Maldita cultura
Era Gregory Bateson quien, en el memorable 'Ep¨ªlogo 1958' de su Naven (J¨²car, 1990), advert¨ªa una curiosa paradoja: cuanto m¨¢s oscuro era un t¨¦rmino, cuanto m¨¢s parec¨ªa en condiciones de significar cualquier cosa y nada al mismo tiempo, mayores eran sus virtudes clarificadoras. Es decir, si uno quer¨ªa esclarecer cualquier asunto, por intrincado que fuera, de manera incontestable y expeditiva adem¨¢s, lo que deb¨ªa hacer era emplear una categor¨ªa cuanto m¨¢s opaca mejor. En cambio, notaba Bateson, si lo que se prefer¨ªa era utilizar nociones que se quisiesen claras y bien definidas, el efecto producido en los objetos a los que se aplicasen acabar¨ªa siendo el de oscurecerlos mucho m¨¢s de lo que lo estaban al principio, a veces de manera ya irreversible.
Pues bien, pocas ilustraciones m¨¢s elocuentes de esa iron¨ªa -los conceptos di¨¢fanos, confunden; los turbios, esclarecen; tramposamente, por supuesto- que el empleo que se hace de la noci¨®n de cultura para sostener o desmentir el argumento que sea. Donde menos se espera y a la menor oportunidad, esa palabra-fetiche por excelencia -cultura- es invocada para iluminar no importa qu¨¦ parcela de la vida humana y hacerlo, adem¨¢s, sin tener que pagar peaje alguno en materia de rigor y precisi¨®n. En relaci¨®n con ello, han aparecido estos d¨ªas varios ejemplos de esa inefabilidad cr¨®nica -pero, como se ve, altamente ¨²til- que parece afectar a la categor¨ªa cultura, relativos a algunos de los ¨¢mbitos en que su vocaci¨®n hiperexplicativa provoca al mismo tiempo estragos y portentos.
Por un lado, Pen¨ªnsula edita Cultura para personas inteligentes, de Roger Scruton, un intelectual ingl¨¦s que ha alcanzado popularidad gracias a sus incursiones medi¨¢ticas. El autor hace su aportaci¨®n al campo de la cultura tomada en su significado de 'las artes y las letras', derivada de la Bindung de los idealistas alemanes -Goethe, Hegel, Schiller...-, la formaci¨®n intelectual, est¨¦tica y moral del ser humano, lo que le permite vivir plenamente su propia autenticidad y lo que delata el origen etimol¨®gico de 'cultura' como cultivo o aprovechamiento de la tierra, pero tambi¨¦n del cuerpo y del alma. Volviendo a la recurrente pol¨¦mica sobre la distancia entre cultura de masas y cultura de ¨¦lites, Scruton tercia con una m¨¢s que discutible digresi¨®n en clave religiosa, atribuy¨¦ndole nada menos que a Confucio la capacidad de orientar correctamente los usos de la cultura. Ning¨²n inter¨¦s.
El t¨¦rmino cultura aparece
en el subt¨ªtulo de otro libro reciente: la compilaci¨®n Ciencia y sociedad. La tercera cultura (Nobel). En este caso, la acepci¨®n de cultura se asocia con el conjunto de los saberes y sirve para insistir en la propuesta de John Brockmann de una tercera cultura como alternativa sincr¨¦tica a la oposici¨®n cultura human¨ªstica/cultura cient¨ªfica, las 'dos culturas' a las que C. P. Snow dedicara un c¨¦lebre art¨ªculo en los a?os cincuenta. El volumen recoge diferentes aportaciones, procedentes unas de las llamadas 'ciencias duras' -funcionamiento cerebral, lenguaje de las neuronas, sistemas complejos, genoma humano...-, las otras aportadas por la filosof¨ªa, entre ellas, por cierto, una de Gustavo Bueno, a quien debemos un pertinente desenmascaramiento de las fuentes m¨ªsticas de la noci¨®n de cultura: El mito de la cultura (Prensa Ib¨¦rica, 1996).
La cultura como sistema de mundo se asocia, a su vez, a la cr¨ªtica cultural entendida como cr¨ªtica de las condiciones generales del presente. En esa esfera, Biblioteca Nueva nos devuelve -ampliado y puesto al d¨ªa- un ensayo de Eduardo Subirats publicado 13 a?os atr¨¢s como La cultura como espect¨¢culo y que se presenta ahora como Culturas virtuales. Se trata de una impugnaci¨®n del papel productor y reproductor de lo real que juegan los medios de comunicaci¨®n y las redes telem¨¢ticas, as¨ª como de la malignidad del potencial tecnol¨®gico de la civilizaci¨®n global y la degradaci¨®n pol¨ªtica de las presuntas democracias occidentales, todo en forma de homenaje a la vieja denuncia situacionista contra el poder-espect¨¢culo y la mercantilizaci¨®n de las relaciones sociales.
