Cuidado con el perro
Se?oras y se?ores, hoy les vamos a hablar de la ciudad descolocada, de esos pedacitos de ciudad purgatorio que no est¨¢n en el cielo ni en el infierno. Nos referimos a los fragmentos urbanos que, por efecto del avance de la ciudad, han quedado sin sentido y en rid¨ªculo.
Hace poco tuvimos la suerte de poder contarnos entre la peque?a multitud de privilegiados autorizados a visitar las famosas ruinas del Born. No se asusten, no les vamos a hablar de ello, que no tenemos pedigr¨ª y cientos de sabios tiene el tema. Hay algo sin embargo que s¨ª nos gustar¨ªa comentar en la l¨ªnea de la ciudad descolocada: los grafitos. Uno de los hallazgos m¨¢s comentados fue la existencia de grafitos en las ruinas. Nos acercamos y vimos que todo se reduc¨ªa a unos trazos rojizos desva¨ªdos en un par de paredes interiores. Algunos parec¨ªan cruces: una de dos brazos, otras de uno; otros dibujos parec¨ªan n¨²meros: un 3, una especie de 17; en fin, una muestra m¨¢s de la cotidianidad que los restos han sacado a relucir. Pero luego alzamos la cabeza y a la altura del antiguo suelo, le¨ªmos: 'Desallotjeu (sic) presones, no cases', una pintada de cuando el Born se utilizaba con fines l¨²dicos y reivindicativos. Ah¨ª estaba la pintada, m¨¢s sola que la una, envidiosa de su pariente, resucitado unos metros por debajo. Y sobre todo, falta de sentido ya que aquel Born que se lo hab¨ªa dado, no exist¨ªa ya. Es la ciudad descolocada porque se mueve. Se mueve tanto y tan r¨¢pidamente que no puede digerir los cambios. En esta misma l¨ªnea, en la esquina de Riera Alta con Carme, hay un solar donde se puede apreciar una decoraci¨®n interna de una habitaci¨®n de uno de los pisos del edificio all¨ª derribado. Quien lo pint¨®, como los ciudadanos del Born de principios del siglo XVIII y de finales del XX, lo hizo pensando en ¨¦l y en sus amigos. Se ve a un capitalista seg¨²n la imagen caracter¨ªstica: gordo, con levita, ojos saltones: est¨¢ devorando ciudadanos y al mismo tiempo caga bloques de pisos. Ahora est¨¢ a la vista de todo el mundo, descolocado, y dentro de poco suponemos que desaparecer¨¢. Y lo har¨¢ con verg¨¹enza y con rid¨ªculo: a pocos metros, con olor de nuevo, en la rambla del Raval, seg¨²n algunos a¨²n se da el devorar ciudadanos y cagar pisos. Mucho peor es lo que nos encontramos en una zona donde, sinceramente, cre¨ªmos que la ciudad descolocada no llegar¨ªa, por limpia, por moderna, la avenida de Sarri¨¤. Para que la descolocaci¨®n sea real tiene que pasar un tiempo para que el efecto de los mensajes analizados se estilice, se estire, se emborrone y finalmente se convierta en algo nuevo. Pues bien, un ejemplo de ello, casi melanc¨®lico, nos lo encontramos en el antiguo emplazamiento del campo de f¨²tbol del RCD Espa?ol. Si suben por la avenida de Sarri¨¤ desde la Diagonal y se detienen en la plaza de Ricardo Zamora, donde est¨¢ esa gasolinera que existe desde hace much¨ªsimos a?os, ver¨¢n que en el poste regulador de los sem¨¢foros hay una pintada de los seguidores ultras del Espa?ol. Tras esa pintada se intuyen gritos, ardor, sudores, carreras, mamporros, goles cantados o pelotas saliendo rozando el poste. Ahora es un eco en medio de la nada. Est¨¢ la pintadilla, pero alrededor nada: no est¨¢ el Espa?ol, no est¨¢ el viejo estadio de Sarri¨¤, nada lo recuerda. Es un puro despiste hist¨®rico, una orfandad sin sentido. Pero la ciudad cambiante, como Dios, aprieta pero no ahoga. Este mismo grafito que defend¨ªa al Espa?ol, por casualidad, podr¨ªa defender tambi¨¦n al espa?ol, o sea a la lengua espa?ola. Hasta el punto de que su reivindicaci¨®n podr¨ªa firmarla cualquiera de los grupos fundamentalistas de defensa de dicha universal, milenaria y tan amenazada lengua. Lo seguro es que la ciudad descolocada no se detiene por ti. Como la guerra rel¨¢mpago, avanza y avanza, aunque sea a costa de dejar atr¨¢s algunas bolsas de resistencia. En este sentido, el yacimiento estrella, el Atapuerca de la ciudad descolocada es, en los ¨²ltimos a?os, la zona de Poblenou, con sus obras incesantes. Este humilde cronista vio con sus propios ojos a un grupo de gitanos, organizado, perfecto, funcionando en equipo, intentando cargar en un cami¨®n un pedazo entero de fachada de una antigua planta baja con su puerta y su ventana incluidas. Era un trocito de pared de 2,5 metros de ancho por unos 3 de alto. Nos hab¨ªa llamado la atenci¨®n porque era lo ¨²nico que quedaba en medio de un inmenso solar vac¨ªo. Los del derribo la hab¨ªan indultado a fin de que sirviera para aguantar las instalaciones de la luz de la calle. Al lado de esa puerta hab¨ªa un grafito a brocha, recio, de los de antes, nada de aerosol, que rezaba 'perro rabioso'. Pero ahora no hab¨ªa perro, no hab¨ªa casa que guardar, no hab¨ªa nada, solamente un solar desierto y ese 'perro rabioso' pintado a brocha, clavado en la tierra. Y visto el af¨¢n del grupo gitano, pronto, ni eso. He aqu¨ª el sacrificio supremo. La ciudad cambiante se lo zampa todo. Pero durante un breve lapso de tiempo el 'perro rabioso' convivi¨® con el solar vac¨ªo. Esta contradicci¨®n echa chispas porque es historia pura. Y si alguno de ustedes lo ha visto, se ha fijado y ha escuchado ese eco antiguo, puede estar seguro de que por un instante ha entrado en la historia. Se lo juro.
Barcelona, ciudad cambiante que se lo zampa todo, ve caer fachadas de plantas bajas en Poblenou que se llevan grupos de gitanos
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