Maldita peste
Osona sufre una dura crisis al pasar de la agricultura familiar a la ganader¨ªa intensiva
Escondido debajo de la cama, con las palmas de las manos apretando las orejas hasta rasgar los ojos, era capaz de aguantar por lo menos cinco minutos, un tiempo que supon¨ªa prudencial para que el cerdo se desangrara. Y sin embargo, en cuanto aflojaba los dedos, el marrano degollado todav¨ªa se desga?itaba de manera tan estridente como sobrecogedora. La imaginaci¨®n me resultaba entonces m¨¢s dolorosa que la realidad y acababa por asomarme al balc¨®n de casa, deseoso de que el puerco se escurriera del banco, escapara del cuchillo del matarife y se soltara de los brazos de la media docena de parientes que le ten¨ªan atado de pies y manos. Nunca tuve tal suerte. Me impon¨ªa no ver la matanza, decisi¨®n que me costaba el enojo de mi padre, y al final, irremediablemente, me rend¨ªa yo antes que el cochino, para sorna de la vecindad, que me tomaba por un cobarde en cuanto me hac¨ªa visible antes del ¨²ltimo gru?ido del puerco. ?nicamente mi madre me entend¨ªa. Quiz¨¢ porque el cerdo lo hab¨ªamos cuidado entre los dos, uno d¨¢ndole de comer y otro limpi¨¢ndole la pocilga, como correspond¨ªa en unos tiempos en que el hombre iba y volv¨ªa del campo lanzando juramentos, un d¨ªa por el tiempo, el otro porque el grano era chico y al tercero porque le daba la gana.
El control es quim¨¦rico de tantas manos como intervienen
La Administraci¨®n ejerce tanto de acusada como de acusadora
Los cochinos ayudaban entonces a vivir porque la tierra era poca y parcelada. No hab¨ªa casa que no tuviera sus gallinas, patos quiz¨¢, conejos seguro, puede que alguna vaca y sobre todo cerdos. Frente a la vulnerabilidad de la cosecha, la carne era un seguro de vida para un pay¨¦s alentado por el creciente poder adquisitivo de la ciudad. Las granjas de gorrinos se amontonaron en un abrir y cerrar de ojos sin control administrativo. All¨¢ donde antes hab¨ªa una hect¨¢rea de trigo, ahora se levantaba una pared de ladrillos, a veces un refugio, para el engorde de cerdos.
De la agricultura familiar se pas¨® a un ganader¨ªa tan intensiva que el campo ya no se abonaba con esti¨¦rcol, sino que se convirti¨® en un vertedero de purines. La concentraci¨®n de marranos lleg¨® a ser tal que deriv¨® en un proceso industrial y, como tal, susceptible de ser regulado. El dinero r¨¢pido y f¨¢cil y, como consecuencia, la aglomeraci¨®n de cochinos favorecieron las epidemias y facilitaron la creaci¨®n de una nueva clase social en Osona, 'la aristocarnia', como la llama Miquel Maci¨¤ en el libro La Catalunya catalana. V¨ªctimas del mercado y de la peste, los peque?os ganaderos ir¨ªan cediendo paulatinamente ante los empresarios de la carne, hasta el punto de que la mitad de la comarca qued¨® pr¨¢cticamente dividida entre integradores e integrados. Y as¨ª est¨¢ la cosa.
Los integrados son mayoritariamente los que salen en los peri¨®dicos y en la televisi¨®n, y se les conoce por el nombre de la casa en que se ha detectado la peste. Ponen la mano de obra, a veces incluso la granja y el terreno para la mierda, y cobran una cantidad por cada puerco que engordan. Los integradores, en cambio, procuran no ser vistos y sin embargo normalmente participan de principio a fin en el proceso de producci¨®n. A decir de los integrados, a los integradores les pertenecen tanto los cerdos como el pienso que comen, como a veces el matadero donde los sacrifican y la industria de transformaci¨®n de la carne, un poder suficiente para ir absorbiendo a los ganaderos independientes, incapaces de resistir procesos de selecci¨®n tan devastadores como las sacudidas de los precios o la declaraci¨®n de la peste porcina cl¨¢sica.
Maldita peste, siempre tan c¨ªclica, que va y viene por el Eix Transversal, desde Lleida a Girona, pasando por Vic, sin saber de d¨®nde viene ni ad¨®nde va. Ganaderos, transportistas, constructores, carniceros, cuantos viven del cerdo, todos a una, como Fuenteovejuna, proclaman: 'Acabemos primero con la peste y despu¨¦s ya buscaremos a los responsables'. Ocurre que cuando no hay peste aparecen los purines, y no hay tiempo para dar con quienes mercadean con la carne o con la mierda.
