Refugiados en un campo de batalla
Los supervivientes palestinos de Yen¨ªn relatan el horror que vivieron mientras el Ej¨¦rcito israel¨ª tomaba calles y casas
El comedor ha sobrevivido casi intacto. Los ocupantes de la casa, tal vez no. La intimidad de este hogar qued¨® repentinamente expuesta cuando los soldados israel¨ªes echaron la pared abajo. Acabamos de entrar en el campamento de refugiados palestinos de Yen¨ªn, el lugar donde se han librado los combates m¨¢s duros de la actual campa?a militar israel¨ª y, seg¨²n los testimonios de sus habitantes, tambi¨¦n se ha perpetrado una matanza. Un poco m¨¢s adelante, ni siquiera quedan edificios en pie. Es el paisaje de una cat¨¢strofe. Un terremoto provocado no por las fuerzas de la naturaleza, sino por los tanques y excavadoras del Ej¨¦rcito israel¨ª.
Una pierna asoma ya casi negruzca entre un amasijo de ropas, alambres y piedras. Conserva la bota, pero no el resto del cuerpo. Ser¨¢ dif¨ªcil determinar si perteneci¨® a un civil o a un miliciano palestino. Poco importa ya. Est¨¢ muerto. Como los tres polic¨ªas que se pudren en la casa de la entrada. Y las 25 personas que sus vecinos aseguran que perecieron bajo los escombros de un edificio que ya no existe. Y los 30 j¨®venes a los que vieron ejecutar una calle m¨¢s adelante y cuyos documentos de identidad muestran como prueba.
Tal vez no sean 500 como denuncian los palestinos, pero la magnitud de la destrucci¨®n atestigua que son m¨¢s de unas decenas, como defienden los israel¨ªes, que perdieron a 23 soldados en la batalla. En cualquier caso, huele a muerte. Y el hedor es tan profundo y penetrante que algunas familias que no abandonaron el campo en los peores d¨ªas de los combates (entre el martes 9 y el jueves 11) se han ido de ¨¦l en las ¨²ltimas 24 horas. Otros encontraron una bala en su camino.
'Mi padre sali¨® de casa para preguntar a los soldados a d¨®nde pod¨ªamos ir y le mataron; le dispararon dos veces, en la pierna y en el hombro', declara a EL PA?S Yamal Ali Fayed, reci¨¦n emergido de entre las ruinas de su casa. 'He pasado cinco d¨ªas sin agua ni comida, hasta que ayer vinieron los de la Media Luna Roja', a?ade. Fayed, un profesor de escuela de 34 a?os, permaneci¨® escondido en el s¨®tano de su casa durante los diez d¨ªas de combates. 'Ten¨ªa miedo'.
Ahora no sabe d¨®nde est¨¢n su mujer y sus dos hijos. 'Los militares pidieron por los altavoces que las mujeres y los ni?os se concentraran en la escuela, es la primera vez que lo hac¨ªan, se ve que s¨®lo quer¨ªan matarnos a los hombres', relata todav¨ªa asustado. Cuando ellos se fueron le quedaba 'agua para dos d¨ªas'. Pasaron otros cinco antes de que llegara ayuda y se atreviera a salir a la calle.
Fayed da su nombre con la esperanza de que eso ayude a localizar a su familia. Pero no todos son tan valientes. Muchos temen represalias del Ej¨¦rcito. 'Son testigos de cargo de una matanza', apunta Sliman Shahin, un abogado del Centro para los Derechos Humanos y la Ayuda Legal de Jerusal¨¦n, al que acompa?o en la visita de forma clandestina. El Ej¨¦rcito sigue prohibiendo el acceso de los periodistas, a excepci¨®n de un peque?o grupo seleccionado en el que no ha incluido a espa?oles.
A lo que los vecinos no se niegan es a mostrar a los visitantes las huellas de la batalla. Porque bajo lo obvio de la destrucci¨®n se esconden los detalles del horror. 'Ah¨ª enfrente mataron a una mujer de 70 a?os nada m¨¢s abrir la puerta', indica una muchacha cuya casa, en la zona de Yuret el Dahab, fue tomada por los soldados. 'Tuvimos que irnos toda la familia, nueve personas en total', va contando mientras muestra el estado en el que ha quedado la vivienda. Los muebles destrozados y la ropa se mezclan con las revistas en hebreo y los envoltorios de comida de los militares.
La casa de al lado est¨¢ totalmente derrumbada. 'Si no llega a tener una puerta trasera, toda la familia hubiera perecido dentro', constata con gran entereza. Hoy mismo han encontrado en otro lugar del campo los cad¨¢veres de una madre y su hijo bajo los escombros. Pero lo que m¨¢s inconcebible le resulta a esta joven, que aunque da su nombre pide el anonimato, es la obscenidad de los soldados. 'Se desnudaron delante de nosotras y nos gritaban: 'Vamos a joderos, vamos a haceros esto y lo otro', recuerda sin querer entrar en detalles.
'Nuestros hijos matar¨¢n a Sharon. Nos quedaremos aqu¨ª y nos vengaremos. Tenemos derecho a estar en esta tierra', grita una mujer al paso de los periodistas. 'Al diablo con los pa¨ªses ¨¢rabes, los saud¨ªes y los otros; no nos han ayudado. Que venga todo el mundo. Que vengan y que vean lo que nos ha hecho Sharon', increpa otra fuera de s¨ª. Pr¨¢cticamente no se ven m¨¢s que mujeres y ni?os en el campo. La mayor¨ªa de los hombres han sido detenidos.
A¨²n puede ser peor. M¨¢s adelante es donde varios vecinos afirman que ejecutaron a los 30 j¨®venes. En la calle s¨®lo quedan unos cuantos pantalones y camisetas mezclados con barro. Les mataran o no, les hicieron desnudarse. Nadie va despoj¨¢ndose de la ropa y la cartera en medio de un bombardeo. Luego un charco y otra vez el hedor, que no se evita ni siquiera con la mascarilla con la que nos protegemos. Esta vez los restos humanos resultan totalmente inidentificables. Seg¨²n los residentes, es un cad¨¢ver al que le pas¨® por encima un tanque.
Tomamos el camino de Burquin. Varios kil¨®metros de caminata primero a trav¨¦s de los olivos y escondi¨¦ndonos de los soldados, y luego entre los tanques que rodean el campo. Pero los militares lo saben y ayer a nuestro regreso nos estaban esperando. Justo en la L¨ªnea Verde, la frontera inexistente entre Israel y los territorios palestinos. Justo cuando todos volv¨ªamos con la sensaci¨®n del deber cumplido y un nudo en el est¨®mago. 'No se muevan', grit¨® el soldado mientras cargaba el M-16 y nos apuntaba amenazante. Fue media hora de humillaci¨®n y de impotencia. Nada comparado con lo que acab¨¢bamos de ver.
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