Su cuarto hijo
El reproche m¨¢s hiriente que sol¨ªa hacer mi padre lo lanzaba como un dardo: 'No digas cosas evidentes'. Era una lecci¨®n aprendida de sus mayores, que ¨¦l practicaba. No era un ser taciturno, aunque tampoco un gran hablador. Hombre de palabras certeras y medidas, le molestaban en extremo las banalidades orales o escritas. Uno guarda muchos recuerdos de su padre, que probablemente crecer¨¢n a medida que pase el tiempo de la ausencia. Me viene uno que, quiz¨¢s, sirva para definir su sensibilidad. Ten¨ªa yo por entonces unos 17 o 18 a?os, y estaba parado ante la biblioteca de casa, buscando algo que leer. Cog¨ª La chartreuse de Parme, de su admirado Stendhal. Me vio, y coment¨®: '?C¨®mo te envidio que puedas leer este libro por primera vez!'. ?l, como otros en su familia, cre¨ªan en la 'cultura de los lomos de libros' que cautiva a los hijos cuando pasean por casas con bibliotecas bien nutridas, se quedan con los t¨ªtulos y los autores y acaban entrando en esos tomos.
EL PA?S fue el proyecto de su vida, desde que yo lo recuerdo, en este eslab¨®n de una familia muy vinculada a la prensa y a la letra impresa
Hay una ¨¦poca de la vida, la adolescencia, en que las relaciones con los padres son, casi por naturaleza, conflictivas. Estaba yo atravesando aquel trance, cuando (me) ocurri¨® la primera muerte de mi padre, que cambi¨® para siempre mi relaci¨®n con ¨¦l. Era puente de san Jos¨¦ y mis padres regresaban de un viaje, creo que a las Am¨¦ricas. Estaba yo con unos amigos en un apartamento sin tel¨¦fono de un pueblo levantino cuando son¨® el timbre. Dos guardias civiles llegaron para comunicarme que hab¨ªan recibido un telegrama: mi padre hab¨ªa fallecido y deb¨ªa ponerme r¨¢pidamente en contacto con mi casa. El choque fue brutal, aunque poco despu¨¦s se deshac¨ªa el tremendo malentendido. Al trasladarme al cuartelillo y leer el telegrama que hab¨ªa llegado a la estafeta de tel¨¦grafos -que por ser festivo no repart¨ªa-, me percat¨¦ de que se refer¨ªan a mi abuelo materno, por el que sent¨ªa un gran cari?o. Pero, sobre todo, sent¨ª que se me hab¨ªa dado una segunda oportunidad. Me percat¨¦ de lo que me estaba perdiendo en las relaciones con mi padre, y, desde entonces, quise aprovecharlas, aunque se ha marchado dej¨¢ndome, como a tantos hijos, la frustraci¨®n de no haber hablado de multitud de cosas, cuando ya es tarde para hacerlo. Si bien desde otra altura vital, la segunda muerte causa tanto desconsuelo como la primera, y es definitiva. Esta vez, por desgracia, no hay error de la Guardia Civil. Aquel no suceso aliment¨® no s¨®lo el amor, sino tambi¨¦n una cierta complicidad intelectual y profesional que aument¨® cuando empec¨¦ a dedicarme al periodismo, aunque en un principio fuera para ingeniero de caminos, convencido mi padre, ingeniero agr¨®nomo, por el suyo -?lo que son las cosas!- de que las letras no ten¨ªan futuro; es decir, buen futuro.
Mi padre tuvo cuatro hijos: mis hermanos Jos¨¦ e In¨¦s, yo, y EL PA?S. ?ste fue el proyecto de su vida, desde que yo lo recuerdo, en este eslab¨®n de una familia muy vinculada a la prensa y a la letra impresa. En ¨¦l perdi¨® m¨¢s de cinco a?os, pero, junto con los otros promotores, persever¨® hasta que, un mes antes de que Franco, moribundo, expirara, la Administraci¨®n concediera finalmente el permiso para publicarlo. Se le puede aplicar lo que ¨¦l mismo ha escrito de otros emprendedores: 'Cuando se pone la vida seriamente en algo hay que pasar por muchos avatares hasta lograr el empe?o: atravesar las tierras de los desalmados, evitar el promontorio de los tontos, no perecer en las arenas movedizas de los propios errores y vacilaciones y doblar el cabo de las desesperanzas'. Soy testigo de que pas¨® por todo eso, y m¨¢s. ?ltimamente di con una carta a su padre de 6 de septiembre de 1941, es decir, con menos de 25 a?os de edad, cuando a la vez ense?aba matem¨¢ticas para ganarse un dinero, estudiaba ingenier¨ªa y llevaba las reanudadas ediciones de Revista de Occidente, y, adem¨¢s, se ocupaba a distancia de sus padres en el exilio: 'No s¨®lo tengo que tener posibilidad, o hacer los ademanes adecuados a lo que me proponga, sino realizar, finiquitar todo lo que emprenda'. Y as¨ª fue, con la Revista, con Alianza Editorial o con EL PA?S.
