Hierro
Dec¨ªa no hace mucho Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald que su generaci¨®n era sustancialmente infractora. Ante la grisura ambiental de una ¨¦poca amarga y hostil, beber era una forma libre y deliberada de acometer la realidad, de rebelarse contra ella molestando al pr¨®jimo, al bienpensante, desde una actitud que arremet¨ªa contra las convicciones. El alcohol, como otras forma de trasgresi¨®n, se convirti¨® en un modo de vida para muchos de aquellos intelectuales (poetas, novelistas y dem¨¢s especies a extinguir) que pagaron su aventura con el suicidio -recu¨¦rdese a Costafreda, Ferrater o Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo- o con una muerte prematura en el caso de Barral, Gil de Biedma, Garc¨ªa Hortelano o Claudio Rodr¨ªguez. De los supervivientes de aquel bello naufragio apenas quedan el propio Caballero Bonald, Paco Brines y Jos¨¦ Hierro, tres poetas de tit¨¢nica envergadura a los que no pienso dedicar ning¨²n elogio p¨®stumo y s¨ª el comentario oportuno que ellos mismos han de leer cuando les plazca. Hoy le ha tocado el turno al autor de Quinta del 42, aquel Pepe Hierro que conoc¨ª a mis trece a?os en el sal¨®n de una escuela que se llen¨® repentinamente de canciones para dormir a un preso, remotos trenes cargados de melancol¨ªa y f¨¢bulas de amor para tiempos felices. Le acerqu¨¦ un ejemplar de sus versos impreso en Buenos Aires y me lo llen¨® de m¨¢stiles y barcos, l¨ªquidas palabras que hablaban de m¨ª, del ni?o que se hab¨ªa aproximado a sus estribaciones herido por la fascinaci¨®n. Nos volvimos a ver a?os despu¨¦s, cuando el ¨¦xito, los premios y el regreso desbordado a un presente de poeta imprescindible lo situ¨® en la lista de autores m¨¢s vendidos. Hace unos d¨ªas nos encontramos en Orihuela. Segu¨ªa como aquel marzo del 73: cr¨¢neo de t¨¢rtaro y manos de estibador. El aire, sin embargo, se negaba a entrar con la limpieza de anta?o en sus pulmones, pero un golpe de an¨ªs seco y unas dosis de ox¨ªgeno le infundieron luz y compostura. Hablamos de la vida y sus conjuntos, de los barcos que conservo en el oc¨¦ano ajado de mi libro de versos. Los miro a veces, cuando me falta el aire y me apetece mucho transgredir con la inocencia, volver a ser rebelde como ellos.
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