"Todo cambi¨® desde aquel d¨ªa"
Santiago Carrillo y Alejandro Ruiz-Huerta, uno de los supervivientes, rememoran la semana tr¨¢gica de enero de 1977
Dice Alejandro Ruiz-Huerta que ¨¦l no estuvo en la Plaza de Par¨ªs, aquel mi¨¦rcoles, 26 de enero, hace ya 25 a?os. Cuando todo se llen¨® de claveles y de banderas. Y de silencio. Dice que ¨¦l no vio aquella muchedumbre, que se mov¨ªa entre el miedo y la rabia. As¨ª que ¨¦l no vio el dolor de la gente. Aunque sabe que hubo pu?os y esperanza y tension. Dice que ¨¦l no escuch¨® el zumbido de los helic¨®pteros. Ni oli¨® el nerviosismo de los caballos, el acre dulzor del esti¨¦rcol. No. Alejandro Ruiz-Huerta no pudo estar all¨ª, en Las Salesas. Estaba entonces entre cuatro paredes blancas, en una sala de hospital. Ten¨ªa la pierna atravesada por un disparo y sufr¨ªa, seg¨²n el parte m¨¦dico, 'dos heridas tangenciales en la rodilla y una de proyectil en rebote en regi¨®n precordial'. Todav¨ªa con el olor de la p¨®lvora en la nariz, todav¨ªa con el recuerdo quem¨¢ndole los ojos.
'Parece mentira, pero fui amenazado de muerte en el mismo hospital' (Ruiz-Huerta)
'Aquello sirvi¨® para desbloquear la legalizaci¨®n del partido comunista' (Carrillo)
Aquel mi¨¦rcoles de enero, fr¨ªo y gris, Alejandro no pudo estar en Las Salesas. Ni Dolores Gonz¨¢lez, con el cuello atravesado por los disparos. Ni Miguel Sarabia, acribillado el est¨®mago a balazos, ni Luis Ramos con el cuerpo destrozado por el plomo. Ese d¨ªa se debat¨ªan entre la vida y la muerte, mientras miles, decenas de miles de madrile?os, sobrecogidos, silenciosos, venc¨ªan el miedo y levantaban el pu?o ante los f¨¦retros de los abogados asesinados, dejaban una flor, unos claveles. Una l¨¢grima.
Cuenta ahora Santiago Carrillo, secretario general del PCE, entonces, 'hoy comunista independiente' -sonr¨ªe y fuma, fuma y sonr¨ªe-, que celebrar aquel entierro cost¨® horas y horas, largas conversaciones, compromisos, promesas. Tuvo que hablar y hablar con Rodolfo Mart¨ªn Villa, ministro del Interior entonces, que no quer¨ªa autorizar aquel duelo multitudinario. Dice Santiago Carrillo que el ministro ten¨ªa miedo.
-No puedo garantizar tu seguridad.
Eso dec¨ªa aquel ministro. Eso dec¨ªa.
-No puedo garantizar tu seguridad.
Y dice Santiago Carrillo: 'Tuvimos que comprometernos a mantener el orden. Tuvimos que responsabilizarnos nosotros, el partido'.
Ahora, en la distancia, vistas las cosas ahora, se aprecia quiz¨¢s mejor el color de aquellos d¨ªas. El temor a los pistoleros que se paseaban ufanos junto a la polic¨ªa, con las armas en la mano. Era all¨ª donde estaba la inseguridad. Era aquello lo que el Gobierno no pod¨ªa garantizar.
-Ya ve usted, todav¨ªa aquel d¨ªa, a m¨ª, un capit¨¢n de polic¨ªa, subido a caballo, me lanz¨® una groser¨ªa. No una groser¨ªa, no: un insulto atroz. Y Ruiz Jim¨¦nez hubo de meterme en su coche para sacarme de all¨ª... Eran tiempos...
Recuerda Carrillo de aquellos d¨ªas los secuestros del teniente general Emilio Villaescusa y de Antonio Mar¨ªa de Oriol y Urquijo, por el GRAPO. La tensi¨®n que se viv¨ªa en la calle.
-Fueron a?os muy duros. Sin libertades. Y los despachos de los abogados laboralistas eran espacios de libertad. Y fueron a por ellos. Quer¨ªan impedir que las cosas cambiaran. La verdad es que la historia de este pa¨ªs no ser¨ªa la misma sin Comisiones Obreras y sin el partido comunista.
A lo mejor ahora, visto ahora, no se ten¨ªa que haber echado tanta tierra encima, no se ten¨ªa que haber olvidado.
-Tal vez -dice Santiago Carrillo, 84 a?os, retirado ya de casi todo- ten¨ªamos que habernos negado al olvido. Pero entonces no ten¨ªamos fuerza. No eramos nada. Hab¨ªa que llegar a la democracia. ?se era el objetivo. Y por eso, creo que hemos dejado que se perdiera el recuerdo. Y ahora habr¨ªa que recuperarlo.
La muerte en Atocha, el entierro, fue, dice Santiago Carrillo, el coletazo final de un r¨¦gimen que se resist¨ªa a morir.
