Rey, bandera...
Como es bien sabido, una de las cuestiones claves que en el momento presente preocupan a los historiadores espa?oles es la que se refiere al sentimiento nacional. Nacida del debate p¨²blico, pero tambi¨¦n de los planteamientos paralelos en otras latitudes, esta materia fue objeto de tratamiento un tanto simplificador por parte de periodistas de derechas o de ex izquierdas, m¨¢s peligrosos que los primeros. En los ¨²ltimos tiempos han entrado en este campo los profesionales de la historia, aunque muy pronto han hecho aparecer un buen n¨²mero de libros. Entre ellos tienen especial inter¨¦s los de historiadores catalanes como Anguera, Fradera y Borja de Riquer.
El de este ¨²ltimo, a pesar de que, nacido de previos art¨ªculos, abunda en repeticiones, resulta el m¨¢s interesante porque en ¨¦l se percibe una l¨ªnea vertebral interpretativa que reviste gran inter¨¦s y parece muy dif¨ªcilmente controvertible. Seg¨²n De Riquer, como la inmensa mayor¨ªa de los historiadores, no se puede hablar de surgimiento de la naci¨®n propiamente dicho hasta la contemporaneidad.
ESCOLTA, ESPANYA
Borja de Riquer Marcial Pons. Madrid, 2001 314 p¨¢ginas. 21,03 euros
El proceso tuvo peculiarida
des en Espa?a, pues, aunque pod¨ªa pensarse, de acuerdo con el punto de partida en el siglo XVIII, que desembocara en algo parecido a lo sucedido en Francia o Italia, se adentr¨® en mucha mayor complejidad. Por un lado se produjo un fracaso del proceso nacionalizador espa?ol que, adem¨¢s, compiti¨® dial¨¦cticamente con los nacionalismos perif¨¦ricos en una relaci¨®n cambiante y nada predeterminada en sus resultados. La d¨¦bil nacionalizaci¨®n espa?ola naci¨® de factores diversos desde la carencia de conflictos exteriores, hasta la falta de vertebraci¨®n del mercado nacional. Los dos instrumentos que pesaron de forma m¨¢s manifiesta en el caso franc¨¦s -el Ej¨¦rcito y la Escuela- fallaron de forma lamentable porque un Estado d¨¦bil apenas ten¨ªa fuerzas para cumplir con esa misi¨®n elemental; en estas condiciones perduraron las lenguas propias sin ser desplazadas como sucedi¨® en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s o en la Catalu?a de m¨¢s all¨¢ de los Pirineos. Los s¨ªmbolos de unidad -la bandera, el himno, la propia monarqu¨ªa...- nunca fueron potentes. La escasa socializaci¨®n de la pol¨ªtica contribuy¨® tambi¨¦n a que el proceso de nacionalizaci¨®n renqueara. Con la Restauraci¨®n se dio por supuesta una naci¨®n metahist¨®rica, engendrada en tiempos remotos y 'obra de Dios', pero cuya socializaci¨®n popular no pas¨® de elemental.
Mientras tanto, la experiencia que se vivi¨® desde la periferia fue la de un Estado representado casi en exclusiva por militares en el que los capitanes generales ejerc¨ªan como virreyes actuando muy a menudo al margen de la legalidad liberal. Desde muy temprano existi¨® una acusada conciencia de pluralidad cultural expresada en un doble patriotismo que no parec¨ªa engendrar conflictos insolubles. No hubo, sin embargo, una voluntad m¨ªnima de satisfacer demandas de descentralizaci¨®n y menos a¨²n de que apareciera la pluralidad plasmada desde el punto de vista pol¨ªtico. Durante todo el siglo XIX, Catalu?a vivi¨® marginada de la vida p¨²blica espa?ola jugando sus dirigentes un papel m¨ªnimo en Madrid. A partir de 1898, el catalanismo acabar¨ªa por pasar 'de eleg¨ªa a causa', en palabras de D'Ors; fue ya un momento irreversible de no retorno. Barcelona se convirti¨® en capital de cultura, como Madrid, en relaci¨®n de igual a igual con ella y a menudo conflictiva, pero sin romper los lazos con la capital. La eclosi¨®n de los nacionalismos perif¨¦ricos, en especial el catal¨¢n, tuvo como consecuencia final una reacci¨®n tan esperable como peligrosa: un espa?olismo de reacci¨®n, antidemocr¨¢tico, que se convirti¨® en elemento identificativo de la derecha espa?ola.
Puntos de la tesis de Borja de Riquer pueden ser discutidos. Es posible, que atribuya al Estado de la Restauraci¨®n unos males que eran los de la propia sociedad o que minusvalore un nacionalismo espa?ol liberal y democr¨¢tico que tambi¨¦n existi¨®. Pero el resto de su interpretaci¨®n parece poco controvertible y tiene el m¨¦rito de proporcionar un esquema explicativo de la que habr¨¢n de partir todos los historiadores del presente y del futuro y que bien har¨ªan en asumir pol¨ªticos y periodistas.
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