El novelista cinematogr¨¢fico
Construy¨® Victor Hugo m¨¢quinas narrativas impresionantes en la edad de la gran industria. Yo dir¨ªa que fue el modelo de los escritores del futuro siglo XX, protegido por los poderosos y en lucha con el poder, pensionado y censurado por los Borbones, acad¨¦mico, par de Francia con Luis Felipe de Orleans, apoyo y azote de Luis Napole¨®n Bonaparte ('inmundo enano', lo llam¨® en sus versos) y exiliado veinte a?os. Fue un l¨ªder de masas. Entendi¨® que el discurso pol¨ªtico y el discurso literario tienen un solo destinatario: el p¨²blico. Anticip¨¢ndose a los pol¨ªticos modernos, transform¨® al pueblo en p¨²blico. Tuvo la megaloman¨ªa de pensar que una novela es pol¨ªtica y religi¨®n: compar¨® la invenci¨®n de la imprenta con el milagro del pan y los peces; la Revoluci¨®n Francesa es un gesto de Dios, escribi¨® en Los miserables, epopeya de la conciencia, seg¨²n el propio Hugo, pont¨ªfice de la demagogia, seg¨²n un contempor¨¢neo.
Fue un extraordinario inventor de novelas: visitaba las c¨¢rceles para documentarse exhaustivamente, estudiaba estad¨ªsticas sobre los bajos fondos y pronunciaba encendidos discursos parlamentarios contra la miseria y la pena de muerte. Cada d¨ªa, cuando escribe Nuestra Se?ora de Par¨ªs, visita la catedral, sube a sus torres paralelas, en las que ve trazada la H de Hugo. Descubre la palabra Fatalidad en un rinc¨®n tenebroso y se siente impelido a escribir sobre las cuatro fatalidades que someten al hombre: la religi¨®n, las leyes, la naturaleza y la fatalidad interior, la suprema fatalidad, el coraz¨®n humano. Concibe sus novelas con una teatralidad de peri¨®dico escandaloso.
Hab¨ªa vivido una vida de novela de Victor Hugo, hijo de una mon¨¢rquica y un general de Napole¨®n que lleg¨® a gobernador militar de Madrid. El amante de la madre y padrino del escritor, el general Victor Lahorie, conspir¨® a favor de los Borbones y acab¨® en el pared¨®n de fusilamiento. La boda del ahijado se celebr¨® en los mismos salones donde fue condenado a muerte el hombre por el que se llam¨® Victor, y en la misma ceremonia nupcial perdi¨® la cabeza el hermano de Hugo, locamente enamorado de la novia. Balzac cont¨® en La prima Bette una versi¨®n de los adulterios de los esposos Hugo. Exiliado en la isla de Jersey, Hugo conocer¨ªa el espiritismo, que invoca a las almas como la literatura invoca a las masas, y recibi¨® de una mesa volante-parlante la orden de asesorar a Dios como hab¨ªa asesorado a Luis Felipe y a Luis Napole¨®n. Utiliz¨® como veh¨ªculo Los miserables.
La edici¨®n que tengo aqu¨ª
ocupa 1.500 p¨¢ginas en tres tomos. Cuando apareci¨® en 1862 la primera edici¨®n provoc¨® el frenes¨ª popular, lo nunca visto desde Los misterios de Par¨ªs, de Eug¨¨ne Sue, veinte a?os antes. La pasi¨®n del p¨²blico por Sue (el editor V¨¦ron pagar¨ªa 100.000 francos por El jud¨ªo errante sin haber le¨ªdo una sola l¨ªnea) hab¨ªa dejado a Hugo envidioso y deseoso de imitar el ¨¦xito, pero multiplic¨¢ndolo. Este libro es el siglo, dijo Hugo de sus Miserables, que, pensando en Los misterios y en el h¨¦roe de las Memorias del polic¨ªa y presidiario redimido Vidocq, se llam¨® en un principio Las miserias: vasto espejo que refleja al g¨¦nero humano, dec¨ªa Hugo. El fango, pero tambi¨¦n el alma.
Dostoievski, a prop¨®sito de Hugo, vio en el ascenso del paria oprimido la idea b¨¢sica del arte del siglo. Las novelas de Hugo descienden a las cloacas de la ciudad populosa y corrupta, se convierten en feria de monstruosidades, circo de lo jam¨¢s revelado al ojo de la gente respetable y lectora: el ¨²ltimo d¨ªa de un condenado a muerte, la intimidad del cadalso y el hampa. Mundos ignotos son expuestos a la vista del lector: algo tan extenso como el campo de batalla de Waterloo o tan reducido como un alma, el alma de un monstruo, Quasimodo. Lo monstruoso, en Hugo, es el populacho: los egiptanos de Nuestra Se?ora de Par¨ªs, los comprachicos que arrancan labios y narices en El hombre que r¨ªe, qui¨¦n sabe si hombres o mujeres, enanos o ni?os, todos harapientos, figuras revueltas y nocturnas. La sociedad tiene derecho a ver estas cosas porque son obra suya, aclar¨® Hugo en Los miserables.
El narrador de las novelas de
Hugo domina el arte de erigir lo particular en ejemplo universal, personaje admirable en largu¨ªsima conversaci¨®n con sus lectores, dominador de los tiempos, capaz de interrumpir el relato en un momento de m¨¢xima tensi¨®n para introducir un serm¨®n sobre la guillotina (fantasma que, fabricado por el juez y el carpintero, vive espantosamente de la muerte que provoca), o un coloquio sobre el significado de la Revoluci¨®n Francesa, la utilidad de la vida carcelaria y el ¨¦xito: 'Su falsa semejanza con el m¨¦rito enga?a a los hombres', aclara el sabio narrador, que siempre pone a discutir personajes interesantes y antit¨¦ticos -un obispo y un revolucionario, el polic¨ªa y el ladr¨®n- como en una buena tertulia radiof¨®nica.
Hugo invent¨®, antes del cine, una visi¨®n cinematogr¨¢fica del universo narrativo: el fabuloso cine del siglo XX en el siglo XIX, h¨¦roes y masas de personajes descritos con profusi¨®n de detalles, como captados por m¨²ltiples c¨¢maras, seg¨²n la ret¨®rica de la emoci¨®n. Jean Valjean, en Los miserables, surge como una presencia s¨®rdida y sin nombre en la ciudad provinciana hasta que una puerta se abre, los ojos del lector se van hacia esa puerta, la c¨¢mara toma un primer plano. Victor Hugo salud¨® en Baudelaire la presencia de no s¨¦ qu¨¦ rayo macabro, un nuevo estremecimiento. Baudelaire vio en Hugo la incre¨ªble coexistencia del genio y la estupidez.
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