El mundo de Susan Sontag
Susan Sontag hab¨ªa le¨ªdo un art¨ªculo sobre la Universidad de Chicago en una revista nacional. El presidente de la instituci¨®n era Robert Hutchins, un personaje apuesto, inteligente y din¨¢mico. Era una estrella, un educador que atra¨ªa la imaginaci¨®n p¨²blica como ning¨²n otro presidente universitario de la ¨¦poca. En los a?os treinta y cuarenta pronunci¨® m¨¢s de 800 conferencias p¨²blicas defendiendo la esencialidad de los grandes libros en el curr¨ªculo universitario y la importancia del papel de la filosof¨ªa, cada vez m¨¢s difuminado en una ¨¦poca en la que primaban la especializaci¨®n, la disciplina acad¨¦mica y la divisi¨®n departamental. Hutchins propon¨ªa el concepto de universidad como refugio de grandes pensadores poseedores de una dilatada educaci¨®n en las artes liberales. Para una joven que hab¨ªa devorado sin desmayo las obras de los gigantes de la literatura moderna, aquello deb¨ªa de sonar como ese mundo aparte regido por almas gemelas. Sontag dijo posteriormente que si escogi¨® la Universidad de Chicago fue porque no pose¨ªa equipo de f¨²tbol y porque todo lo que la gente hac¨ªa all¨ª era estudiar. Como hab¨ªa dicho uno de sus profesores favoritos, Ned Rosenheim, si Chicago hubiera contado con un equipo de f¨²tbol en la ¨¦poca de Hutchins, el entrenador tendr¨ªa que haber sido Arist¨®teles.
'Susan Sontag'
C. Rollyson y L. Paddock. Circe Ediciones.
Sontag equiparaba la masacre del pueblo bosnio con las que consideraba las peores atrocidades europeas del siglo: el genocidio armenio de 1915 y el Holocausto de los a?os treinta y cuarenta
Susan era capaz de llevar el peso de cualquier conversaci¨®n intelectual, pero luchaba tanto por ser adulta que a veces se le notaba el esfuerzo. Era joven, pero tambi¨¦n valiente
Harriet se acerc¨® a Susan, cogi¨® un ejemplar de 'El bosque de la noche' y le dijo: '?Has le¨ªdo esto?'. Era una frase cl¨¢sica de acercamiento entre lesbianas que alguien hab¨ªa empleado ya con la propia Harriet en la universidad
Chicago habr¨ªa sido una elecci¨®n sorprendente para cualquier alumno de North Hollywood. Para muchos californianos del sur, Chicago representaba el salvaje Medio Oeste: una ciudad violenta con un campus cada vez m¨¢s parecido a un barrio marginal y dominado por radicales. Para Mildred result¨® doloroso enviar a la joven Susan del instituto de North Hollywood al crudo clima invernal de Chicago, y en el ¨²ltimo minuto se opuso: '?Chicago? ?El South Side? All¨ª no encontrar¨¢s m¨¢s que negros y comunistas'. La Universidad de Chicago pose¨ªa un legado de activismo estudiantil y de compromiso pol¨ªtico con el que tan s¨®lo la Universidad de Nueva York, Columbia y Harvard pod¨ªan rivalizar.
La ¨¢spera Chicago
De hecho, a la Universidad de Chicago no le resultaba f¨¢cil atraer y conservar a su alumnado debido a inquietudes similares a las de Mildred. En la ¨¦poca en que Susan present¨® su solicitud, la instituci¨®n hab¨ªa experimentado un serio descenso en el n¨²mero de estudiantes interesados en asistir a ella, y los sondeos realizados revelaban que los potenciales alumnos se manifestaban preocupados por el deterioro de su vecindario. La propia ciudad, por supuesto, nunca ha perdido su ¨¢spera imagen, de la que los adalides universitarios se muestran orgullosos: '?sta es la ciudad que nos gusta', dec¨ªa Ned Rosenheim. 'Reina en ella una determinaci¨®n que los de la universidad compartimos. Es una gran ciudad en la que las cosas no se quedan sin hacer, una ciudad que se alimenta de toda clase de energ¨ªas (...) y que ha transferido gran cantidad de pasi¨®n a nuestra universidad'.
Los alumnos se acobardaban ante tan dura competitividad urbana y ante lo que consideraban por parte de Hutchins una perspectiva mezquina basada en el elitismo de los grandes libros. A Hutchins, sin embargo, apenas le preocupaban tales quejas, pues, al igual que Sontag, era enemigo del concepto mismo de adolescencia. Norteam¨¦rica, se?alaba, era el ¨²nico lugar en el que las instituciones docentes avanzadas manifestaban el empe?o de desarrollar el car¨¢cter y las aptitudes sociales de sus alumnos. Los norteamericanos eran demasiado sentimentales con respecto a la educaci¨®n, y ¨¦sta no deb¨ªa ni mimar a los estudiantes ni fingir que les brindaba valores familiares. De hecho, se hab¨ªa sentido atra¨ªdo por Chicago por considerarla la ¨²nica universidad importante de la naci¨®n en la que pod¨ªa disfrutarse de un ambiente europeo.
