?Qui¨¦n le teme a V. S. Naipaul?
En su provocador art¨ªculo Montaigne y lo nuevo (EL PA?S, 2-3-2002), Luis Goytisolo se duele de que su serie En torno a la era global le haya valido '... muchas muestras de aprobaci¨®n o de coincidencia de criterio de car¨¢cter verbal (...) pero nada o casi nada por escrito, sea en apoyo, sea para disentir'. Como disiento de algunas de las ideas expuestas en su texto voy a aceptar el guante y a poner mis objeciones por escrito. Con dos expectativas: la de haber entendido bien a Goytisolo, a quien estimo como autor, y la de contribuir a alimentar una pol¨¦mica que ojal¨¢ crezca en beneficio de la literatura, tan imperiosamente necesitada de debates que trasciendan los chismes de aldea. Goytisolo centra una buena parte de su trabajo en el desarrollo de ideas '... reiteradamente expuestas, acerca del declive de la novela. Calificadas en su d¨ªa de apocal¨ªpticas o catastrofistas, son hoy generalmente aceptadas...'. Empezar¨¦ diciendo que al menos yo no las acepto. No creo que la novela est¨¦ en declive, como a mi juicio no lo est¨¢n tampoco la poes¨ªa, el cuento, el ensayo, la filosof¨ªa, la historia o el periodismo, g¨¦neros constitutivos, a partir de la invenci¨®n de la imprenta, de la imprescindible galaxia de Gutenberg.
Desde mi punto de vista, Goytisolo confunde dos ¨®rdenes de problemas. Primero, la desaparici¨®n de un tipo de lector con la desaparici¨®n de los lectores. Y segundo, el redimensionamiento de un g¨¦nero, ante la aparici¨®n de nuevas formas de comunicaci¨®n, con su declive. Cuando el cine alcanz¨® categor¨ªa de industria muchos predijeron la muerte del teatro y aun de la novela, confundiendo al s¨¦ptimo arte con el s¨¦ptimo de caballer¨ªa; cuando la televisi¨®n, que alguna vez fue considerada heraldo del futuro, por incre¨ªble que hoy en d¨ªa nos parezca esa afirmaci¨®n, introdujo las im¨¢genes en nuestras casas, muchos predijeron la muerte de la radio, del teatro y del cine; cuando apareci¨® Internet muchos predijeron la muerte del libro y los peri¨®dicos en papel.
Los muertos, sin embargo, gozan de buena salud. Todos esos g¨¦neros y formas de comunicaci¨®n siguen vivos, coexisten y se retroalimentan, y los m¨¢s inseguros y balbuceantes son justamente los m¨¢s j¨®venes, televisi¨®n e Internet. Por su parte, el cine, el teatro, la radio y la letra impresa han redefinido sus espacios y lenguajes, haci¨¦ndolos m¨¢s espec¨ªficos e incanjeables, y se han fortalecido con el reto. ?Que la televisi¨®n e Internet son los m¨¢s populares? Tambi¨¦n lo era el circo en Roma, no Virgilio; el boxeo en Estados Unidos, no Faulkner; los toros en Espa?a, no Valle-Incl¨¢n; el f¨²tbol en Inglaterra, no Henry James; y, si damos todav¨ªa otra vuelta de tuerca, populares fueron la guerra en Austria, no Musil; el nazismo en Alemania, no Thomas Mann; el fascismo en Italia, no Pavese.
La gran literatura escrita -lo que deja fuera de esta consideraci¨®n a los aedos, al teatro cl¨¢sico y a los profetas religiosos- nunca fue verdaderamente popular en parte alguna. Esto no obsta para que muchas veces, como en el periodo de forja y consolidaci¨®n de los Estados nacionales, expresara el esp¨ªritu de la ¨¦poca y ejerciera una enorme influencia social a trav¨¦s de las ¨¦lites. Ni tampoco para que en los periodos de guerra entre esos mismos Estados nacionales y de desintegraci¨®n de antiguos imperios expresara la crisis de las nuevas ¨¦lites que son, justamente, los lectores y personajes que Luis Goytisolo echa de menos.
Al hablar de la novela, el autor de En torno a la era global lo hace s¨®lo de Europa. Aunque mencione a Faulkner y a Naipaul, es tributario del concepto alem¨¢n de weltliteratur, que literalmente significa literatura mundial, pero que en realidad designaba a la literatura europea, sin¨¦cdoque pretenciosa donde las haya. Esta concepci¨®n colonialista de la weltliteratur fue dominante hasta el fin de la II Guerra Mundial. Entonces Europa mir¨® su rostro ensangrentado por segunda vez en menos de medio siglo, y descubri¨® con asombro que sus liberadores estadounidenses pose¨ªan no s¨®lo armas y dinero, sino tambi¨¦n una gran literatura. ?sta hund¨ªa sus ra¨ªces en el siglo XIX y no se limitaba a algunos autores aislados, constitu¨ªa un corpus extraordinario del que Europa empez¨® a aprender, al que procedi¨® a traducir e imitar e invit¨® a sentarse a su mesa. El concepto de weltliteratur se ampli¨®, ya no significaba exclusivamente literatura europea, sino literatura occidental, aun cuando Espa?a, desgarrada por su guerra civil, desangrada por el exilio de sus mejores intelectuales, traicionada y escarnecida por las democracias occidentales, no fue invitada al banquete.
