Nuestro contempor¨¢neo
En su lecci¨®n inaugural del curso acad¨¦mico 1898-1899 de la Universidad de Oviedo, un joven catedr¨¢tico de Historia del Derecho Espa?ol mostr¨® su firm¨ªsima convicci¨®n de que entre las condiciones de la regeneraci¨®n nacional, dos eran ineludibles: restaurar el cr¨¦dito de la historia de Espa?a, con el fin de devolver al pueblo espa?ol la fe en sus cualidades nativas y en su aptitud para la vida civilizada, y evitar que esa restauraci¨®n del prestigio hist¨®rico pudiera conducir a un retroceso arqueol¨®gico. A?ad¨ªa Rafael Altamira, que tal era el nombre del reci¨¦n llegado catedr¨¢tico, que esa operaci¨®n regeneradora no pod¨ªa partir de un pesimismo radical porque un pueblo que se considera a s¨ª mismo como degenerado e inepto es un pueblo condenado al pesimismo y a la inacci¨®n.
Altamira sumaba as¨ª una voz propia al numeroso coro que ven¨ªa clamando por la regeneraci¨®n de Espa?a. Pero a diferencia de 'la inmensa mayor¨ªa de nuestros elementos intelectuales', a la que ve¨ªa infectada por la enfermedad de Rudin, un personaje de Turgu¨¦nev que ten¨ªa a la naci¨®n por un cuerpo muerto o irredimible, lanzaba la advertencia de que si el pesimismo circundante afectaba al pasado de la naci¨®n tanto como al presente, cualquier camino de futura regeneraci¨®n quedar¨ªa cerrado. Hab¨ªa que mostrar, desde luego, todos los defectos, descubrir todas las llagas y mirar el mal de frente, pero al mismo tiempo hab¨ªa que convencer al enfermo de su capacidad para vencer las dificultades y robustecer su fe con la imagen de los siglos en que hab¨ªa sido grande por cultura y por empuje civilizador.
Empuje civilizador: en su primera lecci¨®n magistral, titulada El patriotismo y la Universidad y publicada de inmediato por el Bolet¨ªn de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, est¨¢ como en esbozo todo Altamira: su inter¨¦s por el pasado de Espa?a concebido como historia de un proceso de civilizaci¨®n dotado de un dinamismo interno y como motivo para alimentar un patriotismo que no se dejara atrapar en la est¨¦tica de la decadencia. Para eso, nada mejor que revolucionar la materia hist¨®rica: de reyes y reinos, de todo lo que Braudel llamar¨¢ a?os despu¨¦s la espuma de la historia, a la corriente que avanza lenta y silenciosamente por debajo, el proceso de civilizaci¨®n que incluye las condiciones geogr¨¢ficas, la poblaci¨®n, las clases sociales, los modos de vida, las creencias, las instituciones, los factores pol¨ªticos, las costumbres.
Fue as¨ª Altamira un pionero de la historia total antes de que este concepto llegara al mercado de las ideas historiogr¨¢ficas. Hijo de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza en su inter¨¦s por la totalidad como equilibrio org¨¢nico de las partes, Altamira emprendi¨® su monumental proyecto con la convicci¨®n positivista que exig¨ªa la atenci¨®n al hecho y con la intenci¨®n expl¨ªcita de servir a un prop¨®sito: que los espa?oles, sacudidos por el desastre, dejaran de pensarse como un pueblo inepto para la vida moderna. Su obra ser¨¢, por tanto, una historia de la civilizaci¨®n espa?ola a partir de toda clase de rastros del pasado y, a la vez, una pedagog¨ªa social dirigida a unas clases medias desorientadas por la aguda crisis de conciencia nacional. Mucho ha llovido desde entonces, pero por su atenci¨®n a todo el pasado con objeto de encontrar la raz¨®n del presente, Altamira ser¨¢ siempre nuestro contempor¨¢neo.
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