Stefan Zweig: un hombre de hoy
La densa y rica obra del escritor se ha vuelto a editar en Europa, salvo en su Austria natal. Su contribuci¨®n a la cultura europea sigue intacta.
El 22 de febrero de 1942, uno de los mejores escritores del siglo XX, Stefan Zweig, se suicid¨® en Pers¨¦polis, Brasil, junto a su segunda esposa, Charlotte Altmann. Por deber de memoria -como dec¨ªa Primo Levi- deseo recordarlo aqu¨ª. Su vida y su obra reflejan el nivel alt¨ªsimo que alcanzaron las letras y el arte europeos, no s¨®lo en Viena, sino en otros c¨ªrculos que Zweig visit¨® con asiduidad: Ginebra, Florencia, Par¨ªs, Berl¨ªn, Bath. Algo qued¨® definitivamente enterrado con ¨¦l. Su autobiograf¨ªa narra el mundo cuyo derrumbamiento no pudo soportar.
?Definitivamente? Tantos a?os despu¨¦s, su contribuci¨®n a la cultura europea sigue intacta. Aunque no en su Austria natal, en el resto de Europa, en Francia y tambi¨¦n en Espa?a, vuelve a editarse su obra elegante, de perspicacia psicol¨®gica inigualable, su obra densa y rica en todos los g¨¦neros: la biograf¨ªa, el ensayo, el teatro, la novela.
'Espero que a¨²n pod¨¢is ver la aurora tras la noche', escribi¨® a sus amigos antes de morir.
?Cabe olvidar Momentos estelares de la Humanidad, como aquel en el que narra el descubrimiento del Pac¨ªfico y fragmentos de la vida de Haendel, Goethe o Dostoiewski? ?O los ensayos sobre Kleist, H?lderlin y Nietzsche en La lucha contra el demonio? ?C¨®mo olvidar su teatro, Jerem¨ªas, estrenado en 1939 en Nueva York, que expresaba sus posiciones pacifistas, o Volpone? O sus libretos musicales, como aquel para la obra de Strauss que le impidieron estrenar. O sus ensayos, algunos premonitorios, sobre la deriva intelectual y moral, de la que tambi¨¦n ha escrito Ernesto S¨¢bato. Su correspondencia, con Romain Rolland y con tantos otros, o las cartas publicadas por Friederike von Winternitz, su primera mujer -con quien mantuvo hasta el fin una honda amistad- conservan intacto todo su inter¨¦s. Pol¨ªglota consumado, tradujo de forma excelente a Baudelaire, y a Verlaine, a Emile Verhaeren y a Rolland, y fue, a su vez, uno de los autores m¨¢s traducidos de su tiempo. Poeta estimable y admirador de la poes¨ªa, fue un excelente novelista, como lo prueba Piedad peligrosa.
Pero donde brilla con luz propia y excepcional es en sus novelas breves. Veinticuatro horas en la vida de una mujer -el relato de dos pasiones- era, seg¨²n Gorki, el texto m¨¢s profundo que ¨¦l hab¨ªa le¨ªdo. La Confusi¨®n de los sentimientos (un libro que toca de puntillas pero con profundidad el tema entonces tab¨² de la homosexualidad) era seg¨²n Rolland el libro m¨¢s denso y m¨¢s cruel le¨ªdo por ¨¦l. Deslumbrante narrador de la pasi¨®n y del sentimiento del hombre, Zweig maneja el lenguaje con la precisi¨®n del cirujano, como el pintor maneja los colores. Palabra y pincelada que tejen el ovillo del que habla en un art¨ªculo reciente sobre el arte inmortal de Francisco Calvo Serraller. Con econom¨ªa de palabras, en obras a veces muy breves, que tienen mucho de tragedia griega, de cumplimiento de destino, de fatalidad, Stefan Zweig sabe transmitir una fuerza tit¨¢nica y abrumadora, subyugante y m¨ªtica. Amok, con su olor a fiebre y a sangre, recuerda al Conrad de El coraz¨®n de las tinieblas. En 1995, poco antes de morir, Jos¨¦ Luis L. Aranguren, que prolog¨® un ensayo sobre Zweig, cita, entre sus preferidas, El jugador de ajedrez, una de sus obras tard¨ªas. Sus novelas han sido llevadas a la pantalla con fortuna desigual. Tal vez la versi¨®n m¨¢s interesante haya sido la que Roberto Rossellini e Ingrid Bergman hicieron de Miedo, aunque fueron incapaces de mejorar el excelente relato, un fant¨¢stico ejercicio de suspense.
'Zweig no es austriaco, ni alem¨¢n ni europeo. Era jud¨ªo y entre las cualidades de este pueblo no est¨¢ el valor', escribe un portavoz del antisemitismo oficial en el pr¨®logo de una de sus obras publicada en Espa?a en pleno franquismo. Exiliados de Europa tambi¨¦n nosotros, los dem¨®cratas espa?oles conoc¨ªamos bien la contribuci¨®n excepcional que intelectuales y artistas jud¨ªos realizaron en la Europa de entonces: Sigmund Freud, Hannah Arendt (autora de tres libros sobre Zweig), Joseph Roth, cuya muerte tanto le apen¨®, Mahler o Bruno Walter por citar tan s¨®lo a algunos de sus amigos.