Nos encontramos luego con
los llamados estudios culturales, una especie de potingue en el que pueden mezclarse impunemente todo tipo de materiales te¨®ricos, muchos de ellos ya de deshecho: psicoan¨¢lisis, deconstrucci¨®n, cr¨ªtica literaria, marxismo bien temperado, fascinaci¨®n por los mass media, antropolog¨ªa 'todo a cien', posestructuralismo..., un festival ecl¨¦ctico que, pretendiendo superar la hegemon¨ªa del posmodernismo, no hace sino radicalizar y trivializar todav¨ªa m¨¢s sus defectos. En esa l¨ªnea tenemos dos aportes. Uno consumado: La idea de cultura, de Terry Eagleton (Paid¨®s), un autor que se presenta como heredero de uno de los fundadores de la corriente, Raymond Williams; en ciernes el otro: la colecci¨®n Culturas que, dirigida por Garc¨ªa Canclini, prepara Gedisa y cuyos primeros t¨ªtulos ser¨¢n La mundializaci¨®n de la cultura, de Jean-Pierre Warnier; Ensamblando cultura, de Luis Reygadas, y Ciudadanos en los medios, de Rosal¨ªa Winocur.
Tenemos, por ¨²ltimo, la cultura entendida como el conjunto de rasgos supuestamente inmanentes que caracterizan un grupo humano y lo hacen singular, lo que permite presumirlo como no s¨®lo distinto, sino incluso como inconmensurable. Esa acepci¨®n es acaso la m¨¢s delicada, la que m¨¢s requiere de una reflexi¨®n seria, a la vista sobre todo de las exaltaciones esencialistas de la diferencia cultural, pero tambi¨¦n por los discursos seudofilantr¨®picos de moda que convierten m¨¢gicamente la explotaci¨®n humana y las m¨¢s brutales asimetr¨ªas sociales en algo vaporoso llamado multiculturalismo. Acerca de los catastr¨®ficos resultados de ese tipo de impetraciones a la cultura, una obra se antoja especialmente adecuada: Cultura, de Adam Kuper (Paid¨®s).
En este libro, un antrop¨®logo vinculado a la tradici¨®n de la antropolog¨ªa social brit¨¢nica nos recuerda que fue a su disciplina a la que se declar¨® un d¨ªa competente para explicar las culturas, lo que, por cierto y al menos en Europa, nunca la llev¨® a defender que la cultura explicase nada en absoluto. La obra no s¨®lo nos invita a un recorrido por la historia del concepto de cultura en ciencias sociales desde finales del XIX, ni se limita a subrayar la importancia que para el pensamiento contempor¨¢neo ha tenido el trabajo de antrop¨®logos como Marshall Sahlins, Clifford Geertz o David Schneider. El valor del trabajo de Kuper tiene que ver, ante todo, con su condici¨®n de alegato mediante el cual un profesional de la antropolog¨ªa se plantea c¨®mo act¨²a, en las sociedades contempor¨¢neas, un doble impulso tan parad¨®jico como en¨¦rgico. Por un lado, integra los fen¨®menos sociales en redes cada vez m¨¢s tupidas de mundializaci¨®n, que tienden a unificar civilizatoriamente el universo humano, al mismo tiempo que traza infinidad de intersecciones y encabalgamientos identitarios que imposibilitan el encapsulamiento de ning¨²n individuo en una sola unidad de pertenencia. Simult¨¢neamente, y en un sentido inverso, genera una proliferaci¨®n de adscripciones colectivas que invocan una cierta noci¨®n de 'cultura' para legitimarse y aspiran a una compartimentaci¨®n de la sociedad en identidades que se imaginan incomparables.
Estas din¨¢micas de singulari-
zaci¨®n identitaria aparecen asociadas, a su vez, a fen¨®menos potencialmente no menos antag¨®nicos. Pueden cohesionar y dotar de razones a comunidades que se consideran agraviadas y que reclaman su emancipaci¨®n o derechos que les son negados. Pero tambi¨¦n pueden constituirse en la coartada que justifica la exclusi¨®n, la segregaci¨®n y la marginaci¨®n de aquellos cuya particularidad 'cultural' ha sido considerada del todo o en parte inaceptable, con frecuencia bajo la enga?osa forma de 'reconocimiento' y disimul¨¢ndose detr¨¢s conceptos equ¨ªvocos, como interculturalidad o derecho a la diferencia. Es en todos los casos que podemos observar, una y otra vez, la noci¨®n de cultura organizando en torno a ella los discursos, nutriendo las ideolog¨ªas y centrando las discusiones pol¨ªticas y las pol¨¦micas p¨²blicas.
El libro de Adam Kuper expresa, pues, una perspectiva -la antropol¨®gica- que tiene motivos para sentirse especialmente interpelada por la realidad compleja y contradictoria del mundo actual y del lugar que se hace jugar en ¨¦l al mismo tiempo omnipoderoso y vac¨ªo concepto de cultura. Como record¨¢ndonos que es a lo que fue llamada la ciencia de la cultura a la que cabe atribuirle una cierta responsabilidad en la configuraci¨®n ideol¨®gica de esta problem¨¢tica, en la medida que fue ella la que proporcion¨® esa categor¨ªa, el usufructo de la cual se ha revelado controvertido, desfigurada como han sido por su banalizaci¨®n medi¨¢tica y transformada con frecuencia en parodia de s¨ª misma en manos de la demagogia pol¨ªtica. Es a los antrop¨®logos a quienes, en gran medida, les corresponde revisar los esquemas conceptuales por ellos mismos provistos, de los que surge el hoy por hoy mixtificado valor de cultura.
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