Las claves del 'botell¨®n'
El autor analiza las ra¨ªces del problema
y apunta, entre otras, los cambios en la
instituci¨®n familiar y la precariedad laboral.Son dos: las ramas y las ra¨ªces. Las primeras tienen que ver con la gesti¨®n municipal, con la (no) regulaci¨®n del espacio p¨²blico y con la cultura que ¨¦sta genera. El caso del centro de Madrid es un ejemplo externo de creaci¨®n de infraestructuras para la proliferaci¨®n de lo que ahora se est¨¢ desbordando. Muchas plazas del centro de Madrid, que hoy son espacios di¨¢fanos y sin gracia, han sido reformadas para servir de receptoras de todos esos miles de botelloneros. Su dise?o funcional parece que lo han hecho pensando en ellos y en las terrazas, o al menos en toda esa porquer¨ªa inevitable que ahora se puede limpiar r¨¢pidamente con m¨¢quinas ¨²ltimo modelo. La concesi¨®n de cientos de licencias de ultramarinos a propietarios que las usan como bodega, a tiendas que m¨¢s bien parecen tapaderas para lavar dinero negro (con panchitos y whisky Dyck es imposible pagar los alquileres que se piden en todas esas esquinas estrat¨¦gicas copadas por ellos), es una pol¨ªtica de licencias que parece inventada para crear cadenas de supermercados que animen a la poblaci¨®n a sumarse al botell¨®n.
Lo del 'botell¨®n' es un uso de lo p¨²blico no como bien compartido, sino como bien privado
La pasividad del Ayuntamiento, noche tras noche, a?o tras a?o, mientras locales, consumidores enloquecidos y establecimientos sospechosos infringen su propia normativa, va dejando unos posos culturales, va generando esa normalidad de lo imposible que hoy se vive en la noche madrile?a. Cuando le pregunt¨¢bamos a Carlos Mart¨ªnez, concejal de Centro de Manzano, la filosof¨ªa de la remodelaci¨®n de la plaza de Chueca, se nos sonre¨ªa sin contestar. Ya os cansar¨¦is los vecinos, pensaba, de meteros donde no os llaman. Hasta que el poder judicial, las sentencias de Cartagena y Sevilla les despert¨® de la socarroner¨ªa. Porque el frente del poder pol¨ªtico lo ten¨ªan bien cubierto. En el centro de la capital la abstenci¨®n electoral roza el 55% (la m¨¢s alta de todo Madrid) e, incluso poni¨¦ndose en lo peor, aqu¨ª no hay peligro para el partido del Gobierno, peligro que s¨ª tiene el barrio de Salamanca o el de Arturo Soria, por ejemplo, donde apenas se ve botell¨®n, ?casualidad?
Pero luego est¨¢n las ra¨ªces. Tienen que ver con la instituci¨®n familiar. La modernidad espa?ola tiene una particularidad de lo m¨¢s ex¨®tica y es que va pareja no a la reducci¨®n sino al mantenimiento o incluso al aumento del n¨²mero de miembros por hogar. Es la coexistencia de varias generaciones en un piso, una acomodaci¨®n genial al desempleo y la basurizaci¨®n del trabajo juvenil que permite alimentar con cierta dignidad a muchas bocas con un solo ingreso fijo y varios temporales. Pero tambi¨¦n refleja esa tendencia que se observa entre los hijos de pap¨¢ de apurar su adolescencia hasta los 30 o 35, esta vez por razones de comodidad, de puro y simple conservadurismo. La cohabitaci¨®n intergeneracional alarga la adolescencia, retrasa la madurez, infantiliza (los soci¨®logos hablan de 'alargamiento de la adolescencia'), pero tambi¨¦n obliga a la gente joven a inaugurar todos los fines de semana el sal¨®n propio que necesitan y que no tienen.
Las plazas p¨²blicas reciben as¨ª un trato de corral particular, se convierten en espacios para el ejercicio de una autonom¨ªa virtual en ausencia de autonom¨ªa real, espacio que necesita cualquier joven y que en este caso, al no disponer de ¨¦l, se lo hace pagar a la colectividad. Gente que no cabe en su piso y que tiene que usar la calle para encontrar a los amigos ha habido siempre, y bienvenida sea en una ciudad meridional como Madrid. Los propios emigrantes comparten hoy, discretamente, muchas esquinas p¨²blicas durante los fines de semana, pues tocan a tres o cuatro metros cuadrados por barba (por eso pueden conformarse con lo que les pagan los competitivos empresarios espa?oles). Pero lo del botell¨®n es un uso de lo p¨²blico no como bien compartido, sino como bien privado, como apropiaci¨®n de lo com¨²n. Ah¨ª ese despecho, esa insolencia extrema de muchos de estos j¨®venes cuando los vecinos les tocan su derecho a estar en su sal¨®n, consagrar sus santas micciones, tocar sus bongos y hacer sus fogatas. Lo destructivo, lo imposible para las ciudades espa?olas, a la cabeza el Centro de la capital abandonado por su concejal que naci¨® en Chueca pero que ahora vive muy lejos de aqu¨ª, es esa cultura de la apropiaci¨®n de lo de todos combinada con una infantilizaci¨®n de la que no se les puede hacer responsables a los j¨®venes, pues es el producto de una precariedad laboral no deseada por ellos. Y de la ausencia de un conflicto generacional, de rebeli¨®n, claro.
Muchos de esos ni?os vienen de La Moraleja y Torrelodones, ?no lo sab¨ªan?, y traen de su casa esa mentalidad de chal¨¦ con perro mordedor en la que ya no cabe la noci¨®n de ciudad, de territorio compartido por muchos y diversos. Los pap¨¢s, que paran poco por casa, mandan cartas al Ayuntamiento quej¨¢ndose del trato que reciben sus hijos por 'simplemente reunirse en la calle'. Sus pap¨¢s les defienden porque est¨¢n defendiendo su propia cultura del gueto, del ver lo de todos como territorio de nadie, del tratar a los hijos no como adultos sino como a ni?os, que es de lo que van muchas veces. En vez de pedir una pol¨ªtica de alquileres para la juventud, trabajos dignos para sus hijos y m¨¢s opciones de ocio, reivindican el derecho de sus hijos a disfrutar de su propio sal¨®n privado en el centro de Madrid.
El problema, al final, es de sostenibilidad. Espa?a es insostenible tal y como est¨¢ dise?ado su modelo de producci¨®n y de vida. El botell¨®n es el capital adolescente de esa misma insostenibilidad, de esa alegre cultura de la predaci¨®n. Alegre y tr¨¢gica por la normalidad que rezuma, porque s¨®lo llama la atenci¨®n cuando unos cuantos cientos de vecinos hacen un happening de ella frente al Ayuntamiento. Por eso, para romper de una vez esa imposible normalidad de la destrucci¨®n de nuestro h¨¢bitat, ciudadanos y comerciantes respetuosos del centro de Madrid: ?un¨ªos!
Armando Fern¨¢ndez Steinko es profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Plataforma ciudadana Salvemos el Centro de Madrid. www.espaciovecinal.org
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