El exigente curr¨ªculo que se obligaba a presentar a todos los ni?os prodigio -algunos incluso m¨¢s j¨®venes que Susan - provocaba una considerable ansiedad. Como afirma Earl Shorris, quien asisti¨® a la Universidad de Chicago a los 13 a?os de edad, 'reinaba un elevado nivel de neurosis'. Los intentos de suicidio no eran raros. Todo campus universitario, incluso los de las grandes ciudades, puede parecer un mundo ajeno al exterior y generar un grado de ansiedad capaz de desequilibrar a los alumnos j¨®venes y aplicados, pero David Riesman, eminente soci¨®logo de Chicago, reconoc¨ªa la 'hegemon¨ªa que pose¨ªan las cuestiones acad¨¦micas' en el '¨¢mbito de la Universidad de Chicago'.
Un mundo de ideas
Las palabras de Riesman sugieren lo que Chicago significaba para Sontag, quien anhelaba un mundo dominado por las ideas. El hecho de tener que enfrentarse a dichas ideas siendo a¨²n tan joven no despertaba temor en ella; tal desaf¨ªo, por el contrar¨ªo, estimulaba su pasi¨®n. Admit¨ªa sin tapujos que no hab¨ªa comprendido a fondo a la totalidad de aquellos colosos de la literatura moderna, pero el concepto de desmesura intelectual le motivaba. La noci¨®n de enclave -que para muchos alumnos resultaba claus-trof¨®bica- atra¨ªa a una muchacha que hab¨ªa excavado su propia cueva y que buscaba un recinto autosuficiente.
Para complacer a Mildred, Susan acept¨® asistir a Berkeley durante el semestre de primavera de 1949 y luego solicitar el ingreso en Chicago para los meses de oto?o. Mildred confiaba en que el campus de Berkeley, por entonces un paisaje de 'reluciente granito y esplendoroso m¨¢rmol', eclipsar¨ªa el encaprichamiento de su hija por el corrupto y peligroso mundo de Chicago.
La fe de Mildred en Berkeley estaba bien fundada. En 1937, el Consejo Norteamericano de Educaci¨®n hab¨ªa informado de que la universidad contaba con 21 renombradas facultades y ocupaba el segundo lugar por detr¨¢s de Harvard, que ten¨ªa dos m¨¢s. Los sondeos realizados por los peri¨®dicos de ¨¢mbito nacional situaban a Berkeley entre las cinco primeras. A Sontag le gust¨®. Estudiaba con distinguidos cr¨ªticos, como Mark Schorer, y asist¨ªa como oyente a cursos de graduaci¨®n. Pero entonces Chicago le confirm¨® que su solicitud hab¨ªa sido aceptada y pens¨®: en Chicago va a ser a¨²n mejor.
En la primavera de 1949, Harriet Sohmers, que entonces era estudiante de pen¨²ltimo a?o en Berkeley y trabajaba en una librer¨ªa, fue testigo de la llegada de una Susan Sontag deslumbrante. Los miembros del profesorado masculino, entre los que se inclu¨ªa el poeta Robert Duncan, eran gays. Observaron a la imponente Susan, miraron luego a Harriet y dijeron: 'Anda a por ella'. Harriet se acerc¨® a Susan, cogi¨® un ejemplar de El bosque de la noche y le dijo: '?Has le¨ªdo esto?'. Era una frase cl¨¢sica de acercamiento entre lesbianas que alguien hab¨ªa empleado ya con la propia Harriet en la Universidad Black Mountain de Carolina del Norte.
Djuna Barnes
Susan, claro est¨¢, lo hab¨ªa le¨ªdo y se hab¨ªa imaginado ya a s¨ª misma como parte del mundo bisexual parisiense que Djuna Barnes tan notoriamente evoca con su retrato de la elusiva Robin Vote, a quien tanto hombres como mujeres aman sin poder comprender. La narradora de la novela es una anatomista del sexo mediante el epigrama, una connoisseur del estilo. Lo mismo sucede con el campy doctor O'Connor, siempre lanzando intrigantes apreciaciones sobre una impresionante colecci¨®n de temas, tales como el lesbianismo: 'El amor de una mujer hacia otra mujer: ?qu¨¦ insana pasi¨®n por la maternidad y por una angustia sin l¨ªmites ha hecho concebir tal cosa?'.
Sin duda, uno de los motivos por los que El bosque de la noche ha gozado de tan devotas seguidoras y ha ejercido tan poderosa influencia en las j¨®venes mentes literarias es su insistencia en que 'la vida de cada uno es especialmente propia cuando uno mismo la ha inventado'. El libro es una de las pocas narraciones de la ¨¦poca en las que las lectoras pueden observar a otras mujeres obligadas a descubrirse a s¨ª mismas. Se trata de una novela liberadora para una adolescente debido a que hace trizas ordenadas categor¨ªas y r¨ªgidas distinciones. 'Yo soy la otra mujer olvidada de Dios', afirma la doctora O'Connor. El bosque de la noche puede calificarse de excelente precisamente por lo expansivo que es.
