El l¨¢piz azul de Miquel Barcel¨®
'Miquel pintaba desde muy peque?o', me cuenta durante la cena, orgullosa, la madre del pintor Miquel Barcel¨®, cuya exposici¨®n Mapamundi acaba de inaugurarse, esta tarde de abril, en la Fundaci¨®n Maeght de Saint-Paul-de-Vence, cerca de Niza. Es una gran exposici¨®n que recoge unas 130 obras, desde los ¨²ltimos a?os ochenta hasta la actualidad. Ahora, mientras cenamos, escucho los comentarios de los amigos y colaboradores de Miquel venidos para acompa?ar al pintor desde Mallorca y Barcelona, y sobre todo escucho a su madre.
Mientras oigo su dulce deje mallorqu¨ªn, me imagino la arena de Mallorca y un ni?o que all¨ª juega con las peque?as piedras de la playa, las observa, ba?adas en el sol, y las mezcla con los granos de arena para luego sumergirlo todo en las olas del mar; entonces el ni?o contempla incr¨¦dulo la metamorfosis que se produce bajo el efecto del agua: h¨²medas, las piedras grises adquieren colores vivos y un brillo que recuerda la superficie plateada de un pez. Despu¨¦s, en casa, el ni?o traspone la imagen de las piedras y su modesto misterio en su cuaderno de dibujo. Y Miquel Barcel¨® sigue pintando hasta hoy las transformaciones de la tierra bajo los efectos de la luz deslumbradora. Pinta lo eterno (el cielo) y lo inmutable (la tierra).
Miquel Barcel¨® ha inaugurado exposici¨®n en Saint-Paul-de-Vence. Su madre evoca a un ni?o que jugaba con piedras en la playa
Mujeres con ni?os, un pez azul, una gorila blanca, un oso herido, las entra?as del mar, los libros del pintor... Pienso en todos esos cuadros que he visto esta tarde en la Fundaci¨®n Maeght, un edificio del arquitecto catal¨¢n J. M. Sert, algo parecido a la Fundaci¨®n Mir¨® de Barcelona. Un barco bajo la lluvia, un jarr¨®n griego, una plaza de toros, un mapamundi donde los continentes son cr¨¢neos... Entonces recuerdo una anotaci¨®n que el pintor inscribi¨® en su dietario: 'Dispongo unos objetos por orden de antig¨¹edad: un f¨®sil de pez, una punta de flecha de s¨ªlex, una figura votiva ib¨¦rica, una botella de viejo Calvados, una rosa. Aprecio el resultado, pero evito cuidadosamente sacar de ello una conclusi¨®n cualquiera'. Un apunte, un poema: la historia hecha poes¨ªa, la pintura como forma po¨¦tica de conocimiento.
Mientras tomo una copa de vino de Provenza con la cena, pienso que as¨ª es el mundo de Miquel Barcel¨®: lo perdurable junto a lo pasajero, el techo de una cueva prehist¨®rica junto a unas granadas abiertas y fresqu¨ªsimas. Es el universo de lo elemental: la lluvia, la luz deslumbradora, la tierra violada por el sol, el r¨ªo, la barca, el asno, un plato con un pez, el trabajo de la gente, una cabra. El cielo eterno y la tierra inmutable. Lo lleno y lo vac¨ªo. La nobleza de lo cotidiano. La riqueza de la pobreza extrema. Los extremos que se confunden.
En el universo de Miquel Barcel¨® todo est¨¢ en una metamorfosis constante: el espacio cerrado de una plaza de toros, donde se resuelve el dilema esencial de la vida y la muerte es a la vez un taz¨®n de sopa y un plato de paella -alimento esencial-, y ¨¦ste se metamorfosea en una biblioteca circular con sus paredes tapizadas de libros, alimento esencial a su vez. Escenarios cerrados como la mente humana. 'Si quieres disfrutar del mundo, no salgas de casa', dice la m¨¢xima de un fil¨®sofo de la antigua China. Esta paradoja podr¨ªa aplicarse al mundo de Miquel Barcel¨®.
Barcel¨® es el pintor de lo complejo en su extrema sencillez, el poeta de las metamorfosis, el pintor de nuestra herencia m¨¢s antigua: el toro y el pulpo y el c¨ªrculo, lo ondulado, lo eterno y cambiante, como en las Metamorfosis de Ovidio, como en las im¨¢genes de la cultura minoica. El toro, animal de culto de los antiguos cretenses, el toro que rapt¨® a Europa y la traslad¨® en su lomo de Asia a la isla de Creta: Gran animal europeu, titula Barcel¨® uno de sus retratos del toro.
La inauguraci¨®n de la exposici¨®n ha reunido, en este maravilloso y pict¨®rico rinc¨®n de la Costa Azul, a gente de todo el mundo. Y tambi¨¦n a varios amigos barceloneses y mallorquines del pintor. El escritor Biel Mesquida y el periodista Andreu Manresa describen uno de los ¨²ltimos trabajos de Barcel¨®, el encargo hecho por el obispado para pintar la capilla de Sant Pere de la catedral de Palma. Recuerdo, adem¨¢s, que antes de la cena el alcalde de Sant Miquel de Ol¨¦rdola me ha contado un proyecto similar en la ermita de su pueblo. Pintar una iglesia, como los pintores renacentistas, como Giotto en As¨ªs, como Piero della Francesca en Arezzo. Y me imagino el recogido espacio de una capilla lleno de peces azules y viejos asnos con ojos tiernos, de esa enso?ada fauna de Miquel Barcel¨®.
'Desde muy peque?o Miquel le¨ªa mucho, y eran libros dif¨ªciles', cuenta su madre. Andreu Manresa a?ade: 'A los 17 a?os ilustr¨® su primer libro'. Un ejercicio que Barcel¨® contin¨²a ahora con la ilustraci¨®n de la Divina comedia, de Dante, para celebrar la fundaci¨®n de C¨ªrculo de Lectores, en Barcelona, hace 40 a?os.
'Miquel, de ni?o, se puso a dibujar cuando me vio pintar a m¨ª', confiesa la madre del pintor. Pienso en el ni?o Picasso, cuyo padre le entreg¨® sus pinceles cuando se dio cuenta de que el ni?o sab¨ªa m¨¢s que ¨¦l. Y me imagino a la madre de Barcel¨®, esa t¨ªmida y dulce mallorquina, entreg¨¢ndole a Miquel su l¨¢piz azul: para dibujar s¨®lo lo esencial, para celebrar la bella y dolorosa complejidad de la vida.
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