La gracia de un dios menor
?rase una vez un beb¨¦ belga de padres belgas que viv¨ªa en Kobe, en el coraz¨®n de la belleza nipona. La ni?a se cre¨ªa japonesa. 'Ve¨ªa a mis padres ligeramente distintos al resto de la poblaci¨®n, pero pensaba que se trataba de una variedad de japoneses llamados belgas'. Lo dice Am¨¦lie Nothomb, y se r¨ªe el p¨²blico del Instituto Franc¨¦s que abarrota la sala. Nos re¨ªmos porque la frase, as¨ª como el contenido entero de sus novelas, viene a confirmar hasta qu¨¦ punto son aprendidos los t¨®picos acerca de los lazos de raza, los lazos de sangre, los lazos de patria, y muestran que cada individuo se construye una identidad con elementos diversos que son ¨²nicos e intransferibles.
Am¨¦lie Nothomb se construy¨® una identidad japonesa, y lo cuenta en la presentaci¨®n de su novela Metaf¨ªsica de los tubos (Anagrama, y Columna en catal¨¢n). Son las memorias de un beb¨¦ que, aunque algo retrasado en el asunto del habla, observa su entorno con desparpajo. Como todo beb¨¦, se siente creador del para¨ªso en el que vive: se cree Dios. La expulsi¨®n del para¨ªso llega cuando a los cinco a?os su padre, diplom¨¢tico, es trasladado a otro pa¨ªs. '?Cu¨¢ndo regresaremos a Jap¨®n?', preguntaba, hasta que un d¨ªa comprend¨ª que eso nunca iba a suceder'.
Am¨¦lie Nothomb present¨® su ¨²ltimo libro en Barcelona. Entre Jap¨®n y B¨¦lgica, en busca de la identidad
A?os m¨¢s tarde, Am¨¦lie regresa por su cuenta con intenci¨®n de quedarse. 'Compr¨¦ un billete a Tokio, s¨®lo de ida', dice. Pero se qued¨® s¨®lo una temporada. Una temporada en el infierno, a juzgar por la dura experiencia de trabajo que relata en Estupor y temblores, su novela anterior. Comprende al fin que no es japonesa (pero tampoco belga). Entre el p¨²blico, una se?ora le ruega mayor definici¨®n: '?Pero, se siente usted japonesa, belga o francesa?'. Am¨¦lie insiste en que carece de nacionalidad, lo que a la vez es c¨®modo, pero tambi¨¦n inc¨®modo.
Estupor y temblores es el relato de una mala experiencia con el sistema empresarial nip¨®n. Fue traducido al japon¨¦s y levant¨® pol¨¦mica. Am¨¦lie ignora c¨®mo se lo tomaron sus ex colegas de la supuesta empresa Yumimoto. 'Aunque debo decir que me divert¨ª d¨¢ndole a la empresa de la novela un nombre muy parecido al de una de la competencia, as¨ª que, despu¨¦s de todo, he sido leal a la empresa hasta el final'. Abundan tambi¨¦n las preguntas a la b¨²squeda de detalles biogr¨¢ficos m¨¢s ¨ªntimos, y gracias a la sagaz curiosidad de Elvira Lindo, que presenta a la autora, nos enteramos de que por entonces ten¨ªa un novio japon¨¦s maravilloso que la escuchaba y compadec¨ªa cuando llegaba a casa tras la dura jornada.
Pero no s¨®lo de su intensa relaci¨®n con Jap¨®n vive la obra de Am¨¦lie. Yo la conoc¨ª por azar en su libro Les catilinaires, y luego a trav¨¦s de un art¨ªculo de Sergi P¨¤mies (su excelente traductor al castellano). Pas¨¦ luego a leer sus anteriores y posteriores novelas, entre ellas su c¨¦lebre Higiene del asesino, que lleg¨® a Espa?a de la mano de Silvia Llu¨ªs (Circe), y cuyo protagonista, Pr¨¦textat Tach, es un personaje de verbo brillante, f¨ªsicamente repulsivo, insolente, aplastador, inquietante. Es una de mis autoras preferidas por la originalidad de sus temas, pero sobre todo por el uso que da a la herramienta literaria: extraer una felicidad indecible (a trav¨¦s de la distancia que permite la iron¨ªa) de vivencias que han sido horrendas.
Tengo por norma evitar conocer a escritores cuya obra me gusta mucho. Escasean, y no puedo permitirme el lujo de que la obra resulte contaminada por el contacto con su autor en carne y hueso, que vete t¨² a saber qu¨¦ clase de pelma puede llegar a ser. En el caso de Am¨¦lie, hice una excepci¨®n, pero abrigaba un par de temores: 1) ?Resultar¨ªa demasiado epatante, demasiado parecida al perverso Pr¨¦textat Tach? 2) ?Resultar¨ªa ser una de esas megalomaniacas estrafalarias, dada su confesada propensi¨®n a creerse Dios, y habida cuenta de que quien m¨¢s quien menos se ha cre¨ªdo Dios alguna vez y tampoco hay que darle mayor importancia?
Mi primer temor qued¨® desactivado en cuanto abri¨® la boca: Am¨¦lie posee un fr¨¢gil encanto bien distinto al de su personaje Pr¨¦textat. Pero, ah, qu¨¦ interesante: tras explicar la autora que para describir personajes repulsivos sol¨ªa inspirarse en las feas caras vistas en los tranv¨ªas de Bruselas, alguien pregunt¨®: '?Fue as¨ª como se inspir¨® para describir al asqueroso Pr¨¦textat Tach?'. Y una Am¨¦lie vehemente de pura franqueza respondi¨®: 'Ah, no!, en absoluto'. Y a?adi¨®: 'Pr¨¦textat Tach, c'est moi'. Se hizo un silencio s¨®lido, impresionante.
Y respecto a lo de la megaloman¨ªa, pues ver¨¢n: ¨¦rase una vez un beb¨¦ que se cre¨ªa Dios. Muy pronto se dio cuenta de que no era Dios, pero decidi¨® vivir como si lo fuera. Y se puso a crear. Nada del otro mundo, por fortuna. S¨®lo unas peque?as joyas de papel, que al abrirse rebosaban iron¨ªa y sutileza. Era un diosecillo cruel y vulnerable, gracioso y alado, sin pretensiones, algo cansado, algo despistado, algo diab¨®lico, con esa elocuencia irregular que tiene la gente que piensa las cosas a medida que las dice. Un dios menor, sin deseos de trascendencia, como los dioses budistas que dan serenidad a las ciudades Zen del Jap¨®n que tanto am¨®. Pienso al salir: 'Lo que ganar¨ªamos en sonrisas inteligentes si los dioses que por ah¨ª andan reinando y sus respectivos fieles fueran todos as¨ª, por el estilo'. Y lo que nos ahorrar¨ªamos en estupidez y en tortas.
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