2.039 corderos para el Aid al Adha
Los 150.000 miembros de la comunidad isl¨¢mica de Catalu?a celebran durante este fin de semana la fiesta del Sacrificio
Faltaban pocos minutos para las nueve de la ma?ana y m¨¢s de 3.000 hombres, en su mayor¨ªa paquistan¨ªes, abarrotaban ayer el polideportivo municipal del Raval, en la calle de Sant Pau de Barcelona, habilitado para celebrar la oraci¨®n con la que los musulmanes inician el Aid al Adha, la fiesta del Sacrificio.
El Aid al Adha conmemora el acto de fe del profeta Abraham y se celebra tras la peregrinaci¨®n a La Meca, justo 2 meses y 10 d¨ªas despu¨¦s del final del Ramad¨¢n. Junto al mes de ayuno, es la celebraci¨®n m¨¢s importante del calendario isl¨¢mico.
La fiesta del Sacrificio no es s¨®lo religiosa. Es tambi¨¦n una fiesta social que est¨¢ centrada en la carne de un cordero sacrificado para la ocasi¨®n. Durante tres d¨ªas, las familias musulmanas se re¨²nen, se visita a los amigos y se presta especial atenci¨®n a los enfermos y a los m¨¢s pobres. Eso es lo que en estos d¨ªas hace, de acuerdo con afirmaciones del Consejo Isl¨¢mico Cultural, la mayor¨ªa de los 150.000 musulmanes que viven en Catalu?a.
Los musulmanes tienen tradiciones culinarias distintas seg¨²n los pa¨ªses de procedencia. Samad, un marroqu¨ª que lleva una d¨¦cada en Espa?a, explicaba ayer que en algunas partes de su pa¨ªs el cordero dura los tres d¨ªas de la fiesta: el primero s¨®lo comen las v¨ªsceras; el segundo cocinan cus-c¨²s con la cabeza del animal, y culminan la celebraci¨®n comiendo la carne. En Pakist¨¢n, el cordero se divide en tres partes: una es para el matarife, otra para la familia y la tercera para los pobres. Un total de 2.039 corderos se sacrific¨® ayer de acuerdo con el rito isl¨¢mico en los mataderos de Barcelona y Sabadell.
En todo caso, antes de comer el cordero, hay que orar en direcci¨®n a La Meca. Iqbal M. Chauhday, uno de los l¨ªderes de la comunidad paquistan¨ª de Barcelona, saludaba ayer a los musulmanes que a primera hora de la ma?ana acudieron a rezar al polideportivo del Raval. Los fieles se colocaban ordenadamente, agachados y en hilera, mientras los montones de pares de zapatos se multiplicaban junto a la puerta. Una voz en ¨¢rabe rogaba por megafon¨ªa que los asistentes apagaran sus tel¨¦fonos m¨®viles. Tras una primera oraci¨®n, hubo que repetir, porque muchos fieles se quedaron sin poder entrar.
En la calle, todo el mundo miraba a trav¨¦s de los cristales de la peculiar mezquita, pero pocos se extra?aban. 'Por lo menos en esta fiesta pueden comer, lo que tiene que ser jodido es el Ramad¨¢n', comentaba un obrero, entre mordisco y mordisco del bocata, desde el segundo piso del andamio montado en el edificio de enfrente. Tal cual una escena de la pel¨ªcula En construcci¨®n.
Hace tiempo que los musulmanes han dejado de resultar ex¨®ticos en el Raval. Hasta tienen ¨¦xito: 'Hay que ver lo guapos y elegantes que son estos pakis', exclamaban dos se?oras camino del mercado de la Boqueria.
La oraci¨®n termin¨® con un sonoro aplauso y la celebraci¨®n se traslad¨® a la soleada rambla del Raval. Son pocas las ocasiones en que se re¨²nen tantos miembros de la comunidad, y los saludos y los abrazos se sucedieron durante un buen rato. Luego los grupos se fueron disolviendo. Hab¨ªa que ir a la carnicer¨ªa para recoger la carne de cordero encargada el d¨ªa anterior.
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