Harriet era de porte dominante: para su amigo Edward Field, era 'la viva imagen del Pr¨ªncipe Valiente, con sus rasgos masculinos y angulosos y esos cabellos lisos que se peinaba con flequillo y le llegaban hasta los hombros'. De estatura superior a 1,80 metros, Harriet caminaba con aplomo y en absoluto presentaba esa actitud encogida y sumisa que ciertas mujeres adquieren en su intento por encajar con las pobres expectativas de otras personas. Harriet disfrutaba de la 'teatralidad de su aspecto'. Al igual que Susan, sab¨ªa que su aspecto destilaba dramatismo y que llamaba la atenci¨®n. Pero, a diferencia de Susan, no hab¨ªa en ella nada de tentativo: 'Su voz pose¨ªa tambi¨¦n un timbre rico y espectacular capaz de llenar cualquier estancia'.
Si Jamake Highwater recuerda a una Sue estoica, Harriet recuerda a una Susan solitaria, vulnerable y emotiva. El intelecto de Susan llam¨® de inmediato la atenci¨®n de Harriet, pero, as¨ª y todo, Susan era 'una ni?a, un beb¨¦'. A pesar de su inteligencia, era una persona insegura. Se manten¨ªa retra¨ªda, a la espera de o¨ªr lo que Harriet u otras personas -especialmente los amigos de mayor edad- opinaban de la pel¨ªcula que acababan de ver. Susan era capaz de llevar el peso de cualquier conversaci¨®n intelectual, pero luchaba tanto por ser adulta que a veces se le notaba el esfuerzo. Era joven, pero tambi¨¦n valiente.
Dulce y condescendiente
Susan era una persona dulce y condescendiente, y aunque su delicadeza de car¨¢cter conmov¨ªa a Harriet y despertaba su afecto hacia ella, su inseguridad y sus dudas le irritaban. Harriet se mostraba severa con Susan, pero tambi¨¦n la animaba: 'Sab¨ªa que Susan acabar¨ªa siendo alguien especial'. Harriet recuerda un viaje en tren que hicieron juntas y un momento en el que la compa?¨ªa de aquella joven brillante y sorprendente, y la sensaci¨®n de impulso producida por el hecho de estar dirigi¨¦ndose hacia otro lugar, le impulsaron a volverse hacia Susan y decirle: 'Tienes ante ti un gran destino'. Harriet no ten¨ªa muy claro qu¨¦ ser¨ªa Susan. Era consciente, por supuesto, de su inter¨¦s por la literatura -ambas charlaban de Thomas Mann y de la amistad de Susan con un muchacho del instituto dotado de una sensibilidad literaria similar-, pero por entonces a¨²n no resultaba evidente que Sontag fuera a dedicarse a la escritura. Al igual que Jamake Highwater, Harriet ve¨ªa en Susan a una persona preocupada fundamentalmente por sus estudios acad¨¦micos.
Susan ten¨ªa memoria fotogr¨¢fica. Daba la impresi¨®n de registrar de modo indeleble todo cuanto le¨ªa. Harriet la imaginaba acarreando bibliotecas completas en la mente. Susan era capaz de exudar una calma superficial que aparejaba con su brillantez intelectual y su belleza: una combinaci¨®n que en una mujer tan joven resultaba irresistible. Harriet, sin embargo, se hallaba lo bastante cercana a Susan como para ver desmoronarse aquella imagen de vez en cuando, pues Susan no ten¨ªa a¨²n la experiencia suficiente como para defenderse en el sofisticado mundo de los adultos. No hac¨ªa falta mucho para angustiar a Susan, que era de l¨¢grima f¨¢cil. Le bastaba un ataque de mal genio de Harriet para sentirse abrumada.
Harriet y Susan se separaron despu¨¦s de aquel semestre en Berkeley. Siguieron siendo amigas, pero perdieron el contacto hasta que Susan parti¨® hacia Europa a finales de los cincuenta. En Par¨ªs habr¨ªan de reemprender lo comenzado en Berkeley, pero no antes de que Susan agotara su romance con la ciudad de Chicago y su matrimonio con Philip Rieff. (...)
Sarajevo
En abril de 1993, Susan Sontag visit¨® Sarajevo. La hab¨ªa animado a ir su hijo David, quien por entonces estaba escribiendo un libro titulado Slaughterhouse: and the failure of the West (Matadero: Bosnia y el fracaso de Occidente, 1995), considerado como una de las fuentes esenciales sobre dicha guerra. Sarajevo llevaba un a?o bajo el asedio de los francotiradores serbios, y David descubri¨® que sus amigos ya estaban cansados de sus an¨¢lisis sobre los Balcanes. 'Ya no soporto a ninguno de ellos', confes¨® a su madre. 'Apenas aguantan mis historias sobre Bosnia durante 10 minutos'. Extendi¨® los mapas ante ella y le dijo: '?Sabes? A la gente le encantar¨ªa que fueras'.
