Mansos, bastos y de carreta
Un tiempo espl¨¦ndido para estar sentados en los tendidos y ver una corrida de toros aut¨¦ntica. Que en el caso de Las Ventas era la primera de la temporada. Una primera entrada generosa de p¨²blico, que acudi¨® al reclamo de un cartel apa?ado de tres estilistas de diferente trazo y mando. Y una corrida de toros m¨¢s de sopor que de emoci¨®n, angustias y comentarios diversos, interesados y calientes. La culpa, que se la echen al maestro armero. Aunque mejor a los toros, atacados de kilos, y que se comportaron m¨¢s como bueyes que como animales de casta ind¨®mita y sangre brava.
Hab¨ªa voces que susurraban que ¨ªbamos a ver una corrida de puro encaste santacoloma, y abrigaban sus esperanzas. Que en buena parte se disolvieron cruelmente cuando leyeron, en el programa de mano, que en 1992 se hab¨ªa eliminado todo lo anterior y la procedencia actual era de Sep¨²lveda y de unos toros que una vez su due?o los llam¨® artistas: en tarde de pasi¨®n y propaganda.
Elizondo / S¨¢nchez, Uceda, Romero
Cuatro toros de Pablo Mart¨ªnez Elizondo -dos fueron rechazados en el reconocimiento-, desigualmente presentados, bastos, mansos y de media casta, que dieron muy mal juego; 2? y 4? de Navalrosal, encastado, y manso y soso respectivamente. Manolo S¨¢nchez: pinchazo y estocada baja y trasera (silencio); tres pinchazos y un pinchazo hondo, se echa el toro (silencio). Uceda Leal: cuatro pinchazos y estocada desprendida -aviso- (silencio); tres pinchazos -1? aviso- dos pinchazos, media estocada y dos descabellos -2?aviso-, se echa el toro (silencio). Alfonso Romero: estocada casi entera (silencio); metisaca en los bajos, cuatro pinchazos, bajonazo y siete descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 24 de marzo. Media entrada.
S¨®lo el segundo toro, sustituto de un titular que no pas¨® el reconocimiento, tuvo eso que se llama casta, incluso su aquello de genio, y con el mentado estuvo Uceda Leal dispuesto y desafortunado. Comenz¨® dobl¨¢ndose por bajo con sabor y torer¨ªa, y luego se estir¨® por fuera de las rayas, para no acabar de dominar la situaci¨®n y perderse en un pi¨¦lago de enganchones y falta de mando. En su segundo, Uceda Leal estuvo voluntarioso, se trabaj¨® unas series de redondos de cierta prestrancia y luego se perdi¨® con el buey en tierras inciertas de chiqueros, con la espada muy mal afilada, y los avisos fueron cayendo uno detr¨¢s de otro.
Manolo S¨¢nchez breg¨® bien de capa en su primero, un inv¨¢lido llamado Taquillero. No sabemos si el nombre es una clave o una coincidencia con guasa. Y en su segundo rob¨® algunos lances templados, a favor del viaje del toro, y desarroll¨® una faena que impacient¨® al p¨²blico, que ped¨ªa, por favor, que terminara cuanto antes.
Para terminar con lo sucedido en la tarde luminosa, sensual y sopor¨ªfera de autos, nos queda Alfonso Romero, quien en su primero demostr¨® su buen corte y elegancia, mientras el mansurr¨®n embisti¨®, y en el sexto dimiti¨® ante el boyac¨®n y estuvo pelma y ofuscado con la espada.
O sea, que de alegr¨ªas, pocas. Una l¨¢stima de espect¨¢culo, de arte enterrado y mentes pensantes que eligen toros fofos, blandos y sin maldita casta que haga cantar loas. Adi¨®s.
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