Individualista, burgu¨¦s consecuente, cosmopolita, coleccionista y bibli¨®filo (c¨®mo olvidar su descripci¨®n del librero de viejo Jacob Mendel), su gran fortuna personal le hab¨ªa hecho concebir la ilusi¨®n de crear una fundaci¨®n que albergara sus colecciones important¨ªsimas. Infinitamente cort¨¦s, a pesar de su pudor y de cierta timidez, mantuvo una intensa vida social. Campe¨®n de la idea de una internacional de la cultura en una Europa Unida, Zweig fue un precursor, como tambi¨¦n ¨¦l y Romain Rolland, pacifistas convencidos, propugnaron la idea de la reconciliaci¨®n franco alemana. Viajero impenitente -pas¨® una larga temporada en la India- fue ciudadano del mundo. Visit¨® ?frica, Am¨¦rica del Sur y Rusia, donde escribi¨® una semblanza de Tolstoi. Conferenciante muy estimado, este vien¨¦s instalado en Salzburgo frecuent¨® Roma, visit¨® Espa?a, Estados Unidos, Canad¨¢, Cuba y M¨¦jico.
Creyente en los valores superiores de la paz sobre la guerra, del esp¨ªritu y del conocimiento, escudri?a como Freud, su amigo y confidente, el alma humana, pero es incapaz de comprender la naturaleza del mal, la violencia o la crueldad. La subida del nazismo le horroriza y le desorienta. Hostigado, quemados sus libros en auto de fe, decide exiliarse, primero a Inglaterra, donde se casa con Lotte Altmann. El 15 de a0gosto de 1941 se embarca hacia Brasil, donde espera encontrar la paz de esp¨ªritu. En vano. A¨²n escribe Brasil, pa¨ªs del futuro. El 22 de febrero de 1942, en plena lucidez, se despide de sus amigos. Convencido de que los nazis ganar¨¢n la guerra les dice sin embargo: 'Espero que a¨²n pod¨¢is ver la aurora tras la larga noche. Demasiado impaciente, parto antes que vosotros'.
Por deber de memoria, lo recuerdo aqu¨ª. Y me viene a la memoria, al pensar en ¨¦l, el poema que Borges escribi¨® para su amigo Francisco L¨®pez Merino.
En una Europa que no ser¨¢ nada si no es la Europa de la cultura y de los valores, Stefan Zweig se agranda con el paso del tiempo. Yo les invito a leer o a releer sus p¨¢ginas memorables y a los editores a publicar en castellano toda su obra.El 22 de febrero de 1942, uno de los mejores escritores del siglo XX, Stefan Zweig, se suicid¨® en Pers¨¦polis, Brasil, junto a su segunda esposa, Charlotte Altmann. Por deber de memoria -como dec¨ªa Primo Levi- deseo recordarlo aqu¨ª. Su vida y su obra reflejan el nivel alt¨ªsimo que alcanzaron las letras y el arte europeos, no s¨®lo en Viena, sino en otros c¨ªrculos que Zweig visit¨® con asiduidad: Ginebra, Florencia, Par¨ªs, Berl¨ªn, Bath. Algo qued¨® definitivamente enterrado con ¨¦l. Su autobiograf¨ªa narra el mundo cuyo derrumbamiento no pudo soportar.
?Definitivamente? Tantos a?os despu¨¦s, su contribuci¨®n a la cultura europea sigue intacta. Aunque no en su Austria natal, en el resto de Europa, en Francia y tambi¨¦n en Espa?a, vuelve a editarse su obra elegante, de perspicacia psicol¨®gica inigualable, su obra densa y rica en todos los g¨¦neros: la biograf¨ªa, el ensayo, el teatro, la novela.
?Cabe olvidar Momentos estelares de la Humanidad, como aquel en el que narra el descubrimiento del Pac¨ªfico y fragmentos de la vida de Haendel, Goethe o Dostoiewski? ?O los ensayos sobre Kleist, H?lderlin y Nietzsche en La lucha contra el demonio? ?C¨®mo olvidar su teatro, Jerem¨ªas, estrenado en 1939 en Nueva York, que expresaba sus posiciones pacifistas, o Volpone? O sus libretos musicales, como aquel para la obra de Strauss que le impidieron estrenar. O sus ensayos, algunos premonitorios, sobre la deriva intelectual y moral, de la que tambi¨¦n ha escrito Ernesto S¨¢bato. Su correspondencia, con Romain Rolland y con tantos otros, o las cartas publicadas por Friederike von Winternitz, su primera mujer -con quien mantuvo hasta el fin una honda amistad- conservan intacto todo su inter¨¦s. Pol¨ªglota consumado, tradujo de forma excelente a Baudelaire, y a Verlaine, a Emile Verhaeren y a Rolland, y fue, a su vez, uno de los autores m¨¢s traducidos de su tiempo. Poeta estimable y admirador de la poes¨ªa, fue un excelente novelista, como lo prueba Piedad peligrosa.