Antes de su primer viaje, Sontag hab¨ªa reaccionado con 'horror e indignaci¨®n' a la violencia, y tambi¨¦n a la falta de intervenci¨®n por parte de Occidente. Aquellas gentes eran europeas, pertenec¨ªan a su cultura. Mas, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer ella? No se consideraba a s¨ª misma periodista, y tampoco le apetec¨ªa trabajar para ninguna organizaci¨®n humanitaria.
Pero las dos semanas que pas¨® en la ciudad durante aquel mes de abril le proporcionaron cierta idea del papel que podr¨ªa desempe?ar. Fue testigo, por supuesto, del sufrimiento de la gente, y le conmovi¨® la aspiraci¨®n de los bosnios de convertirse en una naci¨®n. Un d¨ªa all¨ª era como una semana en Nueva York, un mes 'lleno de impresiones nuevas y terribles'. Sarajevo le excitaba por aquella atm¨®sfera de intensidad y de valent¨ªa que, cargada de repercusiones y de ecos hist¨®ricos, extra¨ªa lo mejor y lo peor de los seres humanos. Sontag equiparaba la masacre del pueblo bosnio con las que consideraba como las peores atrocidades europeas del siglo: el genocidio armenio de 1915 y el Holocausto de los a?os treinta y cuarenta. Al recordar el asesinato en Sarajevo del archiduque Franz Ferdinand por Gavrilo Princep (un bosnio), acontecimiento que hab¨ªa dado lugar a la Primera Guerra Mundial, declar¨® que la ciudad 'dio comienzo y dar¨¢ conclusi¨®n al siglo XX'.
En aquella ciudad, de 350.000 habitantes, mor¨ªan todos los d¨ªas entre 10 y 15 personas, y acaso el doble resultaban heridas. Sontag calcul¨® el riesgo que ella misma corr¨ªa en un uno por mil. Lleg¨® ataviada con una chaqueta militar de combate, pero pronto se deshizo de ella para acortar distancias con sus nuevos amigos. Se dedicaba a conducir un coche destartalado que la convert¨ªa en f¨¢cil blanco para los francotiradores. Trab¨® amistad con un bosnio que colaboraba con la distribuci¨®n de alimentos en la ciudad sitiada y que m¨¢s tarde emigr¨® a Nueva York y se convirti¨® en su ch¨®fer. En Sarajevo se encarg¨® de cuidar de Sontag, ayudado por lo que parec¨ªa un sexto sentido. En cierta ocasi¨®n en que ella se aproximaba al umbral de una puerta la apremi¨® para que cruzara y, segundos despu¨¦s, una granada estall¨® sobre el dintel. Aquellos incidentes se convirtieron en las historias de guerra de Sontag.
El valor de los bosnios
Sontag admiraba el f¨¦rreo valor de los bosnios, sus obstinados esfuerzos por vivir con normalidad entre los bombardeos y dem¨¢s actos terroristas. La ciudad de Sarajevo, en la que serbios, musulmanes y croatas hab¨ªan vivido en una atm¨®sfera de paz y aun de felicidad, cas¨¢ndose entre ellos y prestando apenas atenci¨®n a sus diferencias religiosas y ¨¦tnicas, encarnaba su ideal nacionalista, un ideal que ni Europa ni el resto de Occidente ten¨ªan la imaginaci¨®n ni el valor necesarios para defender.
Cuando emit¨ªa aquellos juicios, Sontag conoc¨ªa en parte la literatura de la regi¨®n, pero no sab¨ªa mucho de su historia. Hab¨ªa participado en una conferencia de escritores celebrada en Dubrovnik, y algunos de los amigos que hizo all¨ª la llamaron cuando despu¨¦s de que los serbios atacaran Croacia y comenzaran a bombardear la ciudad. En julio de 1993, Sontag declar¨® que 'lo peor a¨²n est¨¢ por llegar. Opino que los bosnios van a ser derrotados por completo, y que Sarajevo ser¨¢ ocupada, dividida y destruida. (...) Esta guerra supone asimismo que Europa se ver¨¢ completamente desprestigiada'. En julio de 1995 a?ad¨ªa: 'Ni las Naciones Unidas lograr¨¢n recobrarse jam¨¢s de su fracaso en Bosnia, ni la OTAN de su renuencia a actuar'.
De siempre una voz cr¨ªtica del poder¨ªo militar norteamericano -y de la idea de que un solo pa¨ªs pudiera contar con semejante arsenal-, clam¨® entonces por una intervenci¨®n de su pa¨ªs: 'Mi Gobierno deber¨ªa intervenir, porque se contempla a s¨ª mismo como una superpotencia'. Pero se negaba a defender a ninguna superpotencia, ni siquiera cuando exig¨ªa el empleo de su poder.
