Cl¨®nicos razonables
Ciertos lugares nos remiten autom¨¢ticamente a otros. Se dice que la Barceloneta recuerda a los barrios portuarios de N¨¢poles o que el paseo de Gr¨¤cia de Barcelona parece Par¨ªs. Por la prensa hemos conocido que ciertas partes de Toronto son clavaditas a Nueva York o algunas de Montreal a Washington. Los directores norteamericanos se van all¨ª a rodar porque es m¨¢s barato (con el consiguiente enfado de los diversos sindicatos nacionales del gremio). Barcelona se ha puesto de moda como plat¨® cinematogr¨¢fico porque es rica en escenarios: la Via Laietana se lleva la palma, con su aire de avenida de Chicago. All¨ª se ruedan a menudo anuncios publicitarios (todos recordamos el de Claudia Schiffer caminando entre foresp¨¢n blanco).
Contemplando el pasaje de Bernard¨ª Martorell, Barcelona fue por un instante T¨²nez
Pues bien, estos d¨ªas navide?os pasados, para facilitar un poco la tarea a los jugos g¨¢stricos y a la vez tambi¨¦n un poco por jugar, salimos a buscar lugares que nos recordaran a otros. No val¨ªan reproducciones del tipo de las torres venecianas de la plaza de Espanya o el Poble Espanyol de Montju?c. Una vez m¨¢s, el tiro sali¨® por la culata. Llegamos al pasaje de Bernard¨ª Martorell y el coraz¨®n nos dio un vuelco. No nos topamos con un parecido, nos topamos con un clon. Casi una transmigraci¨®n: durante un segundo, estuvimos en el lugar original. Con figurantes, ambiente y olores incluidos. El pasaje de Bernard¨ª Martorell, que une en un corto trayecto la calle de Hospital con la de San Rafael, en pleno Raval, es el t¨ªpico pasaje ochocentista con acceso y salida bajo arco. Hoy en d¨ªa, la presencia del elemento asi¨¢tico y magreb¨ª es habitual. Hemos paseado una y mil veces por la zona y el puzzle nos encaj¨® una sola vez y durante unos segundos el d¨ªa del referido paseo: por un instante, desde la calle de Hospital vivimos la sensaci¨®n del zoco de la ciudad de T¨²nez, por decir algo. Las piezas del rompecabezas son las siguientes: mujeres y ni?os magreb¨ªes transitando o jugando. Hombres quietos, sin hacer nada, apoyados en la pared, mirando sin ver, de esa manera que pone hist¨¦rico a un occidental. M¨¢s piezas: la entrada del pasaje est¨¢ flanqueada, en la misma calle de Hospital, por la Cafeter¨ªa Tetu¨¢n, el bar restaurante Mediterr¨¢neo Marroqu¨ª, con el men¨² biling¨¹e en ¨¢rabe y en cristiano (este ¨²ltimo en castellano, claro), una carnicer¨ªa isl¨¢mica, con sus corderitos dibujados, y por una peluquer¨ªa isl¨¢mica. Se entra al pasaje y a la izquierda hay una tienda de g¨¦neros de punto con un escaparate anclado en el pasado. A continuaci¨®n, el locutorio de Royal Telecom. Y luego, puertas tapiadas, balcones abiertos con m¨²sica ¨¢rabe y un electricista.
En el pasaje hay tres peluquer¨ªas m¨¢s. Una para caballeros cristianos, otra para caballeros musulmanes y una tercera para se?oras (sin especificar religi¨®n). La primera ten¨ªa un barbero ocioso y un cartel de cart¨®n escrito a l¨¢piz enganchado en la puerta que dec¨ªa: 'Se traspasa por cierre del negocio'. La segunda, pintada de azul, manten¨ªa unos peque?os escaparates. En ellos, el barbero musulm¨¢n exhib¨ªa un caballo de pl¨¢stico peque?o y fotograf¨ªas de jugadores del Bar?a de hace varias temporadas: Iv¨¢n de la Pe?a, Nadal, ?scar, adem¨¢s de Luis Enrique. Dentro, el barbero sonriente ten¨ªa tres o cuatro clientes esperando para cortarse el cabello o afeitarse. O simplemente estando. La tercera peluquer¨ªa, la de se?oras, ofrec¨ªa toda la pinta de llevar cerrada varios a?os. El que no cierra es el de la tienda de los muebles. Es otra de las piezas del puzzle. Est¨¢ ah¨ª de toda la vida, con su pancarta (tambi¨¦n de toda la vida; por ello sirve como pieza del puzzle) que atraviesa de parte a parte el pasaje: 'Muebles, tresillos, ofertas todo el a?o. Muebles antiguos y modernos'.
Al fondo del pasaje, bajo la b¨®veda, la salida, la ¨²ltima pieza. Una nube continua de polvo: obras, derribos y m¨¢s obras y m¨¢s derribos.
Vayan y prueben suerte. Puede que el rompecabezas les encaje, como encaj¨® a un servidor un d¨ªa de este invierno: gozar¨¢n de ese instante fugaz de la Barcelona musulmana. Mujeres saliendo de la carnicer¨ªa musulmana, ni?os jugando en el pasaje, j¨®venes con gorra de lana y ch¨¢ndal con el escudo del Bar?a, los hombres sentados en el caf¨¦ mirando hacia la calle, r¨®tulos en cristiano borrosos, y claros los escritos en ¨¢rabe. As¨ª, Barcelona ser¨¢ T¨²nez por un instante. No lo parecer¨¢, lo ser¨¢. Y oigan, no pasar¨¢ nada.
Despu¨¦s de ese d¨ªa hemos vuelto varias veces, pero nunca m¨¢s nos ha vuelto a encajar el rompecabezas. La ¨²ltima, la semana pasada, fuimos a probar suerte, pero nada: el pasaje estaba desierto. El fr¨ªo lo hab¨ªa vaciado. Una mujer con los tobillos hinchados vend¨ªa loter¨ªa del Ni?o a gritos, entraba tienda por tienda sin distinguir moros de cristianos. No le compraba nadie, pero hablaba con todos. Un hombre (occidental) de edad llevaba encasquetado un gorro de pap¨¢ No?l y, encima de ¨¦l, una gorra de visera de los Chicago Bulls. La exposici¨®n de muebles, cerrada. Las luces de Navidad, apagadas. Las campanas sobre campanas, mustias. Las basuras sin recoger. Aquel d¨ªa, el pasaje de Bernard¨ª Martorell estaba triste y solo, como la canci¨®n de la tuna. A ver, no somos tontos, sabemos lo que sucede y lo que hay en esa zona. S¨®lo quer¨ªamos decir que, por un segundo, un d¨ªa cualquiera, Barcelona fue T¨²nez y no pas¨® nada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.