No es raro entonces que V. S. Naipaul, un intelectual colonizado a la inglesa hasta la ni?a de los ojos, declare paladinamente 'que la novela en lengua espa?ola no le interesa', desplante que Goytisolo cita con simpat¨ªa. La opini¨®n de Naipaul, sin embargo, no es m¨¢s que una confesi¨®n p¨²blica de estupidez con la que el neobrit¨¢nico pretende minusvalorar tambi¨¦n a la novela hispanoamericana, desde Pedro P¨¢ramo hasta Yo, el Supremo, desde El siglo de las luces, hasta Cien a?os de soledad. Goytisolo recurre al criterio de autoridad de Naipaul porque, en el fondo, sigue prisionero de una concepci¨®n caduca de la weltliteratur. Pero ?qui¨¦n le teme a V. S. Naipaul? En mi opini¨®n, el autor de El sanador m¨ªstico es culpable del peor de los pecados que puede cometer un novelista, subordinar su obra a su ideolog¨ªa, la de un converso que mira a su Caribe natal con el desprecio y la sordera de un brit¨¢nico. Por eso muchos de sus personajes son puras marionetas, t¨ªteres a los que su autor ni ama ni respeta y que utiliza como veh¨ªculos para probar sus tesis. Por eso, tambi¨¦n, su obra es infinitamente m¨¢s pobre que la que ha escrito en ingl¨¦s un Derek Walcott, en franc¨¦s un Aim¨¦ C¨¦saire o en espa?ol un Alejo Carpentier, por citar s¨®lo tres autores que tambi¨¦n proceden del Caribe y que nos han revelado ese universo extraordinario en t¨¦rminos de gran literatura.
Goytisolo advertir¨¢ que entre los previamente citados dos son poetas y s¨®lo uno novelista, y es que para m¨ª la divisi¨®n de la literatura en g¨¦neros s¨®lo tiene un valor instrumental. Dicho de otro modo, a mi juicio no tiene sentido hablar del declive de un g¨¦nero, sino, en todo caso, del de una literatura y, por extensi¨®n, del de una lengua. Y eso, me parece, no ocurri¨® en el siglo XX ni con la lengua ni con la literatura escrita en espa?ol, protagonista de la segunda gran ampliaci¨®n del concepto de weltliteratur, catalizada por el inter¨¦s universal que gener¨® la revoluci¨®n cubana en su primer decenio. Y como hab¨ªa ocurrido antes con el caso de Estados Unidos, la cr¨ªtica encontr¨®, tambi¨¦n aqu¨ª, un corpus formidable que inclu¨ªa las cimas de las diversas literaturas nacionales de Am¨¦rica Latina, de Argentina a M¨¦xico, y tambi¨¦n, por supuesto, la de Espa?a. Podr¨ªa dar muchos nombres de protagonistas de este acontecimiento, pero como no quiero hacer una gu¨ªa de mis preferencias literarias me limitar¨¦ a uno que a mi juicio est¨¢ a la altura de los citados por Goytisolo, Jorge Luis Borges. Como prueba Italo Calvino en Seis problemas para el pr¨®ximo milenio, el Borges narrador logr¨® algo que muy pocos novelistas han conseguido: inventar, ¨¦l solo, una manera de escribir, una literatura.
Ahora, adem¨¢s, algo nuevo est¨¢ ocurriendo ante nuestros ojos. La era global, lejos de propiciar el declive de la novela como cree Luis Goytisolo, ha hecho estallar el concepto de weltliteratur provocando el milagro de reconciliar esta bella palabra con su significado verdadero. Por primera vez en la historia, weltliteratur significa efectivamente literatura mundial. A lo mucho que hab¨ªa se han sumado novelistas chinos, turcos, indios, paquistan¨ªes; adem¨¢s de los hijos de los inmigrantes, Calibanes que han hecho suyas, rejuveneci¨¦ndolas, las lenguas de Europa. Negros que escriben en franc¨¦s, kurdos que lo hacen en alem¨¢n, japoneses que se expresan en ingl¨¦s; sus lectores, por supuesto, son otros que los de Musil, pero ah¨ª est¨¢n, atentos.
Jes¨²s D¨ªaz es novelista cubano exiliado en Madrid; recientemente ha publicado Las cuatro fugas de Manuel.
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