Cinceladas
Dec¨ªa I?aki Gerenabarrena, presidente del Araba Buru Batzar, que en punto a identidad ¨¦l era s¨®lo vasco. Yo podr¨ªa decir lo mismo, lo cual nos sumir¨ªa en un gran dilema. Si ¨¦l es s¨®lo vasco y yo soy s¨®lo vasco, podr¨ªamos llegar a la conclusi¨®n de que somos iguales, y es a todas luces evidente que no es as¨ª. Alguno de los dos no puede ser s¨®lo vasco, y otorgu¨¦mosle el beneficio al se?or I?aki. ?l es el s¨®lo vasco, luego yo soy otra cosa, o adem¨¢s soy otras cosas, evidencia que se puede hacer tambi¨¦n extensiva al se?or Arzalluz, por ejemplo, quien tampoco es id¨¦ntico al se?or I?aki. Ser s¨®lo vasco significa, por lo tanto, ser exactamente igual a ese se?or, exigencia a todas luces imposible para cualquier otro ser humano, salvo que sea su gemelo univitelino. O salvo que se olvide de quien es y se olvide tambi¨¦n del se?or I?aki, y vea en su lugar, en el lugar de cualquiera que diga 'soy s¨®lo vasco', un ectoplasma. El homonacional es justamente el ectoplasma que se visten unos como una boina. El heteronacional ser¨ªa I?aki Gerenabarrena vestido de lagarterana. Supongamos que yo soy nada. Ser nada me permite transitar entre ectoplasmas sin tener que vestirme de lagarterana ni tener que parecerme al presidente del Araba Buru Batzar. Es la ¨²nica forma posible de ser algo.
Conoc¨ª a un hombre de pelo en pecho que se llamaba Lola. No es que hubiera abandonado su condici¨®n masculina y ahora se dedicara a otro g¨¦nero. No. Me explic¨® que hab¨ªa decidido llamarse Lola para controlarse. Era una terapia. El nombre acababa apoder¨¢ndose de ¨¦l en los momentos clave y as¨ª se le iban las ganas. Me confes¨® que era, hab¨ªa sido, insaciable. Una simple palabra de una mujer dirigida a ¨¦l lo disparaba, y luego no hab¨ªa forma de detenerlo. Ahora, en cambio, la cosa se acababa en cuanto la mujer le preguntaba su nombre y ¨¦l respond¨ªa: Lola. Acced¨ªa entonces a momentos de ternura inenarrables que le permit¨ªan tener peque?os noviazgos, que duraban hasta que llegaba el momento fatal y su nombre se disipaba en las sombras. Le pregunt¨¦ si su novia se llamaba Andr¨¦s, y me respondi¨® que no, que tambi¨¦n se llamaba Lola. Desist¨ª de preguntarle por el g¨¦nero. En el bosque de las identidades, las mutaciones son directamente proporcionales al deseo que uno tenga de llegar a ser mejor que s¨ª mismo.
Cuando a Mar¨ªa Teresa Castells, mi musa, le impusieron la medalla de la ciudad en San Sebasti¨¢n, nos record¨® lo que nunca llegar¨¢ a ser lo obvio. Que hay otra ciudad dolorida, perseguida y a veces callada por necesidad. En la noche de los tambores, mi ciudad se llena de soldadesca festiva que algunos quisieran convertir en soldadesca aguerrida. Mar¨ªa Teresa les record¨® que el tambor excluye al fusil y que San Sebasti¨¢n no ha de estar por ninguna labor destructiva. Los b¨¢rbaros criticaron su condecoraci¨®n por considerarla pol¨ªtica. Seguramente lo es. Pobre pa¨ªs ¨¦ste en el que defender la profesi¨®n de uno o su negocio se convierte por fuerza en una actividad pol¨ªtica. Y es que la mano que se?ala es una mano nefastamente pol¨ªtica, aunque algunos no se hayan dado cuenta y prefieran seguir siendo s¨®lo vascos.
Mar¨ªa Anjeles con j Iztueta, consejera de Educaci¨®n, ha ofrecido a los profesores una cuenta gratuita de correo electr¨®nico que entre otros usos tendr¨ªa el de recibir mensajes y documentos de la consejer¨ªa. Algunos profesores recibieron la oferta con cierto temor, los profesores no euskaldunes quiero decir. Al parecer, la se?ora consejera considera que sobra un millar de profesores en castellano, a los que ella pretende darles otro destino, como el de cuidar ancianos, de ah¨ª que esos profesores teman que ese correo sirva para comunicarles cada d¨ªa el anciano que les toca cuidar. Yo no s¨¦ si Anjeles con j significa algo en cualquiera de los idiomas conocidos. Claro que los nombres no s¨®lo se adoptan por su significado, sino tambi¨¦n por eufon¨ªa, aunque en este caso el cambio no afecta en nada al sonido. ?ngeles es un nombre castellano, y a ella le debe de gustar, puesto que lo conserva. Que quiera erradicar de ¨¦l con la j su natural castellano nos parece tan l¨ªcito como que quiera erradicarse la cadera y convertirse en otra cosa, en algo. Ahora, que quiera erradicar a los dem¨¢s, confundi¨¦ndolos con una g para as¨ª limpiar del todo su nombre, nos parece una jota que bien merece una rebeli¨®n. No en la granja, sino en las aulas.
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