Pero donde brilla con luz propia y excepcional es en sus novelas breves. Veinticuatro horas en la vida de una mujer -el relato de dos pasiones- era, seg¨²n Gorki, el texto m¨¢s profundo que ¨¦l hab¨ªa le¨ªdo. La Confusi¨®n de los sentimientos (un libro que toca de puntillas pero con profundidad el tema entonces tab¨² de la homosexualidad) era seg¨²n Rolland el libro m¨¢s denso y m¨¢s cruel le¨ªdo por ¨¦l. Deslumbrante narrador de la pasi¨®n y del sentimiento del hombre, Zweig maneja el lenguaje con la precisi¨®n del cirujano, como el pintor maneja los colores. Palabra y pincelada que tejen el ovillo del que habla en un art¨ªculo reciente sobre el arte inmortal de Francisco Calvo Serraller. Con econom¨ªa de palabras, en obras a veces muy breves, que tienen mucho de tragedia griega, de cumplimiento de destino, de fatalidad, Stefan Zweig sabe transmitir una fuerza tit¨¢nica y abrumadora, subyugante y m¨ªtica. Amok, con su olor a fiebre y a sangre, recuerda al Conrad de El coraz¨®n de las tinieblas. En 1995, poco antes de morir, Jos¨¦ Luis L. Aranguren, que prolog¨® un ensayo sobre Zweig, cita, entre sus preferidas, El jugador de ajedrez, una de sus obras tard¨ªas. Sus novelas han sido llevadas a la pantalla con fortuna desigual. Tal vez la versi¨®n m¨¢s interesante haya sido la que Roberto Rossellini e Ingrid Bergman hicieron de Miedo, aunque fueron incapaces de mejorar el excelente relato, un fant¨¢stico ejercicio de suspense.
'Zweig no es austriaco, ni alem¨¢n ni europeo. Era jud¨ªo y entre las cualidades de este pueblo no est¨¢ el valor', escribe un portavoz del antisemitismo oficial en el pr¨®logo de una de sus obras publicada en Espa?a en pleno franquismo. Exiliados de Europa tambi¨¦n nosotros, los dem¨®cratas espa?oles conoc¨ªamos bien la contribuci¨®n excepcional que intelectuales y artistas jud¨ªos realizaron en la Europa de entonces: Sigmund Freud, Hannah Arendt (autora de tres libros sobre Zweig), Joseph Roth, cuya muerte tanto le apen¨®, Mahler o Bruno Walter por citar tan s¨®lo a algunos de sus amigos.
Individualista, burgu¨¦s consecuente, cosmopolita, coleccionista y bibli¨®filo (c¨®mo olvidar su descripci¨®n del librero de viejo Jacob Mendel), su gran fortuna personal le hab¨ªa hecho concebir la ilusi¨®n de crear una fundaci¨®n que albergara sus colecciones important¨ªsimas. Infinitamente cort¨¦s, a pesar de su pudor y de cierta timidez, mantuvo una intensa vida social. Campe¨®n de la idea de una internacional de la cultura en una Europa Unida, Zweig fue un precursor, como tambi¨¦n ¨¦l y Romain Rolland, pacifistas convencidos, propugnaron la idea de la reconciliaci¨®n franco alemana. Viajero impenitente -pas¨® una larga temporada en la India- fue ciudadano del mundo. Visit¨® ?frica, Am¨¦rica del Sur y Rusia, donde escribi¨® una semblanza de Tolstoi. Conferenciante muy estimado, este vien¨¦s instalado en Salzburgo frecuent¨® Roma, visit¨® Espa?a, Estados Unidos, Canad¨¢, Cuba y M¨¦jico.
Creyente en los valores superiores de la paz sobre la guerra, del esp¨ªritu y del conocimiento, escudri?a como Freud, su amigo y confidente, el alma humana, pero es incapaz de comprender la naturaleza del mal, la violencia o la crueldad. La subida del nazismo le horroriza y le desorienta. Hostigado, quemados sus libros en auto de fe, decide exiliarse, primero a Inglaterra, donde se casa con Lotte Altmann. El 15 de a0gosto de 1941 se embarca hacia Brasil, donde espera encontrar la paz de esp¨ªritu. En vano. A¨²n escribe Brasil, pa¨ªs del futuro. El 22 de febrero de 1942, en plena lucidez, se despide de sus amigos. Convencido de que los nazis ganar¨¢n la guerra les dice sin embargo: 'Espero que a¨²n pod¨¢is ver la aurora tras la larga noche. Demasiado impaciente, parto antes que vosotros'.
Por deber de memoria, lo recuerdo aqu¨ª. Y me viene a la memoria, al pensar en ¨¦l, el poema que Borges escribi¨® para su amigo Francisco L¨®pez Merino.
En una Europa que no ser¨¢ nada si no es la Europa de la cultura y de los valores, Stefan Zweig se agranda con el paso del tiempo. Yo les invito a leer o a releer sus p¨¢ginas memorables y a los editores a publicar en castellano toda su obra.
Silvia Escobar, ling¨¹ista y experta en derechos humanos, es concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid.
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