Carreteras invisibles
Que la riqueza no se medir¨¢ en el futuro con el dinero es algo que se pone en evidencia al comprobar que, ya en la actualidad, mucha gente con dinero posee escasa riqueza o, si se quiere, posee con escasa calidad: basta observar c¨®mo los ricos imitan a los pobres ante la pantalla o en el estadio y que estos ¨²ltimos no son ya m¨¢s analfabetos que aqu¨¦llos, y que unos y otros comparten la verdad ¨²nica de la propaganda publicitaria. Por abrumador que sea, la desigualdad de las cuentas bancarias no anula un creciente igualitarismo del gusto, o mejor del mal gusto, que se advierte sobre todo, todav¨ªa m¨¢s que en la calle, en los decorados y ornamentaciones de la intimidad.
En una ¨¦poca en que todos los ricos parecen nuevos ricos o se comportan como ellos, la masificaci¨®n de la sensibilidad disuelve distinciones que se cre¨ªan inconmovibles. Tambi¨¦n exige otras varas de medir que se eleven sobre el grito, el v¨¦rtigo y el agobio. Tal vez pronto modificaremos el significado mismo de riqueza y la identificaremos, no con la propiedad del dinero -una propiedad bien extra?a, de otra parte, por su car¨¢cter espectral-, sino, por ejemplo, con nuestra capacidad para ser due?os de silencio, de lentitud, de ritmo o, sencillamente, de espacio.
Quien quiera adentrarse en los indicios de este nuevo oro, y en particular del ¨²ltimo de estos '¨ªndices de riqueza', puede leer un libro de t¨ªtulo curioso, La nostalgia del espacio (Seix Barral, 2002), en el que se recoge la larga entrevista realizada por el periodista Antonio Gnoli a Bruce Chatwin a ra¨ªz de la publicaci¨®n de la edici¨®n italiana de En la Patagonia.
Bruce Chatwin, como antes y desde otro ¨¢ngulo Elias Canetti y Ernst J¨¹nger, fue un maestro en la yuxtaposici¨®n de dos perspectivas: la que, por as¨ª decirlo, desconcierta la vida desde el lado del azar, o del destino en un t¨¦rmino m¨¢s antiguo aunque quiz¨¢ m¨¢s justo, y la que la ilumina a partir del descubrimiento de las ocultas redes simb¨®licas que subyacen bajo la epidermis. Una segunda mirada se hace siempre imprescindible tras la primera, superficial, fragmentaria y a menudo err¨®nea.
La pasi¨®n de Chatwin por estas exploraciones en el subsuelo del azar era tan grande que Susannah Clapp, su primera bi¨®grafa, propon¨ªa el adjetivo chatwinesco para designar la habilidad en hacer confluir pedazos de la realidad totalmente inconexos en apariencia. Nadie como ¨¦l para convertir en literatura una de las paradojas m¨¢s interesantes de la experiencia: aquella que nos empuja a la lejan¨ªa para penetrar mejor en la proximidad. Acaso porque lo que desde demasiado cerca llamamos azar a lo lejos se ve como un orden de l¨®gica implacable.
En un momento de la conversaci¨®n contenida en el libro, Bruce Chatwin explica a Antonio Gnoli una an¨¦cdota autobiogr¨¢fica que, cierta o inventada -algo siempre dif¨ªcil de establecer en las historias chatwinescas-, revela con exquisita exactitud el car¨¢cter de aquella paradoja. Chatwin comenta que abandon¨® su prestigioso puesto de experto para la casa de subastas Sotheby's de Londres a ra¨ªz de contraer una extra?a enfermedad en los ojos. Seg¨²n sus palabras, mientras disminu¨ªa la visi¨®n el mundo se hac¨ªa oscuro, opaco. Sin embargo, tras varias consultas, un oftalm¨®logo le tranquiliz¨® asegur¨¢ndole que su enfermedad no ten¨ªa causas org¨¢nicas, sino psicol¨®gicas. Establecido el diagn¨®stico, el tratamiento -hablara entonces el oculista o recreara despu¨¦s Chatwin- impuls¨® la carrera literaria del hasta entonces experto de Sotheby's: para curarse deb¨ªa sustituir la obligada 'visi¨®n de cerca' de los cuadros por la 'visi¨®n de lejos' que requieren los grandes horizontes.
La medicina fue, por tanto, esa nostalgia del espacio que se advierte en todos los libros de Chatwin, empezando por En la Patagonia, el primero de ellos. Es un viaje deslumbrante. Pero no se explicar¨ªa suficientemente la seducci¨®n que produjo y produce el texto sin la intervenci¨®n continua de una enorme fuerza de introspecci¨®n simb¨®lica. En cada p¨¢gina el lector tiene la impresi¨®n de que el paisaje inmenso, puro, desnudo de la Patagonia es el doble invertido de Europa: donde en nuestro continente brota la claustrofobia, la estrechez de miras, el colapso espiritual, en la enorme tierra vac¨ªa del sur de Am¨¦rica aparece esa amplitud de miras que hace so?ar en la resurrecci¨®n. Para Chatwin la nostalgia del espacio coincide con el sue?o de la conciliaci¨®n.
Como consecuencia de esto, tambi¨¦n en sus dem¨¢s libros el escritor se presenta simult¨¢neamente como un oteador de horizontes y un rastreador de huellas simb¨®licas. El artista, asimilado a un n¨®mada f¨ªsico y espiritual, debe buscar los trazos que el hombre ha dejado en carreteras invisibles a primera vista. Chatwin, que renunci¨® a publicar un extenso tratado sobre el nomadismo, dedujo, al parecer, su idea de trazo a partir de ciertas poblaciones n¨®madas de Ir¨¢n. ?stas pose¨ªan su secreto trazo, su Il-Rah, que se cruzaba con las pistas simb¨®licas trazadas por otras tribus hasta constituir una cartograf¨ªa prohibida a los sedentarios. Chatwin lleg¨® a estar tan obsesionado con esta idea que asimil¨® la entera mitolog¨ªa cl¨¢sica a un 'gigantesco mapa del canto' en el que cada uno de los mitos era la rememoraci¨®n oral de los trazos que habr¨ªan quedado en el camino.
En su ¨²ltimo libro, probablemente su obra maestra, Los trazos de la canci¨®n, Chatwin traslad¨® estas convicciones al desierto de Australia. El resultado es un texto dram¨¢tico, ir¨®nico y en muchos sentidos m¨¢gico en el que la nostalgia se transfigura, por fin, en riqueza del espacio: el viajero se enriquece -e incluso se colma- a medida que vagabundea por las carreteras invisibles. Y el lector con ¨¦l.
Es verdad, no obstante, que la nostalgia del espacio nos devuelve al rinc¨®n quiz¨¢ m¨¢s ¨ªntimo. Bruce Chatwin escribi¨®: 'La tierra pierde todo inter¨¦s en cuanto se le ha dado la espalda. Para un n¨®mada, por tanto, las fronteras pol¨ªticas son una forma de locura'. Pero tambi¨¦n, y lapidariamente: 'Uno se evade siempre para regresar'.
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