Una colecci¨®n, un reino
La exposici¨®n titulada La almoneda del siglo. Relaciones art¨ªsticas entre Espa?a y Gran Breta?a, 1604-1655, adem¨¢s de documentos alusivos, re¨²ne un notable conjunto art¨ªstico de unos 63 cuadros y dibujos, entre cuyos autores se encuentran los mejores maestros antiguos, como Mantegna, Correggio, Tiziano, Veron¨¦s, Tintoretto, Rafael, Durero, Andrea del Sarto, Rubens, Orazio Gentileschi, Vel¨¢zquez, Van Dyck, etc¨¦tera. Organizada por el historiador brit¨¢nico John Elliott y el historiador del arte estadounidense Jonathan Brown, ambos reputados hispanistas, especializados en el estudio de la Espa?a del siglo XVII, esta muestra trata de reconstruir, en primer t¨¦rmino, como anuncia su t¨ªtulo, la venta o almoneda de los bienes art¨ªsticos de Carlos I de Inglaterra tras su tr¨¢gica muerte, en 1649, finalmente decapitado por los partidarios de Cromwell, vencedores en la contienda civil que enfrent¨® a los brit¨¢nicos entre s¨ª durante esa agitada d¨¦cada, pero aborda tambi¨¦n, en segundo, las complejas relaciones hispano-brit¨¢nicas a lo largo de la primera mitad del siglo XVII, en las que los intercambios culturales y, sobre todo, art¨ªsticos entre ambas naciones fueron abundantes y fecundos.
LA ALMONEDA DEL SIGLO. RELACIONES ART?STICAS ENTRE ESPA?A Y GRAN BRETA?A, 1604-1655
Museo del Prado Paseo del Prado, s/n. Madrid Hasta el 2 de junio
Nos encontramos, as¨ª, pues, con una exposici¨®n de historia y de arte, que no es lo mismo que de historia del arte, aunque tambi¨¦n esto lo incluya en el apartado crucial del coleccionismo. Sea como sea, lo que se nos propone no es balad¨ª en ninguna de las perspectivas que esta iniciativa abarca: no lo es desde la hist¨®rica, porque, al tratar de las tradicionalmente conflictivas relaciones hispano-brit¨¢nicas pone el dedo en la llaga de la ca¨ªda del Imperio espa?ol no s¨®lo en beneficio de la emergencia del nuevo poder brit¨¢nico, sino, sobre todo, de la modernidad que ¨¦ste representaba por ser protestante, ser comercial y, a partir de Cromwell, ser, con todas las reservas que se quiera, 'democr¨¢tico', as¨ª como, en t¨¦rminos de pol¨ªtica internacional, ser 'imperialista'. Este choque de mentalidades e ideolog¨ªas entre ambos pueblos se percibe muy bien en el campo acotado por la muestra, el de la primera mitad del siglo XVII, porque fue entonces cuando, salvando los duros enfrentamientos anteriores, se intent¨®, sobre todo por parte brit¨¢nica, que no ocurriera lo inevitable: la prolongaci¨®n de la pugna con Espa?a. De esta manera, entre 1604, fecha de los primeros contactos diplom¨¢ticos, y 1623, la de la sorprendente visita inicialmente de inc¨®gnito del pr¨ªncipe de Gales a la Corte espa?ola para dar el ¨²ltimo empuje a las abstrusas negociaciones nupciales entre ¨¦l y la princesa Mar¨ªa, se vivi¨® por ambas partes, un poco a rega?adientes, la ilusi¨®n de una alianza, que hoy nos parece hist¨®ricamente tan contra naturam, como los propios hechos se encargaron enseguida de demostrar, aunque la cola de acontecimientos al respecto todav¨ªa continuase hasta poco despu¨¦s del ecuador de la centuria, con el rey pacificador Carlos I ejecutado y actuando Cromwell como un rey sin corona.
De manera muy simplificada, he evocado aqu¨ª el trasfondo hist¨®rico que rebulle por el arte exhibido en la presente exposici¨®n, que, como antes se dec¨ªa, trata de reconstruir la formidable colecci¨®n de arte formada por Carlos I y de su venta p¨²blica tras su muerte, de la que se benefici¨® Felipe IV, uno de los principales adquirientes, y, por tanto, a trav¨¦s de ¨¦l, fuente principal¨ªsima de lo que hoy se atesora en el Museo del Prado. En este sentido, siendo su sede de exhibici¨®n actual el propio Museo del Prado, el visitante se encuentra frente a muchas de las obras maestras de la colecci¨®n de esta instituci¨®n simplemente cambiadas de sitio, lo que no significa que no hayan venido otras muchas de fuera, algunas tambi¨¦n de excelente calidad art¨ªstica, y las que no tanto o poca, de indudable inter¨¦s hist¨®rico. De manera que, si mediante esta iniciativa, nuestro p¨²blico cobra conciencia de una de las fuentes que han nutrido la colecci¨®n del Prado, se informa de un episodio fundamental de nuestra historia moderna y, encima, se adentra en la g¨¦nesis del coleccionismo art¨ªstico durante el Antiguo R¨¦gimen, que, en muchos casos, y, desde luego, el nuestro, fue el antecedente decisivo de nuestras actuales colecciones p¨²blicas, no se puede negar pertinencia y sentido a este proyecto, cuya eficacia se redondea, a mi juicio, al ser sus mentores dos hispanistas anglosajones, portadores de una mirada, por de pronto, 'complementaria', pero, principalmente, mucho m¨¢s desprejuiciada que la nuestra.
Es cierto que, estando el Museo del Prado a¨²n en v¨ªas de realizar su ambicioso proyecto de ampliaci¨®n, la muestra ha obligado a desalojar una de sus plantas principales, con todas las molestias y frustraciones que ello genera al visitante for¨¢neo, pero, en este caso, al menos no se le despoja de todo lo que esperaba contemplar, sino que se le descoloca. As¨ª con todo, se ha afrontado el desaf¨ªo con un montaje dise?ado por el artista Gustavo Torner, que ha sido el art¨ªfice, estos ¨²ltimos a?os, del nuevo dise?o de las salas del museo, un montaje que ayuda eficazmente a resaltar la intenci¨®n y el empaque de la exposici¨®n, cuyas obras art¨ªsticas no es necesario ponderar, salvo el Veron¨¦s y el Correggio procedentes respectivamente de las galer¨ªas nacionales de Edimburgo y Londres, por ser excelsas obras maestras de los mejores maestros antiguos que habitualmente est¨¢n a la vista en el Prado. Por ¨²ltimo, no cabe desde?ar c¨®mo esta exposici¨®n se inserta en la serie que ha organizado recientemente el Prado, dedicadas a exaltar la memoria y el coleccionismo art¨ªstico de Carlos V y Felipe II.
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