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Hay por lo menos un mill¨®n de imb¨¦ciles (lo siento de verdad si es usted uno de ellos) que llevan en el salpicadero de su coche un cimbreante mu?eco de Elvis Presley, ya saben, el mismo que aparece en el anuncio de Audi, el mismo que han premiado como mejor del a?o en la Gala de la Publicidad que ha tenido lugar hace unos d¨ªas. Asegura el director creativo de la firma que perpetr¨® el invento que 'hay que entender que lo importante no es el producto, sino la marca'. Bien. Hay que reconocer que a veces son sinceros estos publicitarios.
No s¨¦ si el spot del mu?eco ha servido de verdad a la lujosa marca de autom¨®viles que anuncia. Lo cierto es que no he visto un solo coche de esa marca alemana (al margen del que sale en el anuncio) con el dichoso Elvis en el salpicadero. He visto, sin embargo, buen n¨²mero de utilitarios y de bugas macarras con el mu?equito de la cadera floja, heredero directo de aquellos perros lobo que mov¨ªan su cabeza en las bandejas de los ocho y medio, los simcamiles y los erredieces de nuestra infancia aut¨¢rquica. A lo mejor estoy equivocado, pero me da la sensaci¨®n de que los que han ganado de verdad con el anuncio de Audi son los f¨¢bricantes del mu?equito de Elvis y no los constructores alemanes.
Es verdad que hay anuncios magn¨ªficos. Pero no es menos cierto que la publicidad es el para¨ªso de la estupidez y la canaller¨ªa. Se lo pueden preguntar al franc¨¦s Fr¨¦d¨¦ric Beigbeder. O mejor leer su libro 13,99 euros. Fr¨¦d¨¦ric ide¨®, por ejemplo, la campa?a del Wonderbra. ?l eligi¨® las tetas imposibles de Eva Herzivoga para hacer el anuncio que dio la vuelta al mundo en un sost¨¦n. 'Era muy infeliz a pesar de ganar dinero a espuertas', ha dicho. 'Me sent¨ªa culpable por mentir a la gente, adem¨¢s de frustrado por el trato humillante de los clientes'. Beigbeder es el hombre que sab¨ªa demasiado de la publicidad. Su novela vale m¨¢s de los 13,99 euros que cuesta. Un buen invento, dice, el de la moneda ¨²nica europea: as¨ª los sueldos de los ricos parecen 16 veces menos indecentes.
El universo de la publicidad aparece en el libro de Beigbeder como un sucio inframundo. Habr¨¢ quien diga que carga las tintas cuando habla de los r¨ªos de coca que esnifan buena parte de los llamados genios de la publicidad, de las reuniones absurdas, los jefes oligofr¨¦nicos y la hueca ret¨®rica ampulosa de los publicitarios. Puede que en alg¨²n caso Beigbeder exagere y se deje llevar por la imaginaci¨®n. Al fin y al cabo, su actual oficio es la literatura. Pero los datos no se los inventa. No miente cuando afirma que estamos sometidos a 4.000 mensajes comerciales diarios. Ni cuando cuenta que la Coca-Cola gasta m¨¢s de 10.000 millones de francos anuales en publicidad mientras la Cruz Roja calcula que 1.000 millones de personas viven en chabolas. Un mill¨®n de espa?oles, entretanto, llevan en los salpicaderos de sus coches a Elvis. ?Cu¨¢ntos libros conseguir¨¢ vender Beigbeder en Espa?a?
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