Porfirio Barba Jacob. El hombre que parec¨ªa un caballo...
... Y LA VERDAD: su cara alargada y maciza, de quijada memorable, labios extendidos y gruesos y nariz de jud¨ªo errante, bien puede recordar el rostro de ese equino, seg¨²n lo advirti¨® el guatemalteco Rafael Ar¨¦valo Mart¨ªnez. Se trata del poeta colombiano Miguel ?ngel Osorio, tambi¨¦n conocido por varios seud¨®nimos, como Ma¨ªn Xim¨¦nez, Ricardo Arenales y aquel con que hoy se le identifica: Porfirio Barba Jacob, quien naci¨® en un pueblo monta?oso y perdido de la geograf¨ªa colombiana en 1883 y muri¨® 59 a?os despu¨¦s en Ciudad de M¨¦xico, miserablemente pobre y destruido.
Curioso destino el suyo como poeta: s¨®lo escribi¨® alrededor de 120 poemas y lo hizo en la ¨¦poca m¨¢s temprana de su vida: en 1925 ten¨ªa ya la mayor parte de esa obra y durante los a?os restantes los llev¨® siempre consigo, sin terminar nunca de corregirlos; redact¨® para ellos cinco pr¨®logos, ide¨® varios t¨ªtulos distintos y nunca public¨® ese tan planeado libro. En vida suya salieron tres compilaciones por iniciativa de amigos: Rosas negras, Canciones y eleg¨ªas y La canci¨®n de la vida profunda y otros poemas.
Desde?ada su obra por notables, como Pablo Neruda y Octavio Paz, es ¨¦sta adem¨¢s muy poco conocida fuera de su pa¨ªs y de M¨¦xico, lugar donde vivi¨® muchos a?os. Sin embargo, en Colombia es el gran poeta nacional, por encima incluso de Jos¨¦ Asunci¨®n Silva. Hace unos a?os, la Casa de Poes¨ªa Silva realiz¨® un sondeo para escoger el mejor poema de nuestra literatura y el vencedor indiscutible por votaci¨®n popular fue Barba, con su poema La canci¨®n de la vida profunda, del cual no hay colombiano que se respete que no sepa de memoria al menos una estrofa: 'Y hay d¨ªas en que somos tan pl¨¢cidos, tan pl¨¢cidos... / -?ni?ez en el crep¨²sculo! ?lagunas de zafir!- / que un verso, un trino, un monte, un p¨¢jaro que cruza, / ?y hasta las propias penas! nos hacen sonre¨ªr...'.
Por mi parte, he le¨ªdo y rele¨ªdo su poes¨ªa y debo decir que cada d¨ªa me gusta m¨¢s. No influye de ninguna manera en este concepto la imagen de 'poeta maldito' que Barba elabor¨® con tanta dedicaci¨®n, ni las hagiograf¨ªas que han escrito sus bi¨®grafos, donde narran con admiraci¨®n y reverencia su intensa vida de errancias y vagabundeo por Centroam¨¦rica, de miserias, pobreza, inestabilidad, extravagancias y bohemia. ?l mismo la recrea en muchos de sus poemas, el m¨¢s memorable de ellos tal vez sea la Balada de la loca alegr¨ªa: 'Mi vaso lleno -el vino del An¨¢huac- / mi esfuerzo vano -est¨¦ril mi pasi¨®n- / soy un perdido -soy un marihuano / a beber -a danzar al son de mi canci¨®n...'.
Porque Barba decidi¨® ser un poeta maldito, cuyo modelo tom¨® de Poe, Verlaine y Baudelaire; y como ellos vivi¨® en la miseria, con abundancia de alcohol, hospitales, homosexualidad y c¨¢rceles. Ese malditismo lo traslada a su poes¨ªa, que es exaltada y plena de exacerbada pasi¨®n, pero tambi¨¦n angustiada por el temor a la muerte, la evidencia de la nada y la fugacidad de las cosas de la vida, de lo cual su magn¨ªfico poema Futuro es un buen ejemplo: 'Decid cuando yo muera... (?y el d¨ªa est¨¦ lejano!): / soberbio y desde?oso, pr¨®digo y turbulento, / en el vital deliquio por siempre insaciado, era un llama al viento... / Vag¨®, sensual y triste, por islas de su Am¨¦rica; / en un pinar de Honduras vigoriz¨® el aliento; / la tierra mexicana le dio su rebeld¨ªa, / su libertad, su fuerza... Y era un llama al viento'.
