Inmigrantes
Ruge la fiera que llevamos dentro, y ruge de manera m¨¢s ensordecedora cada d¨ªa. En las oficinas, en las antesalas de los dentistas, en las colas de los cines, todo el mundo habla de los inmigrantes, de lo raros que son los inmigrantes, del miedo a los inmigrantes. La mayor¨ªa de los que se expresan as¨ª no han sufrido ning¨²n problema real con ning¨²n extranjero, pero su temor es aut¨¦ntico, es un miedo primario y ancestral, propio de bestezuelas territoriales. Que es lo que somos los humanos. Y al calor de esta inquietud engordan los partidos neofascistas.
La inmigraci¨®n es uno de los temas esenciales del siglo XXI. Nuestro futuro depende de que sepamos resolver o no este conflicto. Porque, desde luego, es un conflicto. Una llegada masiva de inmigrantes puede hacer reventar una sociedad; de manera que, aunque la libertad de movimiento sea un derecho fundamental del ser humano, la realidad nos obliga a poner fronteras, y barreras en las fronteras, y cuotas de admisi¨®n. Medidas todas ellas claramente indignas; pero es evidente que no se puede dejar entrar a todo el mundo, o acabaremos degoll¨¢ndonos unos a otros.
Los inmigrantes son un verdadero lujo para una sociedad. En el 99% de los casos, esos extranjeros son lo mejor de cada pa¨ªs: personas con iniciativa y con coraje que vienen dispuestas a trabajar duro, tipos responsables que arrostran situaciones dificil¨ªsimas para sacar adelante a sus familias. Gentes estupendas que enriquecer¨¢n la tierra de acogida. Lo malo es lo que luego hacemos con ellos. Lo sucedido en El Ejido es un ejemplo de nuestra estupidez: a estos inmigrantes que intentan salir adelante decentemente no se les puede tratar como apestados, y hacinarlos en galpones inmundos a muchos kil¨®metros del pueblo, sin autobuses, sin manera de comunicarse con la sociedad espa?ola. Se les marginaliza, en fin, se les deshumaniza y a la postre se les criminaliza. S¨ª, por supuesto, claro que hay una relaci¨®n num¨¦rica entre delitos e inmigrantes: como la hay entre delitos y pobreza. Les empujamos al gueto social y la frustraci¨®n y luego nos asombramos de que cometan actos ilegales. Pero cuando vinieron, ellos, lo mismo que nosotros, tan s¨®lo aspiraban a ser felices.
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