Coraje
Las expresiones de malestar pol¨ªtico se suceden en toda Europa. Tres hechos han llamado especialmente la atenci¨®n en las ¨²ltimas semanas: la amplitud creciente de los movimientos cr¨ªticos con la globalizaci¨®n, la masiva manifestaci¨®n de rechazo al r¨¦gimen de Berlusconi en Italia y el presunto voto radical o antisistema que detectan las encuestas en sus previsiones para las pr¨®ximas presidenciales francesas, en que la extrema izquierda y la extrema derecha podr¨ªan sumar en torno al 25% de los votos. Al lado de estos momentos de especial luminosidad medi¨¢tica podr¨ªamos encontrar muchos otros s¨ªntomas de menor impacto, pero tanto o m¨¢s significativos, que van desde el aumento de la abstenci¨®n hasta una despolitizaci¨®n generalizada s¨®lo rota por acciones aisladas fruto de la creaci¨®n espont¨¢nea de lo que algunos llaman comunidades afectivas frente a un acontecimiento concreto. La pregunta que est¨¢ en el aire es si estas nuevas expresiones de malestar corresponden al mismo modelo o tienen alg¨²n mayor calado como s¨ªntoma de una cierta repolitizaci¨®n de una sociedad que no se siente c¨®moda con el modo en que se hacen las cosas y que est¨¢ saturada de ver el dinero como vara de medir ideol¨®gica de todas las cosas.
Ante estos s¨ªntomas de insatisfacci¨®n se perfilan dos respuestas desde los grandes partidos pol¨ªticos. La primera es pensar que siguen siendo movimientos pasajeros, que es lo que est¨¢ haciendo la mayor parte de la derecha europea desde Aznar a Berlusconi, que s¨®lo busca descalificarlos y, si se puede, criminalizarlos. La derecha se siente respaldada por un caudal de tan ambiguas proporciones como es la llamada mayor¨ªa silenciosa, que calla, vota y otorga. La segunda opci¨®n es considerar que no todo es ruido, que estos s¨ªntomas son expresi¨®n de problemas reales y que hay que atender algunos de los mensajes que vienen de la protesta. Es la actitud de una parte de la izquierda (y alg¨²n sector de la derecha) que no consigue evitar, sin embargo, la sensaci¨®n de cierto desconcierto y, sobre todo, de inseguridad. De miedo a que, si ponen el o¨ªdo demasiado atento a los cantos de la calle, pierdan sensibilidad hacia este conjunto vac¨ªo que tanto les atrae y que se llama centro.
Todo sistema pol¨ªtico es un mecanismo de producci¨®n y reproducci¨®n de ¨¦lites dirigentes que, para asegurar su continuidad, debe resultar aceptable para una amplia mayor¨ªa de la sociedad y, a la vez, no poner en peligro a quienes poseen la hegemon¨ªa en las relaciones de intereses econ¨®micos y sociales. El democr¨¢tico, tambi¨¦n. A veces hay que decir estas obviedades para los que todav¨ªa se sorprenden, por ejemplo, de que el peso principal de la carga impositiva caiga sobre las clases medias asalariadas y no sobre las clases altas. Los sistemas pol¨ªticos entran en dificultades si no consiguen que la mayor¨ªa los considere beneficiosos para sus intereses (es decir, si quiebra el consenso) o, al contrario, si las ¨¦lites se sienten amenazadas en sus intereses. En ambos casos la tentaci¨®n de las ¨¦lites es acudir a la fuerza y aguantar hasta que la brecha se agrande tanto que engulla el sistema. La democracia es, de todos los sistemas, el que hace posible un m¨¢s amplio margen de participaci¨®n y, por tanto, una mejor activaci¨®n del consenso. Por eso, en democracia los gobernantes tienen mayor legitimidad que en cualquier otro r¨¦gimen. Cuanto m¨¢s amplio es el espacio de lo posible, cuanto m¨¢s alto es el grado de pluralidad, mayor calidad tiene la democracia. Lo que en este momento se contesta es precisamente esta calidad. La pregunta es: ?hasta qu¨¦ punto las democracias europeas han ido estrechando el terreno de juego, conformando unas ¨¦lites que tienen un car¨¢cter cada vez m¨¢s homog¨¦neo y cerrado, con verdaderas dificultades para incorporar al sistema pol¨ªtico la pluralidad social real?
El motor de este malestar ha sido la sumisi¨®n de la pol¨ªtica a la econom¨ªa en la que han coincidido derechas e izquierdas presas de un s¨ªndrome de impotencia aceptado con distinta complacencia pero que muchos gobernantes han alentado sin verg¨¹enza alguna. Las democracias europeas han evolucionado as¨ª por la v¨ªa del consenso pasivo. El marco privado ha sido el territorio en el que se ha recogido la ciudadan¨ªa, despu¨¦s de entender que poco ten¨ªa que esperar de los gobernantes. Salvo confirmar lo que ya sab¨ªa: que la vida es dura. Pero en la Europa alfabetizada los colchones que amortiguan la dureza cotidiana -de las religiones a las creencias ideol¨®gicas- ya no tienen la virtualidad que ten¨ªan. Es mucho m¨¢s dif¨ªcil que cuelen las promesas y esperanzas que dan argumentos a la resignaci¨®n. El despliegue de la globalizaci¨®n -con la toma de conciencia de que el primer mundo no esta a salvo del riesgo- ha hecho el resto.
Y ah¨ª est¨¢ un malestar real, en el que hay de todo: tambi¨¦n mucho desconcierto; y, c¨®mo no, el conservadurismo espont¨¢neo ante el v¨¦rtigo del cambio. En este sentido, es emblem¨¢tico el boom de Arlette Laguillier, en Francia. Esta veterana trotskista compendia algunos de los peores valores del pasado: bolchevique de pies a cabeza, contraria a la democracia y defensora de la dictadura del proletariado. Desde 1974 (en que obtuvo 500.000 votos, el 2,5%) se presenta sin falta a las elecciones presidenciales. Se le atribuye ahora el 10% de intenciones de voto. El argumento dominante en su favor es que es una mujer fiel a sus ideas. Pobre argumento para tiempos tan acelerados, tan pobre que este inesperado crecimiento de la Laguillier s¨®lo puede entenderse como un aviso a la izquierda que ¨¦sta no deber¨ªa desatender.
S¨¦ que es una petici¨®n absurda porque los pol¨ªticos viven al d¨ªa, pendientes de las encuestas. Pero mirar m¨¢s lejos, a veces, puede ser rentable, por lo menos a medio plazo porque, como dice Shlomo Ben Ami de su propio partido, el laborista de Israel, 'a un movimiento hist¨®rico le est¨¢ prohibido debilitarse y promover la p¨¦rdida de las referencias: el poder ocupando el lugar de la ideolog¨ªa. Si esto llegase a suceder, el partido quedar¨ªa condenado a no ser m¨¢s que una combinaci¨®n para ocupar determinados ministerios'. La sensaci¨®n que parte de la ciudadan¨ªa tiene es que, por lo menos en Europa, esto ya ha ocurrido. Por eso, los ciudadanos expresan su malestar. Demasiado oportunismo y poca consistencia en sus posiciones. Esta es la diferencia entre el tipo de pol¨ªticos que van a Israel y se vuelven con el rabo entre las piernas sin rechistar cuando Sharon les impide entrevistarse con Arafat y el tipo de pol¨ªtico que anuncia que se entrevistar¨¢ con Arafat y que le paren los soldados israel¨ªes si Sharon se atreve. ?Por qu¨¦ nadie ha demostrado este elemental coraje?
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