Banales armas
Los s¨ªmbolos son eficaces transmisores de ideolog¨ªa. Son, de hecho, cristalizaciones ideol¨®gicas cuyo valor se impone sobre toda discusi¨®n o intento de ponerlas en cuesti¨®n. Y los s¨ªmbolos no emergen de la nada. Surgen de una realidad a la que no sustituyen, sino a la que amparan, ya que vienen a ser su refugio irreductible. Hay una econom¨ªa del s¨ªmbolo -todo lo que es Euskadi cabe en una ikurri?a-, pero hay tambi¨¦n un derroche del s¨ªmbolo, un desbordamiento sem¨¢ntico imparable que lo convierte en una especie de generador -una ikurri?a puede ser, y sabe ser, m¨¢s que todo lo que es Euskadi-. El s¨ªmbolo dice lo que lo simbolizado por ¨¦l no puede decir, ya que dice mucho menos que ¨¦ste al tiempo que dice mucho m¨¢s. Tal vez por esto, todas las ideolog¨ªas se esmeran en simbolizar, en transferir la realidad a entramados simb¨®licos. De ello depende su eficacia.
Y bien, perdonen el pre¨¢mbulo, cuya necesidad no viene dictada por motivos patri¨®ticos, sino por un tema de menor calado, como se dice hoy. Hablemos del Alarde. Para empezar, jam¨¢s equiparar¨¦ la discriminaci¨®n que se hace en ese festejo de la mujer como escopetera con ning¨²n asesinato, sea fruto de la violencia dom¨¦stica o de cualquier otro tipo de violencia. Si lo hiciera, caer¨ªa en la banalizaci¨®n del mal, no tanto en el sentido que le otorga Hanna Arendt, como en el que le atribu¨ªa hace unos d¨ªas Josep Ramoneda al referirse a la disparatada comparaci¨®n de Jos¨¦ Saramago entre Auschwitz y la situaci¨®n en Ramala: la desproporci¨®n de la comparaci¨®n quita credibilidad a la denuncia. Y lo mismo puedo decir de la comparaci¨®n entre la discriminaci¨®n de la mujer en el Alarde y el abominable asesinato de cualquier mujer a manos de su marido. En un puro delirio de inferencias podr¨ªamos llegar a la conclusi¨®n de que la actitud de Alberto Buen, alcalde de Ir¨²n, es equiparable a la de cualquiera de esos asesinos. No se llega a tanto, porque entre la gravedad del delito atribuido y la responsabilidad de quien lo comete, el acusador cubre muy bien su blandura moral con la cl¨¢usula atenuante de rigor: naturalmente, no queremos decir que el se?or... No queremos decir, pero ah¨ª queda.
Y lo que queda es la caza del se?or Buen, que no lleg¨® a ser nombrado adjunto de nada, mientras se olvidan, o se tapan de esta forma, las inefables declaraciones de quien s¨ª lleg¨® a ser nombrado ararteko a propuesta del partido que manda. Sus declaraciones sobre la posibilidad de llevar escolta eran un insulto a todas aquellas personas que entre nosotros se ven obligadas a llevarla porque su vida s¨ª se ve en peligro por ese otro alarde realmente sangriento.
Siempre me he preguntado qu¨¦ ocurr¨ªa en nuestras localidades del Bidasoa para que su poblaci¨®n fuera reacia a la participaci¨®n de la mujer en sus festejos en pie de igualdad con el hombre, tal como ocurre en los festejos de otras localidades en los que las mujeres antes tampoco participaban. Como no creo que los bidasotarras pertenezcan a una especie distinta, he llegado a la conclusi¨®n de que quiz¨¢ se deba a la fuerte ideologizaci¨®n a que se presta la naturaleza de esos festejos. Las conmemoraciones hist¨®ricas y las tradiciones suelen ser modificables en su formalizaci¨®n a trav¨¦s del tiempo, y ¨¦sta tambi¨¦n lo ha sido sin duda. ?Por qu¨¦, de pronto, esta resistencia a su modificaci¨®n igualitaria? Siento decirlo, pero se trata de festejos militarizados: desfiles de hombres armados, que en un momento determinado disparan sus salvas.
Por m¨¢s que se trate de una representaci¨®n, no es f¨¢cil quitarles esa carga simb¨®lica. O, al menos, no resulta dif¨ªcil atribu¨ªrsela, sobre todo en un pa¨ªs que busca ser militarizado por un sector de la poblaci¨®n y que mediante la simbolizaci¨®n de la mujer militarizada tratar¨ªa de familiarizar con esa imagen a una ciudadan¨ªa todav¨ªa refractaria a ella. Y me sorprende ese af¨¢n de las mujeres por incorporarse, aun simb¨®licamente, a quehaceres masculinos tan lamentables. Me sorprende tanto como que en ning¨²n momento haya habido ninguna voz reclamando el desarme, la desmilitarizaci¨®n de esas fiestas. Puestos a reformular la tradici¨®n, quiz¨¢ fuera esa la mejor forma de hacerlo y de propiciar un festejo igualitario que no repugnara a la sensibilidad de nadie. Pero si quien quiere cambiarlas no est¨¢ por la labor, no hay nada que hacer. En fin, disparen sus salvas.
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