Mutabilidad
En la pornograf¨ªa el uso de los cuerpos se nos da como imagen. Su atractivo no reside tanto en que agote el juego de posibilidades de la econom¨ªa del placer: sujetos, posiciones, activaci¨®n simult¨¢nea de la erograf¨ªa de un cuerpo. Y no reside en ello porque, por m¨¢s que regale a la imaginaci¨®n con el cat¨¢logo de sus posibilidades, el placer que puede suscitar es tan local, y tan deslocalizado al mismo tiempo, como el provocado por el acto m¨¢s rutinario. La pornograf¨ªa estimula en el distanciamiento, realizando un ilusorio travelling. Nos sit¨²a all¨ª donde no podemos estar y vernos al mismo tiempo. En muchos casos, nos sit¨²a all¨ª donde no podemos estar de ninguna manera: zonas de riesgo, l¨ªmites, en los que el placer linda con la muerte. Pero nos sit¨²a all¨ª, a trav¨¦s de un viaje ilusorio, y en este sentido pornograf¨ªa y voyeurismo no son fen¨®menos exactamente similares. Nos fuerza a vernos en ello, a entrar en escena, pero nos permite tambi¨¦n salir de ello, de la escena, sin haber sido especialmente afectados. Lo acontecido en nuestro cuerpo, una vez acontecido, nada tiene que ver con lo que ocurr¨ªa all¨ª, en la escena, que ahora vuelve a recuperar su estatus de imagen ajena. Quiz¨¢ resida ah¨ª el gran atractivo de la pornograf¨ªa: en que no nos compromete en absoluto.
Escribe Emmanuel L¨¦vinas que la imagen, en contra de lo que habitualmente se afirma, no representa la realidad, sino que es su sombra, es decir, es tambi¨¦n realidad: 'La realidad no ser¨ªa solamente aquello que es, aquello que ella se desvela en la verdad, sino tambi¨¦n su doble, su sombra, su imagen'. El arte, que trata con im¨¢genes, apresar¨ªa esa sombra, y as¨ª ser¨ªa 'el acontecer mismo del oscurecimiento, un atardecer, una invasi¨®n de sombra'. Y ser¨ªa inhumano. Nada tiene que ver con la verdad, que se despliega a trav¨¦s de conceptos, ante los que la visi¨®n art¨ªstica manifiesta una ceguera absoluta. En su sombr¨ªa existencia, la obra de arte escapar¨ªa tambi¨¦n a la temporalidad y fijar¨ªa su momento eterno en su condici¨®n de ¨ªdolo. S¨®lo la cr¨ªtica, para L¨¦vinas, y la cr¨ªtica filos¨®fica, puede volver humano lo inhumano del arte, de la imagen.
Vivimos en un mundo en un progresivo proceso de estetizaci¨®n. Nos invaden las im¨¢genes, y quiz¨¢ no sea casual que as¨ª ocurra; acaso sea lo ¨²nico a lo que podemos aferrarnos. Pero ante la imagen, no cabe la comprensi¨®n, sino la afecci¨®n. Las im¨¢genes nos afectan, no las comprendemos: im¨¢genes del placer, del dolor, del gozo. Vivimos en esa zona de sombra de la realidad, tal vez porque ¨¦sta se nos ha vuelto ininteligible, incomprensible. Frente a la permanencia dura del mundo en ¨¦pocas pret¨¦ritas, en las que ¨¦ste se constitu¨ªa en marco casi inmutable para una vida, ahora los acontecimientos nos desbordan y nos arrastran: ya no podemos tener una vida, sino muchas. No un trabajo, sino varios: no un amor, sino muchos; no un lugar de residencia, sino distintos y sucesivos. En esta mutabilidad de lo real y de nuestras vidas, la verdad, su zona luminosa, se nos escapa, y s¨®lo nos queda su sombra. Las im¨¢genes nos ofrecen esa ilusi¨®n de fijaci¨®n que la realidad ya parece negarnos. Y nos ofrecen tambi¨¦n otra cosa: distancia. Su pasividad no nos involucra, nos permite no una inmersi¨®n en la vida, sino una vida tangencial.
Cuando la vida no ofrece ninguna garant¨ªa de que vaya a ser una, no resulta f¨¢cil confiar en ella y no vivir alerta sobre la eventualidad de su cambio. Si presentimos que va a cambiar, es decir, que va a acabar, no podemos permitir que nos arrastre en su final. No podemos comprometernos con ella. Tampoco con nosotros mismos. Hemos de ocupar un lugar que est¨¦ por encima del yo que se nos derrumba, un lugar desde el que verlo pasar sin que desfallezca, desde el que controlar sus previsibles mutaciones. Y eso anula toda idea de compromiso. Es imposible comprometerse con un trabajo que sabemos que no va a durar; hemos de prepararnos en la conjetura, estar dispuestos para lo que va a venir, que no sabemos lo que es.
Tampoco es posible comprometerse con un lugar que ha de hospedarnos poco tiempo. Ni con una ideolog¨ªa o un proyecto que quedar¨¢ obsoleto cualquier 11 de septiembre. Ni con un amor, que volar¨¢ con el trabajo y el lugar, dej¨¢ndonos s¨®lo su amargura. Tangenciales a lo real, de cuya afrenta nos defendemos, porque se nos ha vuelto incomprensible, nos resta ese refugio de la sombra: la colecci¨®n de im¨¢genes que ha sido nuestra vida. Acaso sea inhumano, pero la pregunta es c¨®mo volver humano lo inhumano partiendo de la certeza de que ya no podemos salir de ello.
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