Sontag deploraba igualmente la situaci¨®n de la izquierda. Pr¨¢cticamente nadie hab¨ªa querido acompa?arla a Sarajevo. 'Ya no queda Izquierda alguna. Lo que queda parece un chiste', dijo al entrevistador Alfonso Armada, de EL PA?S. La izquierda hab¨ªa vuelto a dividirse en lo que se refer¨ªa a la cuesti¨®n de Bosnia: algunos abogaban por la intervenci¨®n, mientras que otros se manifestaban en contra.
Susan Sontag hab¨ªa le¨ªdo un art¨ªculo sobre la Universidad de Chicago en una revista nacional. El presidente de la instituci¨®n era Robert Hutchins, un personaje apuesto, inteligente y din¨¢mico. Era una estrella, un educador que atra¨ªa la imaginaci¨®n p¨²blica como ning¨²n otro presidente universitario de la ¨¦poca. En los a?os treinta y cuarenta pronunci¨® m¨¢s de 800 conferencias p¨²blicas defendiendo la esencialidad de los grandes libros en el curr¨ªculo universitario y la importancia del papel de la filosof¨ªa, cada vez m¨¢s difuminado en una ¨¦poca en la que primaban la especializaci¨®n, la disciplina acad¨¦mica y la divisi¨®n departamental. Hutchins propon¨ªa el concepto de universidad como refugio de grandes pensadores poseedores de una dilatada educaci¨®n en las artes liberales. Para una joven que hab¨ªa devorado sin desmayo las obras de los gigantes de la literatura moderna, aquello deb¨ªa de sonar como ese mundo aparte regido por almas gemelas. Sontag dijo posteriormente que si escogi¨® la Universidad de Chicago fue porque no pose¨ªa equipo de f¨²tbol y porque todo lo que la gente hac¨ªa all¨ª era estudiar. Como hab¨ªa dicho uno de sus profesores favoritos, Ned Rosenheim, si Chicago hubiera contado con un equipo de f¨²tbol en la ¨¦poca de Hutchins, el entrenador tendr¨ªa que haber sido Arist¨®teles.
Chicago habr¨ªa sido una elecci¨®n sorprendente para cualquier alumno de North Hollywood. Para muchos californianos del sur, Chicago representaba el salvaje Medio Oeste: una ciudad violenta con un campus cada vez m¨¢s parecido a un barrio marginal y dominado por radicales. Para Mildred result¨® doloroso enviar a la joven Susan del instituto de North Hollywood al crudo clima invernal de Chicago, y en el ¨²ltimo minuto se opuso: '?Chicago? ?El South Side? All¨ª no encontrar¨¢s m¨¢s que negros y comunistas'. La Universidad de Chicago pose¨ªa un legado de activismo estudiantil y de compromiso pol¨ªtico con el que tan s¨®lo la Universidad de Nueva York, Columbia y Harvard pod¨ªan rivalizar.
La ¨¢spera Chicago
De hecho, a la Universidad de Chicago no le resultaba f¨¢cil atraer y conservar a su alumnado debido a inquietudes similares a las de Mildred. En la ¨¦poca en que Susan present¨® su solicitud, la instituci¨®n hab¨ªa experimentado un serio descenso en el n¨²mero de estudiantes interesados en asistir a ella, y los sondeos realizados revelaban que los potenciales alumnos se manifestaban preocupados por el deterioro de su vecindario. La propia ciudad, por supuesto, nunca ha perdido su ¨¢spera imagen, de la que los adalides universitarios se muestran orgullosos: '?sta es la ciudad que nos gusta', dec¨ªa Ned Rosenheim. 'Reina en ella una determinaci¨®n que los de la universidad compartimos. Es una gran ciudad en la que las cosas no se quedan sin hacer, una ciudad que se alimenta de toda clase de energ¨ªas (...) y que ha transferido gran cantidad de pasi¨®n a nuestra universidad'.
Los alumnos se acobardaban ante tan dura competitividad urbana y ante lo que consideraban por parte de Hutchins una perspectiva mezquina basada en el elitismo de los grandes libros. A Hutchins, sin embargo, apenas le preocupaban tales quejas, pues, al igual que Sontag, era enemigo del concepto mismo de adolescencia. Norteam¨¦rica, se?alaba, era el ¨²nico lugar en el que las instituciones docentes avanzadas manifestaban el empe?o de desarrollar el car¨¢cter y las aptitudes sociales de sus alumnos. Los norteamericanos eran demasiado sentimentales con respecto a la educaci¨®n, y ¨¦sta no deb¨ªa ni mimar a los estudiantes ni fingir que les brindaba valores familiares. De hecho, se hab¨ªa sentido atra¨ªdo por Chicago por considerarla la ¨²nica universidad importante de la naci¨®n en la que pod¨ªa disfrutarse de un ambiente europeo.
