Peque?eces
Si no estuvieran editados dentro de las obras completas del padre Coloma, SJ; ser¨ªan dif¨ªciles de creer estos ejercicios espirituales recetados al pr¨ªncipe Alfonso, adolescente, por la devoci¨®n de su madre, la reina regente. Pero ah¨ª est¨¢n, tal como salieron de labios del jesuita jerezano para alimentar la reflexi¨®n moral de aquel muchacho espigado y fr¨¢gil a punto de ser coronado rey de Espa?a. Hace ahora un siglo.
No ahorr¨® el padre Coloma los efectos del tremendismo ignaciano, y describi¨® al muchacho el aspecto que tienen los reyes cuando llegan a momias, record¨¢ndole, con detalles, las muchas que llevaba vistas, desde la de Carlos V en el Escorial a la de Blanca de Borb¨®n en Jerez.
Pint¨® para Alfonso un reino m¨¢s cercano al ocaso de los Austrias que a la restauraci¨®n borb¨®nica, una Espa?a estamental y ¨¢grafa, 'que no necesita m¨¢s C¨®digo que el Dec¨¢logo, ni m¨¢s comentarios legales que el Catecismo', en la que el remedio a las injusticias y la nivelaci¨®n de las desigualdades s¨®lo vendr¨ªan con la muerte, que llegaba 'para grandes y chicos, con el mismo silencio'.
Predicaba el padre Coloma 'que hace ya cerca de sesenta siglos que existen hombres', poniendo el reloj a cero seg¨²n la lectura literal del G¨¦nesis, cuando hac¨ªa ya un siglo de la publicaci¨®n de las obras de Buffon o Laplace.
Reiteradamente insisti¨® el jesuita en la obligaci¨®n del amor a la madre, en que 'por ning¨²n concepto podr¨¢ V. M. elegir nada que moleste u ofenda a su madre, por mucho que le insten y a¨²n quieran forzarle a ello'. Un consejo oportuno y algo superfluo, si no revelara de paso la maniobra de poner a salvo quince a?os de amistad entre Mar¨ªa Cristina y el cura, que siempre influy¨® mucho en las decisiones de la reina.
Pero, junto a la exaltaci¨®n de la gloria y las virtudes miltares, lo que m¨¢s impresiona en la pl¨¢tica es el desprecio constante por los pol¨ªticos y la pol¨ªtica. 'Se encontrar¨¢ V. M. entre dos grupos distintos, que querr¨¢n apoderarse de su ¨¢nimo para dominarle... Uno de estos grupos, que es el m¨¢s temible, porque es el m¨¢s fuerte, lo formar¨¢n los pol¨ªticos... Otro lo formar¨¢n los palaciegos...
En la piadosa calcoman¨ªa que el padre Coloma aplic¨® sobre el esp¨ªritu del pr¨ªncipe, se trasluce ya la estampa del dictador a caballo, de la ruptura del pacto constitucional, de la Espa?a castiza retratada en las buler¨ªas de la Paquera: 'un caballo y arriba, Primo de Rivera'.
El pr¨ªncipe Felipe, que nos ha visitado, no necesita caballo para que la gente lo vea bien, ni para leer en las caras de su pueblo la alegr¨ªa, las ilusiones y las fatiguitas. Y ha mantenido un espacio simb¨®lico libre de cl¨¦rigos palaciegos, con un estricto respeto a las autoridades nacidas de la soberan¨ªa popular, por la v¨ªa de las urnas. Qu¨¦ alivio.
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