Desde la perspectiva del tiempo
Muchos escritores han considerado el tiempo como un misterio, si no acaso el gran misterio. La intenci¨®n de medirlo, que es un modo de dominarlo, ha dirigido los esfuerzos de civilizaciones enteras durante siglos, y a veces se relata la historia de la ciencia moderna como la controversia entre la concepci¨®n del tiempo como relativo al movimiento o como un absoluto que nos permite medir y contar el movimiento, controversia que desemboca en las paradojas de la 'reversibilidad'. A pesar de que todas las culturas han construido, de un modo u otro, relojes y calendarios para intentar aprehenderlo, y de que algunos cient¨ªficos contempor¨¢neos nos invitan incluso a concebir los seres vivos como una suerte de 'relojes', este interminable esfuerzo corre paralelo con la sospecha de que el tiempo no se confunde con sus instrumentos de medida, que lo contado por ellos no se reduce a esa cuenta: los diversos relojes que pueblan el universo nos ofrecen una variada gama de concepciones del tiempo, de accesos al tiempo o de visiones del tiempo, pero todas ellas se producen 'en el tiempo', que termina por escaparse de cada uno de nuestros intentos de atraparlo. A?¨¢dase a esto la disputa por la primac¨ªa que han mantenido en el siglo pasado el tiempo 'objetivo', mensurable y por tanto monetarizable (secreto coraz¨®n del valor disfrazado por el precio de las mercanc¨ªas), y el tiempo 'subjetivo' o vivido, esas horas que se nos hacen infinitamente largas o que pasan en un instante, a pesar de contener todas ellas 60 minutos. Un inolvidable cuento de Julio Cort¨¢zar sobre Charlie Parker utilizaba las met¨¢foras de la m¨²sica y la memoria para ilustrar estas paradojas de la duraci¨®n que tan brillantemente ocuparon a Bergson y a Proust y que alcanzaron en Ser y tiempo, de Heidegger, una formulaci¨®n filos¨®fica que a¨²n constituye una referencia intelectual para el pensamiento contempor¨¢neo. Y esto por no hablar de los mercados financieros, que son enteramente 'mercados de futuro', y de sus terror¨ªficos vaivenes. El cr¨¦dito se ha convertido en una forma de vida para quienes tienen expectativas de futuro y en una forma de muerte social para quienes, presionados por su pasado, carecen de ellas por no encontrar lugar entre los m¨¢rgenes de fluctuaci¨®n del mibor o del euribor. Entretanto, el tiempo, adem¨¢s de un valor cient¨ªfico-conceptual y econ¨®mico-social, ha adquirido tambi¨¦n un valor pol¨ªtico y moral de primer orden. La promesa de una liberaci¨®n del pasado, necesaria para la inauguraci¨®n de un 'nuevo orden', alienta en muchos programas revolucionarios de principios del ¨²ltimo siglo, as¨ª como la nostalgia de un pasado digno de recuperaci¨®n o incluso de un retorno al mismo alimenta algunos de los proyectos ideol¨®gicos con los que dicho siglo ha finalizado. No hay debate pol¨ªtico en que los participantes no se acusen mutuamente de estar 'aferrados al pasado' y de no abrirse suficientemente al futuro, y al mismo tiempo de no respetar bastante las tradiciones o de tratar con frivolidad el patrimonio heredado de los ancestros. En este contexto resulta perfectamente comprensible la iniciativa de la revista Letra Internacional y la red de Institutos Goethe de proponer, a la vieja usanza acad¨¦mica, un concurso internacional de ensayo sobre el tema: '?Liberar el futuro del pasado? ?Liberar el pasado del futuro?'.
DICCIONARIO DE LOS VIENTOS
Ivetta Guerasimchuk y otros Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores. Barcelona, 2001 341 p¨¢ginas. 21,64 euros
Los 10 art¨ªculos premiados pueden leerse ahora juntos, en un excelente volumen que los agrupa bajo el t¨ªtulo del ganador: Diccionario de los vientos, de la joven escritora rusa Ivetta Guerasmichuck. En su ensayo acerca de El lenguaje del tiempo, Louis E. Wolcher sostiene que, aunque toda representaci¨®n del tiempo es ya una trampa, podemos conversar con quienes hablan del tiempo en nuestra tradici¨®n y en otras tradiciones, y que en esa conversaci¨®n se juega nada menos que lo que nosotros dejamos o no dejamos pasar, porque tambi¨¦n la elecci¨®n del pasado tiene consecuencias pol¨ªticas: 'La huida a un pasado lejano es caracter¨ªstica de los partidarios m¨¢s firmes de todos los fundamentalismos totalitarios. El refugio en el tiempo de los padres y los abuelos es caracter¨ªstico de los liberales. Ambos, naturalmente, idealizan 'su parte' del pasado', mientras que los populismos revolucionarios nos recomiendan prescindir totalmente del pasado en beneficio del futuro, seg¨²n el ensayista yugoslavo Velimir Curgus Kazimir. Separar el pasado del futuro o el futuro del pasado son, para el cr¨ªtico Mija¨ªl Epshtein, las dos formas privilegiadas del tempocidio, un crimen caracter¨ªstico del siglo XX que se a?ade al genocidio y al ecocidio, y que generalmente los acompa?a. La cartograf¨ªa de esta situaci¨®n es singularmente descrita en el Diccionario de los vientos, un hermoso texto que, bajo la forma 'enciclopedia', pretende y logra una mezcla de g¨¦neros y estilos en donde la realidad se trenza con la ficci¨®n de una civilizaci¨®n en la que pugnan dos corrientes: los anem¨®filos, partidarios ac¨¦rrimos del futuro y, por tanto, defensores incluso de los m¨¢s huracanados vientos, y los cronistas, amantes del pasado y esforzados conservadores de lo ya sido contra viento y marea. Unos y otros buscan incesantemente el programa, es decir, el dise?o que contiene cuanto ha sido, es y ser¨¢ en el mundo. Y unos y otros se equivocan en esto: 'Es imposible liberar el pasado del futuro, ni el futuro del pasado, como no se puede liberar la mano izquierda de la derecha ni la derecha de la izquierda... dividir el tiempo significa destruirlo'. Pero sus equivocaciones -que son las nuestras- son completamente necesarias, puesto que esa unidad del tiempo s¨®lo es perceptible desde la divina perspectiva del gran relojero, acerca de cuya existencia tampoco en esa ficticia sociedad de los vientos hay certeza alguna. De modo que, aunque sepamos que las divisiones del tiempo son artificiales, estamos condenados a contar lo incontable, a separar la izquierda de la derecha, a cometer errores, porque nuestro punto de vista nunca coincidir¨¢ con el ojo de la eternidad. Y ¨¦ste es un juego al que hemos de aprender a jugar en serio.
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