El desnudo al desnudo
Hasta el pr¨®ximo 27 de enero, se podr¨¢ visitar, en la Tate Britain, de Londres, la muestra titulada El desnudo victoriano expuesto, que luego continuar¨¢ su exhibici¨®n por diversos museos de todo el mundo: la Haus der Kunst, de M¨²nich, entre el 1 de marzo y el 2 de junio; el Brooklyn Museum of Art, de Nueva York, entre el 6 de septiembre de 2002 y el 5 de enero de 2003; el Kobe City Museum, de la ciudad japonesa de Kobe, entre febrero y mayo de 2003, y, por fin, el Geidai Museum, de Tokio, entre junio y agosto de 2003. Merece la pena este recuento del periplo de esta exposici¨®n, as¨ª como constatar que va a estar abierta al p¨²blico durante pr¨¢cticamente dos a?os, porque son datos que ya nos avisan acerca del universal inter¨¦s que ha suscitado la convocatoria; pero antes de entrar en materia de comentarios, conviene informar que la muestra re¨²ne un conjunto de 186 obras, entre las que hay pinturas, dibujos, esculturas, fotograf¨ªas, pel¨ªculas, carteles, etc¨¦tera, si bien predominando, sobre todo, los cuadros y las esculturas, siendo el resto complementos documentales. El comisariado ha corrido a cargo de Alison Smith, que ciertamente ha llevado a cabo una labor de expurgaci¨®n y ordenaci¨®n muy notables.
El desnudo victoriano expuesto
Tate Britain de Londres. Hasta el 27 de enero.
El ¨¦xito de p¨²blico que la exposici¨®n est¨¢ cosechando en Londres y su alargado y variopinto recorrido posterior, en efecto, da que pensar, aunque es de esperar que lo que se nos ocurra el respecto vaya m¨¢s all¨¢ que constatar la vigencia del morbo sexual, dicho sea con todo el respeto a cualquier tipo de morbo, pues es algo que, de una u otra manera, siempre va asociado al arte en s¨ª. De todas formas, reconozcamos, de entrada, la atracci¨®n del tema, que asocia el desnudo a la ¨¦poca y el pa¨ªs que hicieron de la represi¨®n er¨®tica su legendaria bandera. De todas formas, a quien no sorprender¨¢ esta paradoja es al especialista en la historia del arte de aquel periodo, porque sabe de sobra que fue entonces cuando los salones estuvieron m¨¢s atestados de l¨²bricas pinturas y esculturas de desnudos. El mayor esc¨¢ndalo p¨²blico que jam¨¢s ha suscitado una obra de arte se produjo, en 1863, con motivo de la exhibici¨®n, en el Sal¨®n de los Rechazados de Par¨ªs, de El almuerzo campestre, de Manet, en el que se mostraba el agrio y poco er¨®tico desnudo de perfil de una joven, que, tras ba?arse en el r¨ªo, almorzaba con dos varones vestidos. Ese mismo a?o, y colgados con todos los honores en el sal¨®n oficial, hab¨ªa, sin embargo, varios desnudos, cuyo manifiesto car¨¢cter sexual hoy calificar¨ªamos como pintura pornogr¨¢fica, pero, en ese momento, no sonrojaron ni a los burgueses m¨¢s pacatos. ?Hipocres¨ªa? En absoluto: ya que estos excitantes desnudos acad¨¦micos de especialistas como Baudry y Cabanel representaban 'venus', mientras que el morigerado de Manet era una joven contempor¨¢nea. O sea: nada que objetar a los desnudos en el cielo, pero horror de los horrores con los desnudos a ras de tierra, por los suelos.
Comparativamente mucho m¨¢s abierta y permisiva que la sociedad brit¨¢nica victoriana, la francesa del Segundo Imperio estuvo, sin embargo, atrapada por las mismas contradicciones, como lo demuestra la conocida an¨¦cdota reci¨¦n relatada, pero el voltaje y el alambicamiento de las perversiones no fue, ni mucho menos, el mismo. ?ste es, entre otros, el gran descubrimiento de esta exposici¨®n con los m¨¢s variados desnudos en apote¨®sica cascada carnal. Naturalmente, en las exposiciones de la segunda mitad del XIX en la Royal Academy, de Londres, insistieron en la misma fuente mitol¨®gica para descargar la asfixiada libido, pero, junto con ellos, nos proporcionaron otras singulares salidas perversas originales, como, sobre todo, lo que yo denominar¨ªa 'pornograf¨ªa cristiana', cortada casi siempre por el patr¨®n del sadomasoquismo. No se trata s¨®lo del consabido repertorio de m¨¢rtires torturadas o asc¨¦ticas magdalenas semidesnudas, sino de asombrosas salidas de tono de lo m¨¢s inventivo, como ¨¦sa de Santa Isabel de Hungr¨ªa en su supremo acto de renuncia, de Philip-Herm¨®genes Calderon, en el que vemos a la santa in puribus naturalibus, arrodillada ante el altar sobre la fr¨ªa piedra de una umbr¨ªa cripta, mientras que es contemplada por un tremebundo monje vestido de negro, o, tambi¨¦n, ya en plano hollywoodiense, esa otra de Fidelidad hasta la muerte: cristianas ante los leones, de Herbert Schmalz, en la que unas atadas j¨®venes desnudas desparraman sus encantos en la arena de un atestado circo romano, que ruge con un placer que todav¨ªa resuena en nuestros o¨ªdos.
Valga este par de ejemplos como
bot¨®n de muestra de una sucesi¨®n interminable de episodios carnales de ¨¦ste y otro jaez, que seguimos recibiendo con entusiasmo, aunque, quiz¨¢, desde una perspectiva muy diferente. En todo caso, el acierto de los organizadores ha consistido en la inteligente selecci¨®n de los diversos apartados, pero, sobre todo, en una sabia mezcla entre artistas acad¨¦micos y modernos, desconocidos y famosos, del siglo XIX y del vanguardista primer tercio del XX. De esta manera, uno se topa con los prerrafaelistas m¨¢s admirados de coraz¨®n y sexo desgarrados, con los refinados y muy laureados ¨¢ticos de excitante frigidez, con los m¨¢s grandes maestros a lo Ingres y Delacroix, y hasta con los m¨¢s conspicuos representantes de la cultura de Bloomsbury... De esta manera, el rasero carnal cobra la m¨¢s vigorosa homogeneidad, que nos hace recordar, con cierta divertida melancol¨ªa, que la obra de Sigmund Freud se escribi¨® precisamente en el momento de esta apote¨®sica cultura victoriana, en la que ciertamente el arte fue m¨¢s que nunca una sublimaci¨®n del sexo, aunque, tras ver esta fascinante exposici¨®n, uno no pueda dejar de exclamar: '?C¨®mo que sublimaci¨®n!'.
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