?Est¨¢n los 'trileros' adaptados al euro?
?Est¨¢n nuestros delincuentes preparados para el euro? El trilero, sin ir m¨¢s lejos, ?ya estafa en la nueva moneda? Y sin que tenga nada que ver lo uno con lo otro ?el pobre de pedir sigue solicitando 'una peseta para comer'? Esta semana he estado comprobando c¨®mo se adapta el mundo de la econom¨ªa sumergida a la moneda ¨²nica. Primero, fui a hablar con un camello llamado -es un suponer- Bustillo. El se?or Bustillo, que ejerce en un bar del barrio barcelon¨¦s de Gr¨¤cia, antes del euro vend¨ªa el hach¨ªs por talegos (un talego: 1.000 pesetas). Se le daba un talego y a cambio se obten¨ªa la mercanc¨ªa que, seg¨²n don Bustillo, alcanzaba para seis porros. El d¨ªa 1 de enero no trabaj¨®, pero el 31 de diciembre se ve que mucho. Despu¨¦s de las doce de la noche, le vinieron unos alegres clientes con el euromonedero. Quer¨ªan que su primera compra en euros fuese un producto del comerciante Bustillo. Hoy, todos los parroquianos le pagan seis euros (Bustillo no redondea), pero a esos seis euros les siguen llamando un 'talego'. Los dos j¨®venes protagonistas del anuncio televisivo de la linea ADSL tambi¨¦n hablan de 'dos talegos' en lugar de '12 euros'. Hasta hoy, algunos camellos y clientes, para abreviar a la hora de hablar de precios, dec¨ªan 'mil-qui' o 'dos-qui' (1.500, 2.500). ?Qu¨¦ har¨¢n ahora? Yo pedir¨ªa a la Associaci¨® d'Escriptors en Llengua Catalana que edite unos folletos en los que se inste a los camellos y a los consumidores a no descuidar el catal¨¢n ahora que se crear¨¢ argot nuevo. Nos ir¨¢ muy bien para cuando hagamos novelas de bajos fondos.
He estado comprobando c¨®mo se adapta el mundo de la econom¨ªa sumergida a la moneda ¨²nica
En la calle de Mallorca, tambi¨¦n de Barcelona, al cruzar la Meridiana, hay un limpiador de cristales de coches. Este se?or, al que tambi¨¦n llamaremos Bustillo, se ha adaptado al euro con m¨¢s rapidez que sus clientes. Pide 'un euro', s¨ª, aunque lo pide ir¨®nicamente, con la conciencia de estar haciendo gracia. 'Chata, dame un euro sin redondeos', exclama, por ejemplo. El otro d¨ªa, a cambio de un donativo (de seis euros) me explic¨® que poca gente le paga en la nueva moneda, la mayor¨ªa le da pesetas. Los pocos que pagan en euros le dan menos. 'Ej que todav¨ªa no tienen el h¨¢bito de llevar euros sueltos en el salpicadero', me coment¨®. 'No controlan'. En la Travessera de les Corts, a la altura del cine Renoir, hay unas expendedoras de ajos, limones, medias o calcetines S. T. (seg¨²n temporada). Para estas comerciantes sumergidas (a las que llamaremos las Bustillo) toda la semana ha continuado funcionando la vieja f¨®rmula de 'tres pares: 500', aunque bromeaban (como don Bustillo) y dec¨ªan: '?Cari?o, dos pares un euro!'.
En la iglesia del Pi suele haber dos pobres que beben el cl¨¢sico vino de tetrabrick. Lo hab¨ªan pagado en pesetas. Les di una moneda de las nuevas. 'Qu¨¦ asco', contest¨® uno, a modo de agradecimiento. No s¨¦ si se refer¨ªa a que era un asco que le diese tan poco dinero o, por el contrario, era un asco lo del euro. En su caj¨®n ten¨ªan un mont¨®n de pesetas, duros y cinco duros. Estuve un rato mirando. La gente, se saca de encima las monedas antiguas d¨¢ndolas a los pobres. Supongo, pues, que el 28 de febrero, que es el ¨²ltimo d¨ªa para las pesetas, los llenar¨¢n de chatarra. ?Ir¨¢ el se?or pobre al banco a cambiar sus pesetas por un euromonedero? Espero que le informen.
En la calle de Pelai hay otro pobre. Se dedica -o se dedicaba- a no perder de vista las cabinas telef¨®nicas, porque su negocio consist¨ªa en recoger el cambio que se dejaban olvidado los que acababan de hacer una llamada. Met¨ªa los dedos en la ranura casi sin mirar. Su gesto era muy profesional. Lo hac¨ªa de la misma manera que, por ejemplo, el trabajador de una cadena de montaje pondr¨ªa sus tornillos. Acostumbrado pero sin distraerse. El a?o pasado, de cada cuatro veces que met¨ªa la mano, por lo menos una vez sacaba algo. Pero las cabinas no est¨¢n en general adaptadas, as¨ª que de momento es un eurodamnificado. Le di una moneda (nueva). La mir¨® sin curiosidad y se la qued¨®. Por cierto, cambiando un momento de tema: otras cabinas sin adaptar son las de algunos sex shops, como el de La Rambla 17. Y parece que va para largo.
En la misma Rambla no es f¨¢cil observar a los trileros: si no pones cara de panoli sospechan de ti, y si la pones, te despluman. La m¨ªa es ideal para lo segundo. El pasado martes por la ma?ana estafaban en pesetas, pero les pregunt¨¦ y me dijeron que por supuesto aceptaban euros. Vamos, que llevaban dos contabilidades. Y ya me apremiaban: '?A ver! ?Saca! ?Qu¨¦ billetes tienes?'.
El jueves a las cinco de la tarde, en el bar Zurich, compr¨¦ la revista La Farola a una joven vendedora con dientes de oro. Su m¨¦todo de trabajo es infalible. Te llama 'guapa' en voz baja si le compras la mercanc¨ªa y te llama 'fea' a gritos si no se la compras. La Farola vale 1,5 euros. Le di dos esperando el piropo. 'Pero ?qu¨¦ me das?', grit¨® enfadada. 'Te estoy dando m¨¢s', balbuce¨¦ yo. '?Eres fea!', chillaba. El camarero se apunt¨®: '?Sabes muy bien lo que te da!'. Pero no creo que lo supiera. Una prostituta de las de la esquina del teatro Goya me ha explicado que lo de cobrar en euros o pesetas es como lo del preservativo. 'Prefieres que se lo pongan, pero por desgracia manda el cliente'. Le he preguntado si esta noche se lo hab¨ªan querido poner. 'Esta noche todav¨ªa no he trabajado', ha dicho riendo. Ser¨ªan las dos de la madrugada.
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