Recuerda Carrillo aquellos d¨ªas. Cuando entr¨® en Espa?a, en 1976. Y cuando le detuvieron. Rememora el reguero de sangre que corri¨® por todo 1976, y que fue a desembocar en aquel 24 de enero de 1977, en la calle de Atocha de Madrid. Lo de Vitoria. La asamblea de trabajadores que se refugia en la iglesia de San Francisco de As¨ªs. Los botes de humo, la gente que sale asustada. La polic¨ªa que dispara. Los 63 heridos, 45 de bala. Cinco muertos. Y el obrero ca¨ªdo al d¨ªa siguiente en Tarragona y otro m¨¢s en Basauri. Y el estudiante Arturo Ruiz, asesinado a tiros por el ultra Jorge Cesarsky, ya a finales de 1977, en Madrid. Y la adolescente Mari Luz N¨¢jera, muerta al recibir el impacto de un bote de humo. Y esa misma noche, lo de Atocha.
-No fue f¨¢cil nada de aquello. Y a partir de Atocha todo cambi¨®. Adolfo Su¨¢rez, que se hab¨ªa negado a recibirme, tuvo una larga entrevista conmigo tras el entierro. Y aquello sirvi¨®, estoy seguro, para desbloquear la legalizaci¨®n del partido comunista que por fin tuvo lugar apenas unos meses despu¨¦s, aquel s¨¢bado rojo.
Pero aquellos d¨ªas Madrid era de los ultras. Todav¨ªa en la noche del d¨ªa 25, la prensa se hac¨ªa eco del intento de un grupo 'de ocho o diez individuos' para entrar en lo que entonces se conoc¨ªa como Ciudad Sanitaria Francisco Franco -hoy Gregorio Mara?¨®n- para rematar a los abogados sobrevivientes.
Dice Alejandro Ruiz Huerta que fue en el despacho de Atocha, pero que pudo ser en cualquiera. ?l ahora, 25 a?os despu¨¦s, ha recogido sus recuerdos. Ha hecho del dolor un libro: La memoria inc¨®moda. Los abogados de Atocha.
En ¨¦l cuenta c¨®mo todav¨ªa en el Hospital recibi¨® un an¨®nimo.
-Quer¨ªan acabar conmigo. Parece mentira pero fui amenazado de muerte en el mismo hospital, un macabro y bestial aviso de alg¨²n fan¨¢tico. Quer¨ªan rematarme, supongo.
Le cuesta todav¨ªa hablar de algunas cosas. Coincide con Carrillo en un programa de Telemadrid. Y asegura que ¨¦l no tiene rencor. Y asiente cuando el viejo ex secretario general del PCE lamenta esta p¨¦rdida de la memoria.
-Es que es inc¨®modo, Santiago. Todav¨ªa esto es inc¨®modo para mucha gente. Es como si no pudieramos mantener ese recuerdo. Como si quisieran que se perdiese.
-Es verdad. Es verdad. Entonces creo que hicimos lo que ten¨ªamos que hacer. Pero...
La memoria inc¨®moda. Para la propia vida. Para rehacerla. Cuenta Alejandro que ha tenido problemas para encontrar un trabajo. Que, a veces, ha tenido la sensaci¨®n de sentirse como si pidiera perd¨®n.
Cuando hace unos d¨ªas, en la presentaci¨®n de los actos en homenaje a los abogados de Atocha, organizados pro el PCE y Comisiones Obreras, Francisco Frutos, secretario general del partido comunista, hablaba de la necesidad del recuerdo. De hacer justicia. Y contaba Frutos del miedo que otro de los sobrevivientes, Miguel Sarabia, sent¨ªa todav¨ªa.
S¨ª. Alejandro Ruiz Huertas reconoce un temor que nunca desaparece del todo.
-Aquel miedo nunca lo perdimos. No se acepta la vida. Se llega a sentir una enorme sensaci¨®n de culpabilidades por no haber muerto. A?os despu¨¦s, en el juicio, todav¨ªa se pod¨ªa ver a Mariano S¨¢nchez Covisa, el dirigente de los Guerrilloeros de Cristo Rey, pase¨¢ndose por all¨ª, como si fuera su casa. Como si fuera un h¨¦roe. Y nosotros all¨ª, desprotegidos, soportando interrogatorios tremendos.
Lamenta todav¨ªa que la matanza de Atocha se presentara como una heroicidad de los asesinos, c¨®mo se les facilitaba a los ultras la entrada en la sala del juicio, c¨®mo se permiti¨® la fuga de alg¨²n acusado.
Se entera ahora de que los familiares de las v¨ªctimas jam¨¢s recibieron el p¨¦same de aquel Gobierno. Lo ha contado la hermana de uno de las v¨ªctimas, Francisca Sauquillo. Y Alejandro no muestra sorpresa alguna.
-Es que... A lo peor, entonces, no hubi¨¦ramos querido ese p¨¦same. No s¨¦.
Alguien habla de esa calle en recuerdo de los abogados de Atocha que el Ayuntamiento de Madrid se resiste a conceder.
-?Sabe una cosa? Las calles empiezan en un sitio y acaban en otro. Yo no quiero una calle. Yo quiero una glorieta. Porque las glorietas no acaban nunca, no tienen principio ni final. Eso es lo ha quedado de Atocha. Algo que no tiene final. Que no debe tenerlo.
?Y ahora? ?Qu¨¦ se siente ahora, 25 a?os despu¨¦s?
-Ahora, nada. No siento rencor. Nosostros nunca quisimos venganza. Nunca la pedimos. S¨®lo la memoria.
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