De Jospin a Maragall
Si Maragall no gana las pr¨®ximas elecciones nunca podr¨¢ alegar que nadie le avis¨®. Una encuesta del Instituto Opina le recordaba que su punto de partida es el empate, y su respuesta fue matar al mensajero de las malas noticias. Desde Francia, le llegan signos m¨²ltiples que irradian de la digna figura de perdedor de Jospin. Si alguien debe estar especialmente interesado en saber por qu¨¦ Jospin sufri¨® el gran fiasco debe ser Maragall.
Ciertamente, las circunstancias son distintas y el punto de partida tambi¨¦n. Jospin estaba en el Gobierno, Maragall en la oposici¨®n y al frente de un partido que lleva m¨¢s de veinte a?os en blanco auton¨®mico. Dato que no es nada menor porque, como dice Nicolas Tenser, es muy dif¨ªcil luchar 'contra la compulsi¨®n al fracaso'. La pulsi¨®n cr¨ªtica del electorado franc¨¦s es proverbial: en los ¨²ltimos 20 a?os, en todas las elecciones se ha cargado al Gobierno saliente. En Catalu?a, como en Espa?a, gobernar es una prima: el comportamiento electoral es muy conservador: el que manda sale con ventaja.
Pero, diferencias aparte, que son muchas, ?qu¨¦ hay en el comportamiento de Jospin que pueda ser ¨²til para la reflexi¨®n de Maragall? Yo dir¨ªa que fundamentalmente el modo de entender y hacer la pol¨ªtica, que es por donde se le abrieron las v¨ªas de agua sin que el primer ministro se diera cuenta. Zaki Laidi ha resumido el estilo Jospin en tres puntos: una imagen de integridad, una visi¨®n racional de la pol¨ªtica, una reducci¨®n de ¨¦sta a las relaciones entra aparatos de partidos. Jospin, desde el trotskismo hasta Matignon, pasando por Mitterrand, ha vivido toda su vida metido en este universo cerrado de la pol¨ªtica en que las declaraciones del contrincante o las zancadillas del aliado adquieren las dimensiones de acontecimiento m¨¢ximo. Lo suyo es la conspiraci¨®n de partido, la negociaci¨®n parlamentaria, el liderazgo de una mayor¨ªa plural con el retrovisor puesto no tanto en los problemas de la calle como en las apetencias de los aliados. Que ning¨²n socio se moleste se acaba convirtiendo en algo m¨¢s importante que resolver un problema -con lo cual la pol¨ªtica se hace confusa y dif¨ªcil de comunicar- y las querellas entre pol¨ªticos adquieren una relevancia desproporcionada, que nada tiene que ver con la percepci¨®n que la ciudadan¨ªa tiene de las prioridades.
Esta concepci¨®n de la pol¨ªtica que la reduce a la politiquer¨ªa (entendiendo por tal los ejercicios endog¨¢micos entre burocracias partidistas) va, evidentemente, en mengua de otra dimensi¨®n de la pol¨ªtica mucho m¨¢s importante y noble: la que se ocupa de trabajar -con coraje y riesgo- para construir una mayor¨ªa social en torno a las propias propuestas y no s¨®lo una mayor¨ªa pol¨ªtica. Es verdad que la tendencia a alejar la pol¨ªtica de la sociedad, a encerrarla en los despachos del poder, no es exclusiva de Jospin. De ah¨ª que el castigo que la derecha ha recibido sea en n¨²mero de votos a¨²n mayor que el recibido por la izquierda. Es verdad que desde el poder en toda Europa se trabaja con una idea degradada de la democracia que consiste en que la ¨²nica participaci¨®n ciudadana es el derecho a votar cada cuatro a?os. Pero, sin embargo, si el nacionalismo catal¨¢n lleva tantos a?os en el poder es, entre otras razones, porque nunca ha desde?ado el viejo principio gramsciano de la lucha por la hegemon¨ªa ideol¨®gica y el cultivo de la mayor¨ªa social, aunque todo ello est¨¦ pre?ado de un sistema espurio de intereses clientelares en que la democracia pierde por completo su digno nombre. Se atribuye a Pujol esta frase: 'El d¨ªa en que nuestro proyecto pol¨ªtico se apoye simplemente en la mayor¨ªa silenciosa, estaremos perdidos'. Y tiene mucha raz¨®n.