El exigente curr¨ªculo que se obligaba a presentar a todos los ni?os prodigio -algunos incluso m¨¢s j¨®venes que Susan - provocaba una considerable ansiedad. Como afirma Earl Shorris, quien asisti¨® a la Universidad de Chicago a los 13 a?os de edad, 'reinaba un elevado nivel de neurosis'. Los intentos de suicidio no eran raros. Todo campus universitario, incluso los de las grandes ciudades, puede parecer un mundo ajeno al exterior y generar un grado de ansiedad capaz de desequilibrar a los alumnos j¨®venes y aplicados, pero David Riesman, eminente soci¨®logo de Chicago, reconoc¨ªa la 'hegemon¨ªa que pose¨ªan las cuestiones acad¨¦micas' en el '¨¢mbito de la Universidad de Chicago'.
Un mundo de ideas
Las palabras de Riesman sugieren lo que Chicago significaba para Sontag, quien anhelaba un mundo dominado por las ideas. El hecho de tener que enfrentarse a dichas ideas siendo a¨²n tan joven no despertaba temor en ella; tal desaf¨ªo, por el contrar¨ªo, estimulaba su pasi¨®n. Admit¨ªa sin tapujos que no hab¨ªa comprendido a fondo a la totalidad de aquellos colosos de la literatura moderna, pero el concepto de desmesura intelectual le motivaba. La noci¨®n de enclave -que para muchos alumnos resultaba claus-trof¨®bica- atra¨ªa a una muchacha que hab¨ªa excavado su propia cueva y que buscaba un recinto autosuficiente.
Para complacer a Mildred, Susan acept¨® asistir a Berkeley durante el semestre de primavera de 1949 y luego solicitar el ingreso en Chicago para los meses de oto?o. Mildred confiaba en que el campus de Berkeley, por entonces un paisaje de 'reluciente granito y esplendoroso m¨¢rmol', eclipsar¨ªa el encaprichamiento de su hija por el corrupto y peligroso mundo de Chicago.
La fe de Mildred en Berkeley estaba bien fundada. En 1937, el Consejo Norteamericano de Educaci¨®n hab¨ªa informado de que la universidad contaba con 21 renombradas facultades y ocupaba el segundo lugar por detr¨¢s de Harvard, que ten¨ªa dos m¨¢s. Los sondeos realizados por los peri¨®dicos de ¨¢mbito nacional situaban a Berkeley entre las cinco primeras. A Sontag le gust¨®. Estudiaba con distinguidos cr¨ªticos, como Mark Schorer, y asist¨ªa como oyente a cursos de graduaci¨®n. Pero entonces Chicago le confirm¨® que su solicitud hab¨ªa sido aceptada y pens¨®: en Chicago va a ser a¨²n mejor.
En la primavera de 1949, Harriet Sohmers, que entonces era estudiante de pen¨²ltimo a?o en Berkeley y trabajaba en una librer¨ªa, fue testigo de la llegada de una Susan Sontag deslumbrante. Los miembros del profesorado masculino, entre los que se inclu¨ªa el poeta Robert Duncan, eran gays. Observaron a la imponente Susan, miraron luego a Harriet y dijeron: 'Anda a por ella'. Harriet se acerc¨® a Susan, cogi¨® un ejemplar de El bosque de la noche y le dijo: '?Has le¨ªdo esto?'. Era una frase cl¨¢sica de acercamiento entre lesbianas que alguien hab¨ªa empleado ya con la propia Harriet en la Universidad Black Mountain de Carolina del Norte.
Djuna Barnes
Susan, claro est¨¢, lo hab¨ªa le¨ªdo y se hab¨ªa imaginado ya a s¨ª misma como parte del mundo bisexual parisiense que Djuna Barnes tan notoriamente evoca con su retrato de la elusiva Robin Vote, a quien tanto hombres como mujeres aman sin poder comprender. La narradora de la novela es una anatomista del sexo mediante el epigrama, una connoisseur del estilo. Lo mismo sucede con el campy doctor O'Connor, siempre lanzando intrigantes apreciaciones sobre una impresionante colecci¨®n de temas, tales como el lesbianismo: 'El amor de una mujer hacia otra mujer: ?qu¨¦ insana pasi¨®n por la maternidad y por una angustia sin l¨ªmites ha hecho concebir tal cosa?'.
Sin duda, uno de los motivos por los que El bosque de la noche ha gozado de tan devotas seguidoras y ha ejercido tan poderosa influencia en las j¨®venes mentes literarias es su insistencia en que 'la vida de cada uno es especialmente propia cuando uno mismo la ha inventado'. El libro es una de las pocas narraciones de la ¨¦poca en las que las lectoras pueden observar a otras mujeres obligadas a descubrirse a s¨ª mismas. Se trata de una novela liberadora para una adolescente debido a que hace trizas ordenadas categor¨ªas y r¨ªgidas distinciones. 'Yo soy la otra mujer olvidada de Dios', afirma la doctora O'Connor. El bosque de la noche puede calificarse de excelente precisamente por lo expansivo que es.
