electromagn¨¦ticos en los hogares, sin hablar de intensidades de campo. Por higiene intelectual, conviene recordar que tanto la luz como el calor que nos llegan de la llama de la chimenea son campos electromagn¨¦ticos que se introducen en nuestros hogares y en nuestra atm¨®sfera y, por cierto, nos dan la vida.
La hipersensibilidad a posibles perturbaciones del estado de salud de los ciudadanos constituye una laudable actitud c¨ªvica, s¨ªntoma de desarrollada conciencia democr¨¢tica y social. Si el Parlamento decidiese que la m¨ªnima sospecha es suficiente para tomar medidas dr¨¢sticas -de incalculables consecuencias- en contra de la transmisi¨®n de energ¨ªa el¨¦ctrica, todos lo aceptar¨ªamos con disciplina democr¨¢tica. Incluso aunque la sospecha carezca de la m¨ªnima base cient¨ªfica, ya que hay muchos aspectos condicionantes e importantes en la polis que se escapan de la ciencia. Pero salvemos a la sociedad del enga?o que consiste en hacerla creer que esta decisi¨®n est¨¢ basada en el conocimiento cient¨ªfico. Si bien lo que ning¨²n investigador puede decir con car¨¢cter universal y absoluto es que un efecto determinado no produce da?o, s¨ª puede y debe analizar la existencia de pruebas. Seg¨²n el informe elaborado este a?o en Madrid por la Real Academia de Ciencias, en el que se analizan los resultados de m¨¢s de cien art¨ªculos publicados en los ¨²ltimos cinco a?os en las m¨¢s prestigiosas revistas, no existen pruebas que muestren la relaci¨®n de los campos electromagn¨¦ticos con da?os conocidos cuando la intensidad de los campos es inferior a la indicada en las recomendaciones del Consejo de la Uni¨®n Europea.
Si alg¨²n cient¨ªfico dice que existen pruebas de que los campos generados por las l¨ªneas de alta tensi¨®n producen c¨¢ncer o cualquier otra enfermedad, aconsejo mirar con detenimiento el historial o curr¨ªculo de tal cient¨ªfico. Es casi seguro que no est¨¢ en el circuito, por emplear el lenguaje del tenis profesional al que estamos todos m¨¢s acostumbrados. De hecho, ese cient¨ªfico se sale y excluye de la comunidad cuando, al no aportar evidencias convincentes y novedosas para el resto de los especialistas, niega o contradice su estado actual de conocimiento. Aprovecha la caracter¨ªstica m¨¢s hermosa de la ciencia, como es su cautela y criticismo permanente, para utilizarla como resquicio donde hacer emerger su opini¨®n. Las opiniones particulares, de investigadores, no probadas y contrarias al conocimiento bien establecido de su campo de especialidad, no merecen m¨¢s respeto que el de cualquier conjetura de cualquier ciudadano. Por esto es importante que la sociedad sepa reconocer a aquellos cuyas respuestas debe escuchar cuando hace preguntas sobre ciencia. Los medios de comunicaci¨®n guiados por la comunidad cient¨ªfica y las Academias de Ciencias tienen posibilidad y responsabilidad de informar a la sociedad en este punto.
No hay duda de que la cultura cient¨ªfica de los grupos de cultura general media, incluso de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados, es baja. Lo que resulta grave es que las clases dirigentes de un pa¨ªs tambi¨¦n sean cient¨ªficamente incultas. Creo que el nivel cient¨ªfico de la poblaci¨®n se podr¨ªa medir con el ¨ªndice de coincidencia entre los nombres de los cient¨ªficos m¨¢s conocidos entre dicha poblaci¨®n y los nombres de los cient¨ªficos mejores que son los m¨¢s conocidos dentro de su comunidad de especialistas. Aunque s¨®lo fuera por ayudar a reconocer a los cient¨ªficos de calidad, la iniciativa de la evaluaci¨®n del trabajo investigador constituy¨® uno de los puntos m¨¢s brillantes de la pol¨ªtica cient¨ªfica espa?ola.
Antonio Hernando es f¨ªsico y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, F¨ªsicas y Naturales.
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