Recuperar la pol¨ªtica no significa sobresalir en el juego de las alianzas, de los pasillos parlamentarios y de las conspiraciones. Recuperar la pol¨ªtica es construir los apoyos sociales necesarios para que el cambio llegue a la aritm¨¦tica electoral y se concrete despu¨¦s en la pr¨¢ctica de una pol¨ªtica de gobierno, y conquistar ese bien tan escaso hoy que es la confianza de la ciudadan¨ªa. Para ello, evidentemente, hay que entender los problemas y establecer correctamente las prioridades, pero sobre todo hay que dar respuestas claras, sin miedo a defender las posiciones propias. 'Mais que craignez-vous?', escribi¨® V¨ªctor Hugo a Guizot, 'Ayez donc du courage. Soyez d'un avis'. ?ste fue el punto d¨¦bil de Jospin: ni trabaj¨® los espacios sociales para su reforma ni consigui¨® que un mensaje claro y diferenciado acompa?ara su gesti¨®n. Hizo la campa?a electoral pensando en la segunda vuelta, m¨¢s preocupado de hablar al p¨²blico de centro para ganar a Chirac que de asegurar el voto de los suyos. El eterno fantasma del centrismo que persigue a tantos aspirantes acab¨® hundi¨¦ndole.
Todo lo dem¨¢s se dio por a?adidura: una gesti¨®n ministerial muy defendible no sirvi¨® para nada porque no ten¨ªa quien la apoyara en la calle. La imagen de honestidad de Jospin no le diferenci¨® de un pol¨ªtico con tantas sombras de corrupci¨®n como Chirac. El run-run sobre la corrupci¨®n -salvo que haya un esc¨¢ndalo may¨²sculo que arruine una carrera- s¨®lo hace extender injustamente las sospechas, porque la ciudadan¨ªa ha perdido la confianza en los pol¨ªticos. Adem¨¢s el entorno de Jospin estuvo suficientemente salpicado -dimisiones ministeriales incluidas- como para acabar de enturbiar el panorama.
Maragall est¨¢ recorriendo el pa¨ªs con aplicaci¨®n. Cuesta, sin embargo, percibir un clima por el cambio. Algunas intentos organizativos m¨¢s o menos novedosos, como Ciutadans pel Canvi, se han deshinchado r¨¢pidamente. Hay dudas sobre si se tiene un conocimiento claro de los grupos sociales que pueden estar por la reforma maragalliana, sobre si se valoran adecuadamente los temas y las potencialidades del cambio. Por eso hay que perder el miedo a decir cosas, aun sabiendo que puedan dividir. S¨®lo desde la claridad se puede recuperar la maltrecha confianza ciudadana.
La derecha, alentada por las ¨²ltimas encuestas, ha decidido sumar esfuerzos para ganar. El PP ha optado por el apoyo decidido a Mas, a cambio de forzar en el futuro su entrada en el Gobierno catal¨¢n. Por tanto, la situaci¨®n se clarifica. Es hora de no tener miedo a la opini¨®n propia. Y sobre todo de no sacar la peor lecci¨®n de la derrota de Jospin: la que vuelve a poner sobre las cabezas la idea que opera como un regresivo super-yo de que el PP gan¨® su mayor¨ªa absoluta en El Ejido. Las ¨²ltimas declaraciones de Mas hacen pensar que ya se ha apuntado a ella. Esperemos que Maragall no le siga. Por lo menos, que no pierda la dignidad.
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