Harriet era de porte dominante: para su amigo Edward Field, era 'la viva imagen del Pr¨ªncipe Valiente, con sus rasgos masculinos y angulosos y esos cabellos lisos que se peinaba con flequillo y le llegaban hasta los hombros'. De estatura superior a 1,80 metros, Harriet caminaba con aplomo y en absoluto presentaba esa actitud encogida y sumisa que ciertas mujeres adquieren en su intento por encajar con las pobres expectativas de otras personas. Harriet disfrutaba de la 'teatralidad de su aspecto'. Al igual que Susan, sab¨ªa que su aspecto destilaba dramatismo y que llamaba la atenci¨®n. Pero, a diferencia de Susan, no hab¨ªa en ella nada de tentativo: 'Su voz pose¨ªa tambi¨¦n un timbre rico y espectacular capaz de llenar cualquier estancia'.
Si Jamake Highwater recuerda a una Sue estoica, Harriet recuerda a una Susan solitaria, vulnerable y emotiva. El intelecto de Susan llam¨® de inmediato la atenci¨®n de Harriet, pero, as¨ª y todo, Susan era 'una ni?a, un beb¨¦'. A pesar de su inteligencia, era una persona insegura. Se manten¨ªa retra¨ªda, a la espera de o¨ªr lo que Harriet u otras personas -especialmente los amigos de mayor edad- opinaban de la pel¨ªcula que acababan de ver. Susan era capaz de llevar el peso de cualquier conversaci¨®n intelectual, pero luchaba tanto por ser adulta que a veces se le notaba el esfuerzo. Era joven, pero tambi¨¦n valiente.
Dulce y condescendiente
Susan era una persona dulce y condescendiente, y aunque su delicadeza de car¨¢cter conmov¨ªa a Harriet y despertaba su afecto hacia ella, su inseguridad y sus dudas le irritaban. Harriet se mostraba severa con Susan, pero tambi¨¦n la animaba: 'Sab¨ªa que Susan acabar¨ªa siendo alguien especial'. Harriet recuerda un viaje en tren que hicieron juntas y un momento en el que la compa?¨ªa de aquella joven brillante y sorprendente, y la sensaci¨®n de impulso producida por el hecho de estar dirigi¨¦ndose hacia otro lugar, le impulsaron a volverse hacia Susan y decirle: 'Tienes ante ti un gran destino'. Harriet no ten¨ªa muy claro qu¨¦ ser¨ªa Susan. Era consciente, por supuesto, de su inter¨¦s por la literatura -ambas charlaban de Thomas Mann y de la amistad de Susan con un muchacho del instituto dotado de una sensibilidad literaria similar-, pero por entonces a¨²n no resultaba evidente que Sontag fuera a dedicarse a la escritura. Al igual que Jamake Highwater, Harriet ve¨ªa en Susan a una persona preocupada fundamentalmente por sus estudios acad¨¦micos.
Susan ten¨ªa memoria fotogr¨¢fica. Daba la impresi¨®n de registrar de modo indeleble todo cuanto le¨ªa. Harriet la imaginaba acarreando bibliotecas completas en la mente. Susan era capaz de exudar una calma superficial que aparejaba con su brillantez intelectual y su belleza: una combinaci¨®n que en una mujer tan joven resultaba irresistible. Harriet, sin embargo, se hallaba lo bastante cercana a Susan como para ver desmoronarse aquella imagen de vez en cuando, pues Susan no ten¨ªa a¨²n la experiencia suficiente como para defenderse en el sofisticado mundo de los adultos. No hac¨ªa falta mucho para angustiar a Susan, que era de l¨¢grima f¨¢cil. Le bastaba un ataque de mal genio de Harriet para sentirse abrumada.
Harriet y Susan se separaron despu¨¦s de aquel semestre en Berkeley. Siguieron siendo amigas, pero perdieron el contacto hasta que Susan parti¨® hacia Europa a finales de los cincuenta. En Par¨ªs habr¨ªan de reemprender lo comenzado en Berkeley, pero no antes de que Susan agotara su romance con la ciudad de Chicago y su matrimonio con Philip Rieff. (...)
Sarajevo
En abril de 1993, Susan Sontag visit¨® Sarajevo. La hab¨ªa animado a ir su hijo David, quien por entonces estaba escribiendo un libro titulado Slaughterhouse: and the failure of the West (Matadero: Bosnia y el fracaso de Occidente, 1995), considerado como una de las fuentes esenciales sobre dicha guerra. Sarajevo llevaba un a?o bajo el asedio de los francotiradores serbios, y David descubri¨® que sus amigos ya estaban cansados de sus an¨¢lisis sobre los Balcanes. 'Ya no soporto a ninguno de ellos', confes¨® a su madre. 'Apenas aguantan mis historias sobre Bosnia durante 10 minutos'. Extendi¨® los mapas ante ella y le dijo: '?Sabes? A la gente le encantar¨ªa que fueras'.
Antes de su primer viaje, Sontag hab¨ªa reaccionado con 'horror e indignaci¨®n' a la violencia, y tambi¨¦n a la falta de intervenci¨®n por parte de Occidente. Aquellas gentes eran europeas, pertenec¨ªan a su cultura. Mas, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer ella? No se consideraba a s¨ª misma periodista, y tampoco le apetec¨ªa trabajar para ninguna organizaci¨®n humanitaria.
