Violencia en los estadios
Despu¨¦s de la retirada de las vallas de los campos, motivada por insoslayables razones de mercado -nadie paga una entrada por morir aplastado-, ser¨ªa cuesti¨®n de pensar, con calma, en alg¨²n otro m¨¦todo para evitar la invasi¨®n de los campos de f¨²tbol por los seguidores de Atila, y no lo digo solamente pensando en la hierba. En mi opini¨®n, algo no funciona en el f¨²tbol. No vamos a exigirles a los hinchas descerebrados que tengan un poco m¨¢s de cerebro: ser¨ªa una paradoja, o simplemente algo in¨²til. Hay quien dice que el responsable ¨²ltimo del desorden, teniendo en cuenta que los pac¨ªficos tambi¨¦n han pagado su entrada, es el club, que no ha tomado las medidas adecuadas -psicoan¨¢lisis de bolsillo incluido en oferta- con los violentos que confunden el campo de f¨²tbol con el campo de batalla. Es la siempre ardua tarea de buscar responsables -otrora llamados cabezas de turco- cuando la cosa se desmadra demasiado, lo cual sucede en todos los ¨¢mbitos de la actualidad.
Se supone que la mayor parte de los actos violentos en los estadios los perpetran j¨®venes, y es que la juventud est¨¢ fatal. Pero bueno, ?no hay tambi¨¦n adultos violentos? Hay que tener presente que la sicolog¨ªa de las masas es un concepto que toma cuerpo especialmente en el f¨²tbol, dentro del cual podr¨ªamos referirnos incluso, si me apuran, a un inconsciente colectivo. No se puede hablar de j¨®venes y adultos, sino de la masa, lo cual tambi¨¦n induce a error, porque anula las responsabilidades individuales. Por eso la muchedumbre es capaz de todo. Las propiedades terap¨¦uticas del circo est¨¢n demostradas desde tiempos de los romanos, pero lo preocupante del espect¨¢culo es cuando peligra la seguridad del espectador. Y la de los propios jugadores. E incluso, por qu¨¦ no, la del propio presidente del club, por no hacer favoritismos.
Los expertos ya piensan en nuevas soluciones para atajar este problema, pero achacan a los clubes cierta mano blanda con los espectadores agresivos. Entre las medidas que se han barajado, una de ellas pasa por aficionar al espectador a la lectura, para elevar su nivel cultural. El procedimiento es sencillo: la media hora anterior al partido todo espectador sin excepci¨®n habr¨¢ de llevar a cabo una lectura del Ulises de Joyce, que el club habr¨¢ regalado previamente en la taquilla, en edici¨®n de bolsillo junto con la entrada, si es que es posible concebir un Ulises en edici¨®n de bolsillo. ?Se imaginan ustedes a cuarenta mil espectadores absortos en los libros abiertos? Ni una mosca. ?Y el estruendo al pasar la p¨¢gina al un¨ªsono? Gol. Y al final del encuentro, tertulia literaria.
Desgraciadamente, esta ut¨®pica idea no ha sido nunca llevada a la pr¨¢ctica. Tampoco nadie ha tenido nunca el atrevimiento de comparar a Joyce con Zidane, ni siquiera Umbral. Por otra parte, los actuales criterios de seguridad tienden a un control del individuo menos espiritual y m¨¢s pr¨¢ctico, lo cual ha sucedido siempre para mal en vista de los resultados obtenidos por la civilizaci¨®n occidental. No olvidemos que nuestro sistema educativo est¨¢ fatal desde hace muchos a?os, y que eso ha podido repercutir en los elevados ¨ªndices de violencia -juvenil o adulta- en los estadios, as¨ª que es necesario idear un artefacto ingenioso y barato que sustituya las vallas. Fosos con cocodrilos, parterres con ortigas, zonas minadas fueron descartadas pensando siempre en la seguridad del espectador. Se coment¨® incluso la posibilidad de dividir las gradas en corrales -a la manera que se hace con los animales, sin ¨¢nimo de faltar al aficionado-, para evitar las oleadas y las avalanchas.
Y el problema persiste. Los ¨²ltimos acontecimientos nos muestran que un hincha nas¨ªo pa mat¨¢ es capaz de atacar a otros con bengalas al m¨¢s puro estilo guerrillero. ?Es esto una se?al de advertencia para la sociedad? Creo que fue Valdano el que dijo que el f¨²tbol era un espejo de la realidad. El caso es que, de seguir as¨ª, la obsesi¨®n por la seguridad que quita el sue?o a medio mundo tras el 11-S llegar¨¢ tambi¨¦n al f¨²tbol. No ser¨¢ raro que, dentro de poco, examinen el interior de los bocatas de tortilla de chorizo con rayos X. Y que las botas de vino puedan ser consideradas peligrosas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.