De vez en cuando lamentaba que no se le reconociera haber sido el primero en publicar -a pesar de la censura- a tal o cual autor espa?ol o extranjero. Por salvar lo insalvable de la herencia intelectual de su padre cometi¨® un error, que le llev¨® pr¨¢cticamente a la ruina. 'Porque mucho despu¨¦s de que pasen las cosas malas que nos pasan es cuando entendemos al fin por qu¨¦ ocurrieron y de qui¨¦n fue la culpa, sin excluir a uno mismo', ha dejado escrito en el manuscrito de Los Ortega. Nunca, sin embargo, le dio importancia ni al poder ni al dinero, y como buen Ortega, nunca lo tuvo en exceso, y lo que tuvo lo gast¨® con generosidad. El dinero le serv¨ªa para vivir c¨®modamente, s¨ª, y para hacer cosas. Y cosas hizo. Incluso cuando salieron a Bolsa las acciones de PRISA, lo poco que le qued¨® le pareci¨® excesivamente valorado, aunque siempre consider¨® que EL PA?S ten¨ªa que ser un negocio -dar beneficios- para garantizar su independencia.
EL PA?S pronto creci¨®, y, como todos los hijos, le caus¨® alg¨²n desvelo, se emancip¨® y cobr¨® vida propia. Mi padre tuvo que dedicar muchos a?os a luchar contra los que quer¨ªan arrebatar, incluido su propio hermano (?qu¨¦ dolor!), este ¨®rgano de creciente influencia, porque pretend¨ªa ser, era y es y debe seguir siendo independiente. No aspirando a nada ni siendo persona de poder, tras haber impulsado el parto colectivo de la criatura, gracias a su talante, concili¨® alguna disputa interna. Se granje¨® muchas enemistades externas, pero llevaba sabido en la sangre los recelos que siempre despierta un peri¨®dico influyente que tambi¨¦n le trajo nuevas amistades. Fue un hombre de pocos pero buenos y, como ¨¦l, leales amigos.
Como tantos Ortega, rumiaba sus ideas, lanzaba suspiros -ese '?Ay de m¨ª!' que tanto nos chocaba de ni?os-, y paseaba por los pasillos con las manos cruzadas en la espalda, hasta que tuvo que apoyarse en un bast¨®n. Al final de su trayecto vital, lo que m¨¢s ilusi¨®n le hizo fue no s¨®lo el reconocimiento p¨²blico que le brind¨® Jes¨²s de Polanco cuando le homenaje¨® al cumplir 80 a?os, y las buenas palabras pronunciadas por ¨¦ste y por Juan Luis Cebri¨¢n en el almuerzo interno para los trabajadores y colaboradores de EL PA?S en mayo pasado, con ocasi¨®n del 25? aniversario del peri¨®dico, sino el largo aplauso de los centenares de empleados, que le lleg¨® a lo m¨¢s profundo del alma: '?Los empleados, los empleados!', insisti¨®, entusiasmado, para que se lo contase a mi madre, a la que nunca quiso contrariar, salvo para prohibirle leer EL PA?S por las noches, pues, a punto de dormirse, Simone le sobresaltaba comentando lo que sal¨ªa publicado.
Por experiencia propia y familiar sab¨ªa que la vida no es lineal, sino llena de quiebros, avances y retrocesos o caminos en espiral, como los relatos que public¨®. Tras perder casi toda su fortuna cambi¨® -creo yo- para mejorar a¨²n m¨¢s como persona, pues fue un hombre bueno. ?se es el suegro que ha conocido Mariona, y que encontr¨® en los veraneos de Palam¨®s, m¨¢s que una patria chica -pues nunca le gust¨® la playa-, un lugar que le gust¨® y una familia pol¨ªtica con la que sintoniz¨®. Muchas cosas en su vida le ligaban a Girona: la estancia de alg¨²n antepasado, la guerra civil, su primer destino como ingeniero agr¨®nomo del Estado y mi mujer. Por esa ¨¦poca ya hab¨ªa considerado EL PA?S su ¨²ltima 'obra colectiva' y empez¨® una nueva andadura puramente personal.
Sigui¨® leyendo, como siempre interes¨¢ndose por asuntos variados (como las ciencias y las matem¨¢ticas, de las que, de vez en cuando, habl¨¢bamos). Empez¨® a publicar art¨ªculos de forma regular -los mejores son los de mayor contenido humano-, relatos cortos, alguna novela, la Historia probable de los Spottorno, y, en los ¨²ltimos a?os, la citada historia de los Ortega, b¨¢sicamente de su padre, Jos¨¦ Ortega y Gasset, que tanto le marc¨®; de su abuelo Ortega Munilla, y de su bisabuelo. Este menester -pues ten¨ªa un gran sentido del deber- le mantuvo activo hasta finales de noviembre pasado y fenomenalmente despierto casi hasta el final. Pens¨¦ que el d¨ªa en que lo diera por terminado, tras el gran esfuerzo que realiz¨® a la vuelta del verano, se dejar¨ªa llevar por la implacable naturaleza que le empujaba hacia el final de su existencia. Y as¨ª ha sido, con un libro que saldr¨¢ pronto, pero incompleto, pues le falta un cap¨ªtulo: el dedicado a ¨¦l -pues no ha querido ser protagonista-, que habremos de escribir un d¨ªa. Poco antes de subir a lo que ¨¦l llam¨® 'el ¨²ltimo tranv¨ªa', este agn¨®stico me comentaba lo que esta vez s¨ª ve¨ªa como algo evidente: 'Ya no me queda nada que hacer en mi vida'. Se iba tranquilo: 'Ya he vivido demasiado', nos susurraba. Su anhelo, por desgracia incumplido, hubiera sido ver Los Ortega publicado: 'Que me cuiden el libro', fue uno de sus ¨²ltimos ruegos, junto con la dedicatoria que me pidi¨® que pusiera: 'A toda la gente de EL PA?S, y a Juan Manuel, en memoria de su padre Eduardo Ortega y Gasset, muerto en el exilio; con el afecto de EL AUTOR'.
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