Con el prurito de la novedad, algunos cr¨ªticos han descalificado su poes¨ªa, alegando falta de originalidad y por no aportar nada nuevo a la poes¨ªa en lengua espa?ola. He ah¨ª un falso dilema, pues una obra importante no tiene que ser necesariamente renovadora, basta con que tenga calidad, y en Barba, a pesar de los frecuentes excesos verbales y de los rebuscamientos seudoeruditos, la hay y muy buena en por lo menos siete poemas -que ya es decir- antologables en cualquier ¨¢mbito literario. Entre ellos est¨¢ el que para muchos es el mejor poema homosexual de nuestra lengua, Los desposados de la muerte: '... Leonel Robledo era muy t¨ªmido / bajo una apariencia llena de majestad. / En el rec¨®ndito espejo de su ternura / se le reflejaba la imagen de una mujer. / Toda su fuerza era para el ensue?o y la evocaci¨®n. / Le vi llorar una vez por males de ausencia / y me dije: hay una tempestad en una gota de roc¨ªo / y, sin embargo, no se conmueven los luceros...'.
Que su poes¨ªa carece de originalidad es verdad. Y a¨²n m¨¢s: no s¨®lo no innova, sino que representa un romanticismo ya muy tard¨ªo, el cual, seg¨²n algunos cr¨ªticos como Eugenio Florit y Jos¨¦ Olivio Jim¨¦nez, constituye una de las tendencias del posmodernismo hispanoamericano, ¨¦poca literaria durante la que escribe el colombiano. Ni temas ni t¨¦cnicas nuevas, pero, en sus mejores momentos, una muy seductora magia verbal, una demoniaca vitalidad y un sobrecogedor lamento de ¨¢ngel ca¨ªdo: 'Coro: / Nosotros somos los delirantes, / los delirantes de la pasi¨®n: / ved nuestras vagas huellas errantes, y en nuestras manos febricitantes / rojas piltrafas de coraz¨®n. / Abrid, que llegan los trashumantes / de una ignorada, muelle Stambul, / ?A qu¨¦ las fugas alucinantes, / si hay tras las arduas cumbres distantes / los mismos mares y el mismo azul?'.
Los estudiosos han visto en Barba a un rom¨¢ntico, en su intimismo, su individualismo y en esa pasi¨®n como trasunto del poeta ungido por el destino, del ser excepcional que se consideraba. Y un rom¨¢ntico tambi¨¦n en los temas: 'Te me vas, torcaza rendida, juventud dulce, / dulcemente desfallecida: ?te me vas! / Tiembla en tus embriagueces el dolor de la vida. / -?Y nada m¨¢s? / -Y un poco m¨¢s... / La mujer y la gloria, con pu?os ternezuelos, / llamaron quedamente a mi alma infantil. / ?Oh, los primarios ¨ªmpetus! ?Los matinales vuelos! / Tuve una novia... Me parece que fue en abril...'. Pero al mismo tiempo su poes¨ªa revela a un h¨¢bil artesano de la t¨¦cnica modernista, de su m¨²sica, su lenguaje y su est¨¦tica, con resonancias evidentes de Dar¨ªo y Lugones. Va un ejemplo: 'Yo no sab¨ªa que el azul ma?ana / es vago espectro del brumoso ayer; / que agitado por soplos de centurias / el coraz¨®n anhela arder, arder. / Siento su influjo, y su latencia, y cuando / quiere sus luminarias encender. / Pero la vida est¨¢ llamando, / y ya no es hora de aprender'.
Y a este c¨®ctel hay que agregar el decadentismo de acento delirante de los poetas malditos del XIX: 'Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante, / opreso en la urna del d¨ªa, / engre¨ªdo en mi coraz¨®n, / ebrio de mi fantas¨ªa, / y la Eternidad adelante... / adelante... / adelante...'.
En fin: tal es un vago retrato po¨¦tico de Porfirio Barba Jacob, el vagabundo, el marihuano, el maldito, el fracasado, el incomprendido, el dionisiaco, el lujurioso, el homosexual, el marginado, el menesteroso, el alcoh¨®lico... Pero tambi¨¦n, el poeta que merece ser le¨ªdo: esta breve nota es una invitaci¨®n a hacerlo.
Mar¨ªa Mercedes Carranza (Bogot¨¢, 1945) es directora de la Casa de Poes¨ªa Silva de Bogot¨¢. Ha publicado libros como El canto de las moscas (Debolsillo), Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1982), Hola soledad (1987) y Maneras del desamor (1995).
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