Pero las dos semanas que pas¨® en la ciudad durante aquel mes de abril le proporcionaron cierta idea del papel que podr¨ªa desempe?ar. Fue testigo, por supuesto, del sufrimiento de la gente, y le conmovi¨® la aspiraci¨®n de los bosnios de convertirse en una naci¨®n. Un d¨ªa all¨ª era como una semana en Nueva York, un mes 'lleno de impresiones nuevas y terribles'. Sarajevo le excitaba por aquella atm¨®sfera de intensidad y de valent¨ªa que, cargada de repercusiones y de ecos hist¨®ricos, extra¨ªa lo mejor y lo peor de los seres humanos. Sontag equiparaba la masacre del pueblo bosnio con las que consideraba como las peores atrocidades europeas del siglo: el genocidio armenio de 1915 y el Holocausto de los a?os treinta y cuarenta. Al recordar el asesinato en Sarajevo del archiduque Franz Ferdinand por Gavrilo Princep (un bosnio), acontecimiento que hab¨ªa dado lugar a la Primera Guerra Mundial, declar¨® que la ciudad 'dio comienzo y dar¨¢ conclusi¨®n al siglo XX'.
En aquella ciudad, de 350.000 habitantes, mor¨ªan todos los d¨ªas entre 10 y 15 personas, y acaso el doble resultaban heridas. Sontag calcul¨® el riesgo que ella misma corr¨ªa en un uno por mil. Lleg¨® ataviada con una chaqueta militar de combate, pero pronto se deshizo de ella para acortar distancias con sus nuevos amigos. Se dedicaba a conducir un coche destartalado que la convert¨ªa en f¨¢cil blanco para los francotiradores. Trab¨® amistad con un bosnio que colaboraba con la distribuci¨®n de alimentos en la ciudad sitiada y que m¨¢s tarde emigr¨® a Nueva York y se convirti¨® en su ch¨®fer. En Sarajevo se encarg¨® de cuidar de Sontag, ayudado por lo que parec¨ªa un sexto sentido. En cierta ocasi¨®n en que ella se aproximaba al umbral de una puerta la apremi¨® para que cruzara y, segundos despu¨¦s, una granada estall¨® sobre el dintel. Aquellos incidentes se convirtieron en las historias de guerra de Sontag.
El valor de los bosnios
Sontag admiraba el f¨¦rreo valor de los bosnios, sus obstinados esfuerzos por vivir con normalidad entre los bombardeos y dem¨¢s actos terroristas. La ciudad de Sarajevo, en la que serbios, musulmanes y croatas hab¨ªan vivido en una atm¨®sfera de paz y aun de felicidad, cas¨¢ndose entre ellos y prestando apenas atenci¨®n a sus diferencias religiosas y ¨¦tnicas, encarnaba su ideal nacionalista, un ideal que ni Europa ni el resto de Occidente ten¨ªan la imaginaci¨®n ni el valor necesarios para defender.
Cuando emit¨ªa aquellos juicios, Sontag conoc¨ªa en parte la literatura de la regi¨®n, pero no sab¨ªa mucho de su historia. Hab¨ªa participado en una conferencia de escritores celebrada en Dubrovnik, y algunos de los amigos que hizo all¨ª la llamaron cuando despu¨¦s de que los serbios atacaran Croacia y comenzaran a bombardear la ciudad. En julio de 1993, Sontag declar¨® que 'lo peor a¨²n est¨¢ por llegar. Opino que los bosnios van a ser derrotados por completo, y que Sarajevo ser¨¢ ocupada, dividida y destruida. (...) Esta guerra supone asimismo que Europa se ver¨¢ completamente desprestigiada'. En julio de 1995 a?ad¨ªa: 'Ni las Naciones Unidas lograr¨¢n recobrarse jam¨¢s de su fracaso en Bosnia, ni la OTAN de su renuencia a actuar'.
De siempre una voz cr¨ªtica del poder¨ªo militar norteamericano -y de la idea de que un solo pa¨ªs pudiera contar con semejante arsenal-, clam¨® entonces por una intervenci¨®n de su pa¨ªs: 'Mi Gobierno deber¨ªa intervenir, porque se contempla a s¨ª mismo como una superpotencia'. Pero se negaba a defender a ninguna superpotencia, ni siquiera cuando exig¨ªa el empleo de su poder.
Sontag deploraba igualmente la situaci¨®n de la izquierda. Pr¨¢cticamente nadie hab¨ªa querido acompa?arla a Sarajevo. 'Ya no queda Izquierda alguna. Lo que queda parece un chiste', dijo al entrevistador Alfonso Armada, de EL PA?S. La izquierda hab¨ªa vuelto a dividirse en lo que se refer¨ªa a la cuesti¨®n de Bosnia: algunos abogaban por la intervenci¨®n, mientras que otros se manifestaban en contra.
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