Bienestar a la espa?ola
Espa?a no ha logrado a¨²n un equilibrio interno satisfactorio. Las comunidades del noreste y la zona mediterr¨¢nea mantienen una diferencia notable respecto al suroeste. La expresi¨®n de esta desigualdad tiene m¨²ltiples formas. Una de las m¨¢s depuradas es la que ha ofrecido el Anuario Social de Espa?a 2001, que publica la Fundaci¨®n La Caixa y elabora el ¨ªndice de bienestar social.
Este indicador retrata una Espa?a llena de asimetr¨ªas. Baleares, Catalu?a, Madrid y Navarra se sit¨²an a la cabeza de las comunidades aut¨®nomas en bienestar social gracias a su fortaleza en los indicadores de renta, servicios sanitarios, instrucci¨®n, vivienda y educaci¨®n, cultura y ocio. Los mismos en los que pr¨¢cticamente siempre suspenden las ¨²nicas tres comunidades que figuran por debajo de la media nacional: Andaluc¨ªa, Castilla-La Mancha y Extremadura. La clasificaci¨®n por provincias sigue una pauta geogr¨¢fica similar entre los primeros de la lista (Girona, Baleares, Barcelona y Madrid), pero bien distinta entre los ¨²ltimos. Que provincias tan poco sure?as como Lugo, Zamora y Ourense obtengan los peores ¨ªndices de bienestar supone una ampliaci¨®n considerable del campo de estudio y revela la simpleza que supone reducir las diferencias internas en Espa?a a la dicotom¨ªa Norte-Sur.
El ¨ªndice se publica por segundo a?o consecutivo. La falta de una serie estad¨ªstica puede hacer olvidar que las zonas de Espa?a que ahora se encuentran al final de la clasificaci¨®n partieron de profundidades casi abismales y que en las ¨²ltimas d¨¦cadas han desarrollado un enorme esfuerzo de mejora, en algunos casos con notable ¨¦xito. Ese salto ser¨ªa dif¨ªcilmente imaginable sin el soporte brindado por el modelo auton¨®mico, cuyos desarrollos competenciales han permitido un acercamiento m¨¢s realista a los problemas de cada zona.
Pero que en cuestiones como el nivel de instrucci¨®n, las condiciones de la vivienda, los servicios sanitarios o el acceso a la cultura se registren entre la poblaci¨®n de un mismo pa¨ªs brechas como las que muestra este anuario obligan a replantearse el papel de las pol¨ªticas de redistribuci¨®n.
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