'El Caso'
En este pa¨ªs nuestro, tan aficionado a las efem¨¦rides, me permito festejar un aniversario que quiz¨¢ resulte curioso y nost¨¢lgico para algunos lectores. La celebraci¨®n, para ser m¨¢s preciso, corresponde al 11 de este mes de mayo. Hace medio siglo, tal d¨ªa como ¨¦se del a?o 1952 sal¨ªa a la calle el primer n¨²mero del semanario El Caso, que enseguida se hizo muy popular. Por aquel entonces yo era redactor del diario Madrid y una buena ma?ana el subdirector, don Pedro Pujol, que tomaba asiento en el extremo de una enorme mesa de Redacci¨®n, recibi¨® personalmente la llamada telef¨®nica de un lector, informando de que acababa de cometerse un crimen en un lugar de la ciudad. Noticia curiosa, porque no es que se matara poco, lo que era cierto, sino que a los peri¨®dicos les estaban prohibidos otros sucesos que los contenidos en la nota informativa facilitada por la Direcci¨®n General de Seguridad. Ya saben los enterados: una se?ora que se rompe el f¨¦mur al resbalar, la ca¨ªda de una cornisa o el frecuente timo de la estampita cerca de la estaci¨®n de Atocha. La censura obedec¨ªa las instrucciones de impedir novedades de otro g¨¦nero: en Madrid y en la naci¨®n entera no ocurr¨ªa nada.
En aquel exitoso diario de la tarde nadie estaba a cargo de ese tipo de informaci¨®n. El mismo que perge?aba las novedades municipales o rese?aba las novilladas en los pueblos de la provincia, recog¨ªa aquella nota. No obstante, por inercia profesional, don Pedro ech¨® un vistazo por la enorme sala donde, en aquel momento, s¨®lo estaba yo. 'Vaya usted a tal sitio. Parece que han asesinado a alguien. Ya sabe, ocho o diez l¨ªneas'. As¨ª, con el crimen del Monchito, es como me inici¨¦ en aquel apasionante mundo. Tuve la suerte de que la indagaci¨®n la llevase un gran polic¨ªa -muerto hace poco-: Antonio Viqueira, quien me relataba, en jornadas sucesivas, algunos de los muchos asuntos penales en los que hab¨ªa tomado parte. La censura deb¨ªa estar ocupada con otras cosas, porque permiti¨® una gacetilla bastante amplia del evento y el cotidiano relato de lo que las v¨ªsperas me contaba el inspector. Un ¨¦xito.
Adentr¨¢ndome en aquel ambiente fascinador pens¨¦ que merec¨ªa la pena publicar un peri¨®dico que se dedicara a esos temas. Como no aparec¨ªan connotaciones pol¨ªticas subversivas, logr¨¦ con facilidad la autorizaci¨®n para editar, con car¨¢cter semanal, un semanario que llevaba el t¨ªtulo de mi secci¨®n en el Madrid, tomado a su vez de los relatos de Earle Stanley Gardner. Consegu¨ª que unos j¨®venes suizos, herederos de la representaci¨®n de unos relojes, anticiparan el importe de un a?o de publicidad -poco m¨¢s de treinta mil duros, ?qu¨¦ confianza y generosidad!- y con esos mimbres financieros mi entra?able amigo Jos¨¦ Mar¨ªa de Vega, los fot¨®grafos Manuel de Mora e Isidro Cortina, el que se revel¨® como estupendo cronista, Enrique Rubio, desde Barcelona, y poco m¨¢s, naci¨® El Caso.
A las cuatro semanas, un tranv¨ªa descarril¨®, estrell¨¢ndose contra el puente de Toledo. Por azar obtuvo nuestro redactor gr¨¢fico un sensacional reportaje de aquella tragedia, que qued¨® in¨¦dito. El alcalde de Madrid, conocedor de que pose¨ªamos tan extraordinario documento, consigui¨® que no se autorizase una l¨ªnea. Pudo haber sido la inmediata consagraci¨®n, pero hab¨ªa nacido con tanta fortuna que la tirada inicial de 19.000 ejemplares, al cabo de un trimestre, hab¨ªa superado los 100.000. Fue un c¨²mulo de circunstancias favorables, de expectaci¨®n y el atractivo de difundir historias que avivaban la curiosidad del p¨²blico.
Con los cr¨ªmenes de Jarabo llegamos a los 300.000, y el llamado 'caso de la mano cortada' nos hizo rebasar los 400.000, cifra a la que nunca hab¨ªa llegado la prensa espa?ola. En esta breve y nost¨¢lgica conmemoraci¨®n quisiera puntualizar algo que no se tiene en cuenta. Cuanto se refiere a El Caso, la gente lo asocia con una org¨ªa tipogr¨¢fica de sangre, y nada m¨¢s alejado de la realidad. Desde muy pronto nos vimos obligados a incluir solamente un suceso que tratase de homicidio o asesinato. Ni uno m¨¢s. Para sortear la intransigencia oficial, solicit¨¦ y obtuve la censura eclesi¨¢stica, algo sorprendente. Entonces, de lo que m¨¢s satisfecho est¨¢ mi recuerdo es de haber mantenido, durante casi 40 a?os, el inter¨¦s creciente de una publicaci¨®n de 24 p¨¢ginas sin el recurso al impacto estrepitoso del delito. Creo meritorio haber entretenido a miles de personas, todas las semanas, estruj¨¢ndonos el mag¨ªn para conservar su expectaci¨®n. Dicen que el crimen no paga. Es muy cierto, ni siquiera a quien quiso vivir de contarlo. Soy poco menos pobre que las ratas. ?50 a?os! Parece que fue anteayer.
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