Ellos y ellas
Tiene un evidente problema esta pel¨ªcula, la primera que firma su director, Peter M. Cohen, y no es un problema menor: hasta m¨¢s all¨¢ incluso de la mitad de su metraje, sus romos, m¨¢s bien est¨²pidos personajes; las tontas sentencias sobre la vida, el amor y el ligue que sueltan constantemente y la inanidad de sus propias existencias parecen condenar al espectador a salir huyendo de la sala.
Sorpresivamente, no obstante, un giro imprevisto de la acci¨®n arroja una brutal claridad sobre lo que hemos estado viendo, hasta el punto de obligarnos a revisar mentalmente lo que hasta entonces se nos ha propuesto como cierto. Y ah¨ª, el discurso mil veces visto -'ellas son as¨ª, nosotros somos de esta otra manera'- se trastoca en abrupta, gozosa sorpresa: todo lo visto hasta entonces era un mero artilugio para ilustrar justamente la tesis contraria a la aparente.
EN TU CAMA O EN LA NUESTRA
Director: Peter M. Cohen. Int¨¦rpretes: Amanda Peel, Brian van Holt, Judah Domke, Zorie Barber, Jonathan Abrahams. G¨¦nero: comedia. EE UU, 2001 Duraci¨®n: 86 minutos.
En tu cama o en la nuestra -absurdo t¨ªtulo hispano del original, Whipped, 'borrado'- es un artefacto artero, inteligentemente enga?oso. Parece proponer la singular historia de una relaci¨®n cuadrangular, s¨®lo que el eje de la misma no es, como habitualmente, un hombre, sino una mujer (Amanda Peel, bella, impecable; implacable), incapaz de elegir entre tres pretendientes, cada uno de los cuales parece tener su peculiar encanto.
Pero lo que en el fondo muestra, si el espectador tiene la suficiente paciencia, es algo del todo diferente. Lo hace no siempre con acierto: algunos de los m¨¢s celebrados, elaborados y largos gags parecen salidos de la calenturienta imaginaci¨®n de los hermanos Farrelly; la dosis de banalidad que rezuman los personajes masculinos es excesiva -con mucho menos se hubiese logrado lo que se persigue: despreciarlos ol¨ªmpicamente-, y no se puede hablar de estilo personal de un director que, conviene recordarlo, est¨¢ a¨²n muy verde en estos cometidos. Le salva, no obstante la sana mala uva que destilan los minutos finales del filme, la brillante soluci¨®n que lo cierra, la jocosa autocr¨ªtica masculina que es la moraleja final, compartible del asunto.
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