El regreso de los valores familiares
La feminizaci¨®n de la sociedad aparece por donde menos se la espera; en la valoraci¨®n del ¨¦xito, tambi¨¦n. Gregorio Mara?¨®n establec¨ªa, seg¨²n ha vuelto a recordarse en unas jornadas de Par¨ªs durante la pasada semana, que el mayor impulsor de la vida masculina era el trabajo, frente a la importancia central de la maternidad para las mujeres. Sus Ensayos sobre la vida sexual corresponden a 1926 en su primera edici¨®n, y, por tanto, cargan con demasiada historia nueva a sus espaldas; pero ahora, casi cien a?os m¨¢s tarde, tras la masculinizaci¨®n femenina emerge una feminizaci¨®n de la virilidad. No s¨®lo los hombres se han vuelto m¨¢s coquetos, tambi¨¦n m¨¢s maternales. No s¨®lo los hombres han revisado el sentido del trabajo, sino su dedicaci¨®n a la familia. Todav¨ªa en la Uni¨®n Europea, las madres pasan el doble de tiempo con sus hijos que los padres, pero ha desaparecido la convicci¨®n de que las cosas deben ser as¨ª.
Ahora la morada tiende a convertirse en un refugio, y sus habitantes, en aliados frente al exterior. La pareja, la familia, los hijos, valen m¨¢s que nunca
Todav¨ªa en la Uni¨®n Europea, las madres pasan el doble de tiempo con sus hijos que los padres, pero ha desaparecido la convicci¨®n de que las cosas deben ser as¨ª
Una reciente encuesta francesa del Institut Scan sobre las actitudes de los ciudadanos respecto al ¨¦xito establece que, frente a la idea de que triunfar es hacerse rico o convertirse en una celebridad, la poblaci¨®n responde que lo primero es disfrutar de una buena familia, y lo segundo, tener amigos. Hace unos veinte a?os, en la rosada d¨¦cada de los ochenta, la figura del yuppy y los Mario Conde impregnaban las aspiraciones de la juventud; ahora, sin embargo, las decepciones, el estr¨¦s, la competencia despiadada, el mobbing, la desconfianza respecto a los otros, la crisis, el escepticismo... han volcado hacia el reducto de la vida privada y la afectividad. ?Puede dudarse de que la cultura de la mujer ha intervenido en el modelo?
Ser yo
Antes hab¨ªa que llegar a ser alguien, ahora se trata de llegar a lograr ser yo. Los manuales de autoayuda siguen poniendo ¨¦nfasis en c¨®mo triunfar en los negocios, c¨®mo hacerse multimillonario en pocos d¨ªas, pero a su lado ha brotado un alud de colecciones para ser feliz. Para ser feliz a trav¨¦s de la relajaci¨®n, a trav¨¦s de las yerbas, mediante una religi¨®n o una secta, una filosof¨ªa o un gozo de las peque?as cosas. Atenerse a la calma de la vida simple frente a las agitadas exigencias de la gran vida es una consigna que conduce a poner el inter¨¦s en la pareja, los hijos, las aficiones caseras. Paralelamente, el trabajo ha perdido mucha presencia temporal si se except¨²a la compulsi¨®n anglosajona que ha obligado a reducir incluso los coitos, de manera que en el Reino Unido se llama TINS (two incomes, no sex; dos ingresos, no sexo) a las parejas m¨¢s modernizadas.
Pero excluida esta fiebre calvinista, en el resto de Europa se escoge la existencia de otro modo. En 1900 se trabajaba un 50% del tiempo de vigilia y ahora se ha reducido hasta un 14%. El trabajo ha perdido importancia temporal, pero tambi¨¦n ha perdido perspectivas de gratificaci¨®n al modo de hace unos a?os. Al menos entre los franceses, los italianos o los espa?oles en torno a los 30 a?os.
Los j¨®venes valencianos, por ejemplo, respondieron al Instituto Valenciano de Investigaciones Econ¨®micas (IVIE) en febrero del a?o pasado que para emplearse prefieren un puesto de funcionario que un contrato indefinido en el sector privado. Dos de cada tres valoran m¨¢s la estabilidad que la aventura, m¨¢s el trabajo por cuenta ajena que el autoempleo, m¨¢s la fijaci¨®n a un lugar (la ciudad, el barrio, la parentela) que la movilidad geogr¨¢fica. La generaci¨®n de sus padres valoraba la idea de comerse el mundo, ahora sue?an con comer en casa.
Tres grupos
El estudio realizado por el Institut Scan, divulgado recientemente por L'Express, clasifica a los franceses en tres grupos seg¨²n sus actitudes ante la vida. En el primer apartado (43% de la poblaci¨®n) se agrupan los neoestoicos, quienes aspiran a una sabidur¨ªa y felicidad modestas. En segundo lugar se encuentran los hedonistas (27,7%), que desconf¨ªan del ¨¦xito y cultivan sus aficiones personales sin prestarle demasiada importancia a los requerimientos laborales. En tercer lugar aparecen los buscadores de excelencia (22,1%), que se proponen triunfar tanto en la vida privada como en la profesional. Y finalmente (8,3%) emergen los llamados empresarios, que anteponen a todo la conquista social y profesional.
Haciendo cuentas resulta que el grupo m¨¢s poblado de mujeres es el de los neoestoicos, y ¨¦ste m¨¢s el de los hedonistas forman una mayor¨ªa que, en no pocos sentidos, se considera extra?a al sistema capitalista. Entre su marginalidad y su indiferencia respecto a los c¨®digos predominantes componen una creciente masa de personas que introducen valores no monetarios en la sociedad occidental.
?Un cambio, pues, en el sistema para muy pronto? Claro que no. Pero es notable que la desafecci¨®n hacia los valores imperantes encuentra una acogida entre una amplia gama de sectores. La casa fue un centro de trabajo en el capitalismo de producci¨®n y trat¨® de hacerse un hogar en los a?os cincuenta del siglo pasado, durante el capitalismo de consumo. Ahora la morada tiende a convertirse en un refugio, y sus habitantes, en aliados frente al exterior. La pareja, la familia, los hijos valen m¨¢s que nunca. Valen tanto los hijos que se han convertido en un bien de lujo, vale tanto la familia que ha vuelto a ser el mayor punto de seguridad social, ha aumentado tanto el aprecio de la pareja que ahora llegamos a tener dos o tres.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.