Batalla por un jir¨®n de carne de vaca
'?Se dan cuenta de que hay hambre de verdad?', pregunt¨® uno de los adolescentes
Si la imagen se congelara en una sola escena, la del ni?o moreno de unos diez a?os que logr¨® cargarse a los hombros, rapi?¨¢ndola entre las piernas de los adultos, un enorme trozo de carne de vaca y salir de all¨ª h¨²medo de sudor, rojo de sangre, dejando atr¨¢s un sendero de gotas salpicadas por el cuero negro y blanco colgante que se agitaba cuando el chaval se apresuraba y corr¨ªa para cruzar la carretera, todo estar¨ªa dicho. Sucedi¨® el domingo, a 280 kil¨®metros al noroeste de Buenos Aires. Fue la carn¨ªvora met¨¢fora del pa¨ªs considerado el granero del mundo y que, todav¨ªa hoy, con 50 millones de vacas pastando en sus f¨¦rtiles campos, ha acabado por devorarse a s¨ª mismo.
Sucedi¨® el pasado domingo. Un cami¨®n de la empresa El Lucero que viajaba desde la provincia de C¨®rdoba hacia Rosario con 22 vacas que deb¨ªa descargar en el frigor¨ªfico Swift, a unos 280 kil¨®metros al noroeste de Buenos Aires, volc¨® de lado en la carretera de acceso a la ciudad conocida como Avenida de Circunvalaci¨®n, despu¨¦s de que el conductor perdiera el control al comprobar que los cambios de velocidad no respond¨ªan.
Tal vez fue el olor del ganado, el estruendo del golpe de la jaula contra el pavimento, el mugido desgarrador de los animales apilados, heridos, amontonados, quiz¨¢ todo junto y el hambre, que tambi¨¦n estaba all¨ª, al otro lado de la carretera. Todo convoc¨® a detonar la desesperaci¨®n de los habitantes de La Granada, como se llama a la villa miseria donde residen m¨¢s de 15.000 personas. El Gran Rosario es, junto con el Gran Buenos Aires, el lugar donde se concentran las m¨¢s pobladas villas miseria del pa¨ªs y donde se registran los m¨¢s altos ¨ªndices de desocupaci¨®n.
El puerto de Rosario sobre el r¨ªo Paran¨¢ era la v¨ªa de salida de los cereales de C¨®rdoba y Santa Fe; alrededor de la ciudad se hab¨ªa desarrollado adem¨¢s un gran polo industrial con f¨¢bricas y frigor¨ªficos que atra¨ªa inmigrantes de las provincias m¨¢s pobres del norte. Poco, o nada, queda ya de eso. S¨®lo la gente, abandonada a su suerte.
Y las vacas estaban all¨ª, custodiadas por los coches patrulla del lugar que acudieron tras el accidente. Y la gente se acercaba, pac¨ªficamente, armada con cuchillas. Hab¨ªa entre ellos hombres expertos, despedidos de los frigor¨ªficos, que conoc¨ªan el oficio. Pod¨ªan matar y faenar. Con 22 vacas com¨ªan todos. Le pidieron a la polic¨ªa que autorizara la requisa antes de que fueran demasiados. El olor, la voz, el hambre se hab¨ªan corrido ya hasta las villas vecinas, los barrios de Las Flores y el Municipal. Ser¨ªan ya unos 400 rodeando el cami¨®n cuando el due?o de la empresa El Lucero se acerc¨® al lugar y comprendi¨®, convencido a su vez por los t¨¦cnicos del frigor¨ªfico y la polic¨ªa, que era mejor contribuir voluntariamente al reparto.
La decisi¨®n quit¨® la anilla de La Granada. La peque?a multitud arras¨® con el control policial. Hombres y mujeres de todas las edades tiraban de las vacas por las patas y la cola, las arrastraban, las llevaban colgando de sogas. En la mirada de los animales y en la de quienes se abalanzaban contra ellos se fund¨ªan el horror y la desesperaci¨®n. 'Tengo siete hijos, tengo siete hijos, necesito m¨¢s', clamaba una madre que reten¨ªa un cuarto trasero. Un adolescente se acerc¨® a los cronistas para preguntarles si ahora ve¨ªan lo que era evidente: '?Se dan cuenta que no es joda, que hay hambre de verdad, d¨ªganle a los que se robaron todo, nosotros no queremos hacer esto, no somos ladrones como ellos, ac¨¢ van a ver que repartimos'.
Cuchillas en el cuello
Las vacas eran empujadas hasta que ca¨ªan de costado. Enseguida varios hombres saltaban sobre ellas y les hund¨ªan las cuchillas de hoja ancha en el cuello; despu¨¦s comenzaba el recorte de piezas. Desde un costado de la carretera pod¨ªa verse a los grupos tirando de las patas, de las cabezas, cargando trozos enormes en carros tirados por un caballo. Las pelaron hasta el hueso y segu¨ªan all¨ª ya entrada la noche. Entre las piernas de los echados sobre una vaca sali¨® aquel chico, manchado de sangre, que cargaba un cuarto inmenso sobre sus hombros. Las piernas se le doblaban al correr y parec¨ªa un peque?o borracho que no pod¨ªa seguir la l¨ªnea recta de su camino. Se perdi¨® detr¨¢s de la leve loma verde que oculta la villa a la vista de los que pasan por all¨ª en coche. Los ojos del pibe asomaban entre el flequillo de pelo duro y oscuro. Miraba a un lado y a otro. Sab¨ªa que llevaba algo valioso para toda la familia. Ya era un hombre.
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