Le toca ahora a la peste y, por lo que parece, la cosa es m¨¢s seria que otras veces, pues el virus, a caballo de la nieve y de la niebla, ha ido saltando de explotaci¨®n en explotaci¨®n. M¨¢s de medio mill¨®n de cerdos est¨¢n inmovilizados, los sindicatos han dejado de ejercer de gestor¨ªas para pedir soluciones que esponjen la caba?a y la gente se ha puesto muy nerviosa. Hay reproches entre productores, aparecieron pintadas contra una empresa de pienso que ha tenido que dar explicaciones, un par de mataderos est¨¢n bajo sospecha por degollar fuera de tiempo y contra las normas sanitarias, y el Departamento de Agricultura, Ganaderia y Pesca de la Generalitat igual ejerce de acusador que de acusado,
Nadie sabe decir c¨®mo ha llegado la epidemia. Unos dicen que si la culpa es de unos lechones importados del extranjero, otros insisten en la contaminaci¨®n de los purines, los hay que murmuran o difaman, y tambi¨¦n se cuenta de gente que mira hacia otro lado o recuerda que la peste no tiene consecuencias para la salud humana. ?Y por qu¨¦ no se vacuna entonces a los cerdos? La Uni¨®n Europea lo proh¨ªbe de acuerdo con una pol¨ªtica que, seg¨²n ciertos sectores, se supone vinculada a estrategias comerciales. La vacuna marca el virus y, al parecer, trae m¨¢s cuenta o es preferible sacrificar a los gorrinos e indemnizar a sus amos, un proceso que no todos los afectados resisten, por no hablar ya de los cuidadores, desocupados y sin sueldo durante un largo tiempo.
Detectar la peste es una cuesti¨®n delicada y a veces incluso se oculta, y como prueba, el espectador se remite al acelerado tr¨¢fico de cerdos hacia el matadero que se observa previamente a la declaraci¨®n de la epidemia y la inmovilizaci¨®n de los animales, aun cuando hoy hay expedientes abiertos para averiguar si se sacrifica ganado incluso cuando las normas sanitarias lo proh¨ªben. El control puede resultar quim¨¦rico de tantas manos por las que pasa el marrano, y el riesgo de que la peste se expanda aumenta en cada viaje. Hay afectados que responsabilizan a la Generalitat de permisividad, de actuar en complicidad con las industrias c¨¢rnicas o, cuando menos, de dejar hacer antes de tomar medidas. Y el consejero Josep Grau no s¨®lo ha acusado a los ganaderos de no ser celosos con el transporte, sino que les ha amenazado con exigir una tarjeta individualizada de identificaci¨®n para cada puerco.
La Administraci¨®n se siente enga?ada por los ganaderos, que desde 1987 asumen el control de los movimientos de cerdos, avalado por sus veterinarios. No es extra?o, pues, que advierta de que volver¨¢ a intervenir en el proceso, m¨¢s all¨¢ de la presencia de sus t¨¦cnicos en los mataderos, para certificar la salud del gorrino y de las inspecciones de rigor. El descontrol se ha extendido incluso a explotaciones de c¨ªrculo cerrado, donde se sigue el proceso vital del cerdo desde su nacimiento hasta su muerte, y por tanto m¨¢s impermeables a la peste que las de c¨ªrculo abierto, en las que se distingue entre madres, lechones y engorde, distribuidos entre distintas granjas.
El marco parece a veces tan permisivo que desde hace un tiempo se especula con que los ganaderos holandeses, cuya caba?a est¨¢ a¨²n m¨¢s superpoblada, adquieren terrenos en Catalu?a y desarrollan sus propias explotaciones porque el proceso de producci¨®n y control es m¨¢s barato, sobre todo ecol¨®gico. Y es que los purines van y vienen tan incontrolados como la peste, incapaces de ser absorbidos por una tierra cada vez m¨¢s podrida, insuficiente ante tanto excremento. Eliminar la mierda se ha convertido en un proceso tan oscuro y rentable como el de la carne, as¨ª que es mejor arrendar un campo a un granjero que plantar trigo.
Hoy ya no toca a un cerdo por familia, sino que se cuentan ocho y medio por persona. Hasta 40.000 llevan ya sacrificados en Osona con lo de la peste en un proceso industrializado y falto de afecto. M¨¢s que cuidadores, ahora se impone mano de obra barata que opere sin miramientos. La matanza est¨¢ permitida para el consumo familiar. No se consiente, en cambio, como espect¨¢culo p¨²blico destinado a la comercializaci¨®n. Hoy los cerdos que mayor dolor causan ya no son los que se desangran de madrugada en el banco, sino los que mueren acribillados a balazos a la luz del d¨ªa. La longaniza de Vic ya est¨¢ reconocida como la mejor de Europa, as¨ª que quien sigue matando el cochino en casa es porque quiere. Yo, de todas maneras, cada invierno me asomo al balc¨®n de casa y le confieso a mi madre: 'Carolina, por una vez, el cerdo se les ha escapado y no saben c¨®mo atraparlo'.
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